El Peligro que está pero ya no te importa.
Escribo estas líneas desde Hastings, en la costa sur de Inglaterra, atravesando una situación delicada, en la que mi seguridad física, psíquica y legal se ve comprometida de múltiples formas. Lo que me rodea no es tanto una amenaza puntual como un entramado de desprotección institucional: una cadena de omisiones, dilaciones y gestos ambiguos por parte de autoridades —de East Sussex pero también de Argentina— que han decidido mirar hacia otro lado a pesar de haber sido violado la Convención de Viena.
Escribo estas líneas desde Hastings, en la costa sur de Inglaterra, atravesando una situación delicada, en la que mi seguridad física, psíquica y legal se ve comprometida de múltiples formas
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Es Britney, Bitch!
Fui llevado a la casa de un hombre vinculado a una agencia de seguridad, que me drogó y me filmó sin consentimiento. No cogía con nadie desde hacía un año y medio, por miedo, desde que tiempo antes había sido atacado mientras dormía, posiblemente envenenado. Pensaban que sería una Britney Spears pobre pero no pudieron. Hasta ahora. Ese mismo día me enteré de que una ex amiga —de apellido idéntico al de un célebre filósofo comunista— a quien le había prestado la casa de mi padre en Longchamps, había hecho cavar un pozo y destruido el jardín. El pozo, según ella, era para instalar una pileta sin consultarme, pero sus proporciones recordaban más bien una fosa común. Su “sobrino”, quien residía allí, fue acusado por los vecinos de haber convertido el lugar en un aguantadero. Yo, mientras tanto, estaba en otro país, solo, medicado, y recibiendo amenazas.
Fui llevado a la casa de un hombre vinculado a una agencia de seguridad, que me drogó y me filmó sin consentimiento. No cogía con nadie desde hacía un año y medio, por miedo, desde que tiempo antes había sido atacado mientras dormía, posiblemente envenenado.
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Levinas, Siempre Levinas…
Eso es algo que ya no podré probar: el hospital británico no ordenó análisis toxicológicos, y el Consulado argentino no los exigió ni apoyo mis solicitudes, pese a mis pedidos inmediatos. La guardia consular no atendió ni siquiera el teléfono. Lo primero que pedí fue justamente eso: un análisis toxicológico para evitar que los pelotudos y oportunistas dijeran boludeces. Las excusas tienen que ver con la proyección de los propios demonios de los que levantan el dedo. En este caso fue Gaby Levinas y el Embajador Argentino en Londres que me dijo: ‘Te entiendo porque hace un año tuve un ACV’. Ya me había pasado antes, con ‘gente’ como Horacio Inchausti, a quien le di una muestra monográfica en la Galería Azur junto a mi amigo Kokogian. A la primera de cambio —para sumar un par de amiguitas y aliviar una soledad desesperada apenas disimulada entre prostitutas cariocas y la proximidad interesada de sus hijos— se despegó. No me dolió. Lo vi venir. Fue el clásico gesto del pastoralismo argentino: esa forma de poder blando que, como explicó Foucault y luego desarrolló Oliver Davis, se ejerce no desde la imposición, sino desde el afecto, el cuidado, la contención. Primero te escuchan, te acarician el ego, te traducen; después te administran, te descartan, te convierten en problema. Es el arte de dominar simulando comprensión. Inchausti se apropió de mis textos, fingió complicidad mientras le convenía, y luego desapareció. Ese reflejo —usar, descartar, adaptarse— es casi idéntico al modo en que las instituciones diplomáticas me vienen tratando. Sin afecto, sin ideología, sin espesor humano. Solo reflejo de conservación.
El hospital local de la mala praxis y cuyos guardias me pegaron una paliza con deseo incorporado no ordenó el análisis toxicológico, y el Consulado argentino no apoyo mis reiteradas solicitudes. La guardia consular ni siquiera atendió el teléfono.
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Fernanda Laguna como Monumento del Carrerismo Filo-Progresista
No profesionalizada, la califica Francisco Lemus, —curador del canon noventoso y contratado por Ama Amoedo para mantener la llama prendida— al referirse a Fernanda Laguna. ¿Qué significa, a esta altura, no ser una artista profesionalizada? ¿Ser mujer? ¿No haber ido al Di Tella? ¿Usar brillantina? ¿Recortar nubes de papel glacé? La profesionalidad en el arte pasa siempre por otro lado. Laguna fundó editoriales, galerías, talleres en barrios populares, creó una literatura copiada hasta el cansancio por generaciones que confundieron extimidad con espontaneidad, y afecto con affect. No solo está profesionalizada sino que alegoriza la carrera en tiempos Kirchneristas. Lemus cree que una cartulina, y no una maquinaria experimental y eficaz de circulación simbólica, de estupidización de la crítica, y de captura precoz de sensibilidades.
La obra de Laguna no “se desprende de las identidades sexuales fijas”, como sostiene Lemus: las vuelve modulares, disponibles, intercambiables, como stickers escolares. Pero esa disponibilidad no es política, sino decorativa. Lo queer en Laguna no subvierte nada: funciona como la forma permitida de un internacionalismo sensible que no molesta a nadie. Y además, lo que Lemus presenta como fluidez o desidentificación, en realidad cristaliza otra identidad reconocible y vendible: la bisexualidad. Laguna no borra el género ni la sexualidad; simplemente las vuelve consumibles dentro de un repertorio emocional que ya fue domesticado por el mercado cultural.
