Este es el segundo post, más focalizado que el anterior, y remite al vídeo de YouTube que pueden encontrar en la entrada, donde Daniel Rossi es entrevistado por una emprendedora moral que intenta monetizar el dolor ajeno. Lo que yo quiero es poner en contexto ese dolor, para ver si realmente debería ser tal, porque suena más a culpa cristiana que a otra cosa.
Y cuando digo “ponerlo en contexto”, también incluyo a la superadita que lo usa a él como herramienta. Lo mira con distancia, casi erguida, con un rictus en la cara donde se mezcla el asco por la brecha entre la imagen proyectada de él en la pantalla—en el vídeo de Rain de Madonna—y lo que tiene enfrente: un tipo hecho mierda, que no viene de la cocaína que él mismo confiesa haber consumido durante solo cinco años. Darling, la cocaína no te deja así por cinco años de consumo.
Neurastenia
Pero pongamos un poco de contexto: hacia fines del siglo XIX, tanto el alcohol como el opio y la cocaína comenzaron a ser demonizados y sometidos a parámetros de prejuzgamiento pastoral, que es exactamente lo que hace la empresaria moral que entrevista al legendario modelo argentino. Entre 1870 y hoy, las razones específicas varían, pero el relato es el mismo: estas drogas se presentan como sustancias peligrosas, asociadas a lo que en la entrevista aparece como degeneración moral. En la década del 20, en Estados Unidos, esa criminalización moral se convierte en un sistema legal penalizante, que directamente rompe con el paradigma de expansión de la subjetividad que había comenzado a mediados del siglo XIX. Ese paradigma llevó a Freud a escribir uno de los mayores avances intelectuales del siglo XX. Fue el descubrimiento del inconsciente. Ahora, ese paradigma queda clausurado.
Dicho de otro modo: en 1920, la expansión del yo desaparece, y lo que emerge a partir de ahí es la psiquiatrización de la cocaína, que la clínica encapsula, transformando la cura en un negocio, pero también en una oportunidad para que cualquier boludo se sienta capo, dándole clases de vida a quienes no podría ni calzarles un zapato. La cocaína, que en 1850 en París se vendía como chicle, era parte de un contexto de cambio social difícil de navegar para el individuo. Estaba vinculada a la neurastenia, una suerte de neurosis asociada al shock de la modernidad, cuando el sujeto comenzaba a no reconocerse en lo que lo esperaba en la calle.
Hoy, para nosotros, ese desconcierto está normalizado.Pero en Argentina—ni que hablar—la gente vive en un estado de shock permanente. Por eso, las políticas implementadas por Milei o por Trump están orientadas, por un lado, a crear ese shock, y por otro, a criminalizar el consumo, el placer y el sexo. Es decir, la posibilidad de expandir la conciencia o de evadirse por un rato… esto deberia, lejos de criminalizarse, ser un derecho humano.
La Fascinación de los Ortega por los Consumidores
La entrevista, en sí misma, es irrelevante. Lo que me interesa rescatar son algunos puntos.El primero es trivial, pero revelador: la fascinación de la familia Ortega por todo aquel que consume cocaína. Es llamativo: Charly García, Julio Ramos, Esmeralda Mitre, Daniel Rossi, y la lista sigue ad infinitum. Creo que tiene que ver con la adicción de Palito, que se nota a la legua, y con los problemas alimentarios de la madre. Los hijos, obviamente, se sienten atraídos sexualmente por eso. La prueba es Julieta.De hecho, Daniel Rossi confiesa haber sido novio de ella, quien también salió con Ramos, el otrora escritor—creo que así se llamaba—con quien compartí la participación inaugural en la fracasada revista de Calamaro.