En ese sentido, tampoco desacomoda el tiempo. Aunque simule desorden cronológico, melancolía, regresión o bucles obsesivos, su obra organiza la experiencia como una temporalidad identitaria continua, hecha de rastros de enamoramiento, de frases pegadas, de colores “pastel” de trauma y sensibilidad. Lejos de desarmar, construye identidad. La anuncia como pérdida mientras la cristaliza como marca. La estética del cuaderno íntimo no subvierte nada: archiva. Clasifica. Válida. En el fondo, lo que se repite es una pedagogía emocional de la artista “libre” que no deja de repetir su propia configuración. El mismo proceso lo realiza Lemus desde el campo curatorial, al convertir esa disponibilidad afectiva en una categoría historiográfica —el “no profesionalismo”— que en realidad garantiza el ingreso al canon desde la excepción.
La estética del cuaderno íntimo de Fernanda Laguna no subvierte nada: archiva. Clasifica. En el fondo, lo que se repite es una pedagogía emocional de la artista “libre” que no deja de repetir su propia configuración de clase.
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La Autodeterminación Nacional y Autonomía Individual como ruidos
Es ahí donde entra Partha Chatterjee, teórico poscolonial que advirtió cómo las formas modernas de autodeterminación en el Sur global están determinadas, en última instancia, por las condiciones impuestas por los centros imperiales. Para Chatterjee, incluso las expresiones de soberanía subjetiva o cultural pueden ser formas simuladas de inclusión tolerada, cuya existencia está permitida solo si no amenazan la lógica estructural de la dominación. Laguna no representa una fuga del régimen de identidades: es una de sus formas actuales más efectivas. Y Lemus no la interpreta: la consolida.

Traigo también a colación a Samir Amin, economista egipcio-francés, marxista radical y una de las voces más lúcidas del Sur global durante la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI. Amin fue uno de los teóricos más influyentes del sistema mundial, denunciado el apartheid global y del concepto de desconexión como estrategia concreta contra el imperialismo económico. Fue también uno de los pocos intelectuales en señalar —sin romanticismo— el fracaso de los internacionalismos del siglo XX, desde Bandung hasta el Foro Social Mundial. Para él, sin ruptura epistemológica ni soberanía material real, todo cosmopolitismo es simulacro. No hay alianza que no sea asimétrica si el capital sigue dictando los términos. Por eso, en este momento de colapso argentino, su mirada resulta más urgente que nunca.
Samir Amin, economista egipcio-francés, marxista radical y una de las voces más lúcidas del Sur global denunció el apartheid global y promovió la desconexión como estrategia concreta contra el imperialismo económico.
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Samir Amin lo explicó con claridad feroz: el subdesarrollo no es un rezago del progreso, sino una condición estructural del capitalismo contemporáneo. No hay afuera. No hay borde. Hay una distribución desigual del poder planetario que se presenta como destino natural, y que convierte cualquier gesto cultural de diferencia en mercancía de exportación o folklore decorativo. El problema, entonces, no es solo Milei. Es también el modo en que La Nación (Chatruc, por ejemplo), el arte contemporáneo, y los think tanks regionales han logrado naturalizar el lugar subordinado del Sur dentro de un internacionalismo que nunca fue verdaderamente internacional. ¿Qué valor tiene el cosmopolitismo si está definido desde Bruselas, Nueva York o Tel Aviv? ¿Qué margen de disenso existe cuando todo lo que se sale del guión es criminalizado, patologizado o ignorado por ininteligible?
El caso Milei no es una anomalía: es un síntoma. En su adhesión performática a Israel —el país hoy con peor imagen internacional, incluso en el Norte global—, Argentina se posiciona como apéndice geopolítico servil, renunciando a cualquier soberanía crítica. Las declaraciones de Milei contra Irán no fueron diplomacia: fueron alineamiento militar simbólico. Y la memoria del atentado a la AMIA, como excusa permanente, fue otra vez instrumentalizada para blanquear la obediencia. Mientras tanto, el pueblo argentino sufre, pero no por Irán ni por Israel: sufre por la deuda, por Caputo, por los tarifazos, por la represión, por la humillación cotidiana de pedir ayuda en un consulado y ser tratado como sospechoso y para colmo que el vice cónsul amenace con llamar a la policía: cual? Disociado, casi me tiro del Puente de Londres después de eso porque pensé que el mundo se había dado vuelta o que había muerto y nadie me había avisado.
El Descarte como Ideología
Lo más cruel no es que esta humillación provenga de los gobiernos neoliberales: de ellos es esperado. La brutalidad, la indiferencia, la lógica del descarte son su programa. Lo verdaderamente devastador es que, en este caso, el abandono viene de quienes se presentan como representantes del “progresismo”: funcionarios que se dicen herederos de la tradición de derechos humanos, pero que en la práctica operan con la misma lógica de sospecha, desconfianza y burocracia deshumanizante.
Por eso, leer a Samir Amin no es un ejercicio intelectual: es una forma de pensar mi propia supervivencia. No hay justicia posible en un sistema fundado en la injusticia estructural. No hay internacionalismo si no hay ruptura. Lo demás es cartulina, brillantina, sensibilidad exportable. Mientras tanto, estoy acá, tratando de no desaparecer en los márgenes de una embajada que debería sostenerme y que, en cambio, me registra como ruido. No sé si el sistema va a implosionar. Lo que sí sé es que, si no lo hace, muchos vamos a seguir cayendo. Uno por uno. En silencio. En tiempo real.
Leer al egipcio Samir Amin es una forma de pensar mi propia supervivencia. No hay justicia posible en un sistema fundado en la injusticia estructural. Lo demás es cartulina, brillantina, belleza y felicidad… estúpida.
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