Debo confesar que Ramos me llamó gentilmente para felicitarme por mi artículo sobre Caravaggio. Recuerdo que le prohibí a Calamaro publicitar la revista en los términos que él pretendía: un spot de vídeo con dos mujeres desnudas en un living, frente a una mesa que, si no tenía cocaína, al menos la sugería.Por compromiso con Calamaro, mantuve mi colaboración en ese primer número, pero la revista colapsó después del debut. Era una reacción narcisista hiper-masculinizada, en el peor de los sentidos, frente al avance del feminismo identitario que trae consigo la misma moralización criminalizante que representa la deigor que entrevista a Rossi. Dos Ortegas intentaron levangtarme: Julieta y—¿Sebastián?—el hijo puto de Ortega, que terminó siendo uno de los mejores amigos (si es que esa mujer los tiene) de Esmeralda Mitre.
Aclaro que a Ramos nunca lo vi, a Esmeralda Mitre la crucé una sola vez, y a la Ortega fémina la cité, perversamente, en una parrilla de mala muerte, donde invité a Vera Fogwill para que se odiaran. Y lo hicieron, deliciosamente bien. Julieta Ortega me pareció babosa y aburrida. Y yo, probablemente, la aburrí a ella también, porque lo que esperaba era un adicto culposo al que amamantar (como su madre a su padre, supongo), y se encontró conmigo: un tipo que no cree en eso, que no compra el relato penitente y que ademas, no le dio bola. Entonces, decidio darme una leccion de amistad, tipicamente argentina, via Twitter; defendiendo a la persona que confesó odiar, Vera Fogwill. Un mamarracho. Además, y creo que este fue el deal breaker, yo no consumo cocaína por la simple razón de que me hace moquear y me pone medio diabólico y no me gusto en ese estado. Diría que le tengo alergia. Siempre me la dio. Por lo tanto, nunca fue un problema para mí. Y, para colmo, la cortan pésimo y los bajones pueden ser dantescos.

La Paranoia y el Encierro:
El otro punto que me interesa de la entrevista es la necesidad de Rossi de encerrarse y su imposibilidad de usarlo como algo social. La única vez que vi a Esmeralda Mitre no podía creer lo que tenía delante. Y lo digo porque lo tengo grabado, no porque me interesara como evidencia, sino porque estaba registrando mi propio fin de año en Madrid, y era imposible que el encuadre no incluyera a Mitre deambulando con un plato de acá para allá.
Ni hablar del día en que me quiso encerrar en el baño de un bar, también en Madrid. Y mucho menos cuando fui a hacer pis al baño del pobre Ramón Pilaces: todo cagado. Esa mujer caga en spray y en las paredes. Lo menciono porque, a esta altura, no es ninguna novedad: su madre y su cuñado intentaron internarla, y cuando traté de ayudarla y vi su nivel de degeneración moral, me retiré. Pero volvamos al encierro, que remite a lo que en el siglo XIX se llamaba neurastenia. Es decir, la cocaína se transformó para Rossi en un complemento que le permitía aislarse de un mundo que lo aturdía y lo aturde. Recordemos que Rossi es un chico de pueblo, hijo de un jugador compulsivo, por lo que hay algo en su genética que lo impulsa a no parar, pero que no tiene necesariamente que ver con la sustancia. Es ahí donde la emprendedora infobarreica, entrada en lípidos y oxigenada, traza asociaciones profundamente cristianas, mezclando oscuridad, diversión y culpa, repitiendo una y otra vez la misma pregunta, como si fuera una afirmación que quiere grabar a fuego sobre las tablas de Moisés.Para ella, la belleza, la noche y la diversión son sinónimos del mal. Supongo que comer tortas en Recoleta y tener 20 hijos es, en su mente, el equivalente del bien.

La MoralGordi Monetiza la Envidia:
Además, está la cuestión de la monetización del dolor ajeno, que el entrevistado se resiste a comunicar como dolor. ¡Por favor! ¡Fue novio de Madonna! Para ella, la redención viene del aburrimiento y la salud es solo cristiana. La expansión del yo, el salirse del propio cuerpo orgásmicamente y la elevación pagana en apoteosis no encajan en sus parámetros Opus Dei.
Ahí viene la cuestión de la paranoia, que según Rossi—quien es, lejos, mucho más inteligente que la moralgordi que lo entrevista—es un rasgo humano, pero que la sustancia sobredimensiona. Él dice: “Sentía miedo y pensaba que venía la policía”. Este tema de la paranoia y la psicosis autoinducida es importante porque la narrativa moralista siempre la vincula con la criminalización puritana, con fundamentos obviamente religiosos. Si lo comparamos con la vida pagana romana, se evidenciaría una contradicción abierta entre las aspiraciones de la Roma republicana de Milei y su intento de criminalización. Aunque, en realidad, no tanto si pensamos en Santiago Caputo.

La clave está en la respuesta que él mismo se da. Rossi cuenta que fue a un Blockbuster totalmente puesto y decidió exorcizar sus miedos. Y lo hizo con un gesto infinitamente más efectivo que cualquier terapia: se plantó frente a un policía (es decir, el objeto de su pánico psicótico) y, preguntándole por una dirección, se dio cuenta de que el policía no podía ver lo que él estaba viviendo por dentro. Lo que el policía no veía era la magnificación del mandato materno: la idea de que él estaba arruinando su vida, del mismo modo que, supuestamente, lo había hecho su padre. Aunque, en realidad, cuesta pensar la vida de Rossi como una ruina, considerando la carrera que tuvo. No olvidemos que es un modelo, y un modelo tiene fecha de vencimiento. Esa cuenta regresiva, sumada a la presión adicional de haber pasado del pueblo a Madonna, de Buenos Aires a Hollywood, le habrá traído un nivel de sobreexposición difícil de navegar.
Pero como la MoralGordi es medio tonta y no entiende fácilmente porque sus anteojos de sol morales le impiden ver, aburre repitiendo: “¿Qué buscabas con el policía?” Y él, con una simplicidad devastadora, le responde: “Me hizo estar tranquilo, me permitió sacarme la culpa de encima”. Todo bien, pero el problema es que para alguien con ese contexto emocional, quitarle la culpa lo habilita a más.
Campañas de Prevención Tanatolibidinales:
Además, menciona algo muy interesante: la publicidad estatal demonizante, esas campañas del tipo “No a las drogas!”. Recordemos que, para Freud, la pulsión de muerte es un modo de supervivencia. Si a ciertos individuos estigmatizados o autoestigmatizados se les ofrece la posibilidad de la autodestrucción a partir de campañas de prevención planteadas en términos negativos—demonizándolos incluso cuando apenas tienen alternativas—, la oferta se vuelve tentadora. Posiblemente, esto es lo que hace de Buenos Aires un lugar que se cree progresista y moderno, pero que, en realidad, es profundamente conservador. Un sitio tan tóxico para Rossi como para mí.
Las Mamis Calientes que Te Quieren Amamantar:
Buenos Aires es un campo minado de mamis que te quieren coger porque sos puto—y eso las hace sentirse lo suficientemente valientes como para imaginarlo—, pero que, como no se animan, eligen jugar a ser mamás.El problema es que usan la palabra ‘amor’ de manera descontrolada, y lo que para uno significa una cosa, para ellas es algo muy distinto, que pronto se transforma en odio.
Luego, la emprendedora moral lo empuja a decir que, en un momento, todo entró en una espiral de autodestrucción. Recordemos que, en la misma entrevista, él menciona haber tenido ideaciones suicidas durante la terapia. Pero eso es algo muy humano. El suicidio, como la eutanasia, puede ser una forma de disenso, una decisión radical contra un mundo opresivo. Sin embargo, la moralgordi lo reduce a la narrativa del estar sobrepasado, del no poder más. Una lectura simplista, cuando en realidad el suicidio también puede ser la eliminación del adversario, el acto definitivo de un sujeto estigmatizado u oprimido. En el caso de Rossi, el adversario es difuso pero real: es el sistema que lo transformó en un objeto, del mismo modo que Madonna lo trató como un mero juguete sexual.

Pero como la MoralGordi es medio tonta y no entiende fácilmente porque sus anteojos de sol morales le impiden ver, aburre repitiendo: “¿Qué buscabas con el policía?” Y él, con una simplicidad devastadora, le responde: “Me hizo estar tranquilo, me permitió sacarme la culpa de encima”. Todo bien, pero el problema es que para alguien con ese contexto emocional, quitarle la culpa lo habilita a más.
En esta historia, los vampiros son mujeres.
El problema de Daniel es que no tiene las herramientas intelectuales o verbales para expresar su descontento con los extremos que le tocaron como condición de su éxito: del pueblo a Hollywood. Y ahí, yo me identifico con él. La diferencia es que yo no vengo de un pueblo, sino de la megalópolis de Buenos Aires y de la política. Y de ahí salté a Nueva York, a Londres, y llegué tan arriba como él o más. Pero los efectos fueron, en cierta medida, análogos. La diferencia, como dije, fueron las herramientas para entenderlo. Aunque cometí errores similares, como creer en el pastoralismo barato que encarna la moralgordi. Ese que ofrece como metodología Narcóticos Anónimos y Alcohólicos Anónimos, convencida de que sos un enfermo, que ese es tu problema y que ellos te van a “ayudar a quererte”.
Además, y en esto también me identifico con él, cuando habla de relaciones, en realidad habla de sexo como mecanismo de atontamiento, casi como tomarse un clonazepam. No importa el encuentro con el otro, sino la vorágine de exponerse frente a un extraño para bloquear un momento del día y ademas engañarlo para que te agarre infragranti. El drama. Eso no es adiccion sino necesidad de atontarse. Como si uno hiciera que una bomba explote cerca de uno.
Cuando habla de relaciones, en realidad habla de novias, y de no saber cómo conquistarlas. Porque es tímido, la sustancia lo relaja. Y el tipo de gente a la que él se acerca y a la que atrae es como él: gente linda, arrancada de su contexto, con la necesidad de aliviar el dolor psíquico de estar fuera de su propia comunidad. Y no me refiero al pajueranismo parroquial, sino a la deslocalización existencial: chicos y chicas extirpados y trasplantados a un mundo transaccional donde, eventualmente, serán descartados. Rossi, que es lo suficientemente inteligente, se dio cuenta de eso. Por eso se alquiló el departamento en Hollywood, esperando que lo de Madonna lo llevara a otro lugar. Pero pronto comprendió que, en realidad, era el ingreso al panteón del vampiro.
La Vampirreina
Una relación imposible, de pura explotación, donde él tenía que estar disponible las 24 horas. Y ese sometimiento tenía un costo: su propia carrera. Después, le apareció el vampiro de cabotaje, de apellido Ortega. Pobre pibe. Es un personaje de Bram Stoker. Y ahí es donde la gorda emprendedora moral mete todo esto en la licuadora de su remolino de compulsión de sustancias, donde la culpa es de él, y no duda en llamarlo “enfermo”.
Esto nos lleva a lo que él mismo ha introyectado, como si fuera normal: la patologización de su experiencia, cuando en realidad su problema fue haber sido expuesto a un mundo para el que no estaba preparado. Quizá por su propia voluntad, claro, pero sin las herramientas para lidiar con lo que se le venía. Por supuesto, hoy todos parecen cobrarle su éxito. Y eso, es muy argentino.
MoralGordi, ¿y vos? ¿Vos trabajás en Infobae haciendo de Papa Francisco cuando para lo único que estás es para comerte otro alfajor? Y es en ese momento, interesantemente, cuando él percibe la energía materna en la entrevista. Menciona a la suya propia y dice: “Mi mamá me judicializó y se lo agradezco”. Ahí está la diferencia entre este buen tipo y la supuesta dueña de La Nación.
Pero mañana me voy a referir a la cuestión más histórica e histérica: el paso de la expansión de la subjetividad prefreudiana, la de De Quincey, Lord Byron, y la posibilidad de hacer de la vida un juego, hacia la asfixiante criminalización actual, degenerada por estos baby boomers moralistas, los mismos que avalarían un golpe militar pero que se escandalizan con la vida ajena.





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