Hoy quiero hablar sobre la masiva marcha por los derechos humanos, probablemente la más concurrida de los últimos años. Sin dudas, la retórica surrealista y provocadora de figuras como Agustín Laje y “el Gordo Dan” en las redes sociales fue un detonante clave para la movilización. La aparición de personajes como un tal Dannan, que circula por la ciudad en un Falcon verde, aportó una potente carga simbólica, evocando los años más oscuros del terrorismo de Estado.

Esta marcha evidenció dos vertientes claras. Por un lado, una reivindicación implícita del período democrático pero represivo previo al golpe de 1976, durante la presidencia de Isabel Perón y el accionar parapolicial de la Triple A comandada por López Rega. Un período que, en el sentido más estricto, combinaba elementos democráticos con prácticas fascistas.
Laje y la Teoría de los Dos Demonios
La segunda vertiente, más preocupante, es la reivindicación abierta por parte de Laje de la teoría de los dos demonios. Desde las virtualidades de las redes sociales, este discurso va derivando en la relativización numérica de los desaparecidos, reduciendo la cuestión de los derechos humanos a una discusión cuantitativa. Esto, creo, es un error grave. No solo por parte de estos creadores de opinión, sino también por la ausencia total de intelectuales que intervengan en estos debates, que terminan atrapados en la trampa de la disputa numérica o en la obviedad de defender lo indiscutible: el respeto a los derechos humanos, más allá de si el sistema es democrático o no.

Sin embargo, esto no debería eximirnos de una pregunta clave: ¿qué son realmente los derechos humanos? Para no caer en la fetichización peronista que la progresía trasladó al kirchnerismo —donde el culto a la personalidad de Néstor Kirchner y la mitificación de las Madres de Plaza de Mayo oscurecen el debate real—, es necesario revisar cómo el kirchnerismo transformó los derechos humanos en un instrumento político. Al combinarlos con las políticas de identidad, lograron imponer una suerte de nobleza de la sangre, donde solo quienes encarnaban esa “pureza moral” (como los hijos de desaparecidos) podían erigirse en portadores legítimos de la memoria y la ética. Esto monopolizó la moral pública, utilizándola como herramienta de disciplinamiento político.
El problema de Javier Milei frente a este panorama es que, por más que intente instalar la teoría de los dos demonios, su posición resulta incomprensible. Es cierto que existió un sector guerrillero que pretendía asumir compromisos históricos de desarrollo dialéctico marxista, influenciado por la Revolución Cubana del ’59 o la elección de Salvador Allende en Chile en el ’70. Pero la historia argentina es mucho más compleja que la polarización esquemática que tanto la derecha como el kirchnerismo intentan imponer.
Ni Santos Ni Demonios: Nicolas Prividiera versus Albertina Carri
En este sentido, recomiendo el documental M de Nicolás Prividera, especialmente su debate posterior con Albertina Carri, directora de Los rubios. M sigue la historia del hijo de una desaparecida que formaba parte de un grupo negociado por la cúpula montonera y entregado a las fuerzas represivas, en una suerte de teatro macabro de “guerra sucia” que, en realidad, encubría pactos políticos y operaciones clandestinas.
El documental muestra cómo, lejos de una lucha ideológica pura, el caos interno del triunvirato militar argentino —Videla, Massera y Agosti— llevó a una lógica perversa donde el poder se disputaba por quién mataba más. A diferencia de la dictadura chilena, que fue mucho más organizada y con objetivos claros (como la implementación del modelo neoliberal), la represión argentina fue caótica, con múltiples centros de poder descoordinados. Además, a diferencia de la dictadura chilena, que optó por el exilio como política represiva para la disidencia intelectual, en Argentina cualquiera podía ser víctima: no hacía falta ser guerrillero, bastaba con que alguien tuviera una deuda o un `amigo’(no amigo) con contactos en las fuerzas de seguridad para ser “desaparecido”. Así, se amasaron fortunas y se saldaron venganzas personales bajo el paraguas de la represión estatal.

El debate entre Prividera y Carri es revelador porque expone la diferencia de clase entre ambas historias. Mientras Carri, hija de la élite montonera, realiza un ejercicio experimental de memoria en Los rubios, la madre de Prividera era una maestra con ideales románticos, utilizada como carne de cañón por dirigentes sindicales, muchos de los cuales luego terminaron vinculados al kirchnerismo. De este modo, M desarma la narrativa binaria de “santos y demonios”, mostrando que la historia argentina no es reductible ni a la teoría de los dos demonios ni a la mitificación de mártires y ángeles.
La marcha de ayer, sin dudas, complementa la movilización anterior contra las declaraciones de Milei en Davos sobre los derechos de identidad sexual y de género. Ambas tuvieron un perfil similar: mayoritariamente blanca, de clase media, y signada por una batalla más cultural que económica. No es un detalle menor: para participar de una marcha en el centro de la ciudad hay que tener recursos. Primero, las proteínas necesarias para caminar. Luego, los vehículos para llegar, salvo que se forme parte de las estructuras políticas que movilizan clientelarmente, como lo hicieron en el ‘76, el ‘83 o el ‘89, negociando cupularmente su cuota de poder.
Por eso, que no me vengan con la cantinela de los “derechos humanos”, porque lo que vivimos ayer fue, en esencia, el efecto capitalino: la movilización de ciertos sectores bonaerenses en un acto estandarizado y disciplinante hacia adentro de la progresía. Un ritual performático que busca marcar una jerarquía moral que, en realidad, no existe. Lo que la marcha expuso, más que una resistencia efectiva, fueron dos fracasos evidentes.
Salió Perdiendo Milei del Romanticismo Capitalino de la Plaza?
El primero es el fracaso dirigencial: la imposibilidad de unificar a la oposición en un frente creíble y viable contra Milei. En lugar de polarizarse estratégicamente, como hace Bernie Sanders en Estados Unidos, los sectores opositores quedan atrapados en compromisos históricos de los que no pueden o no quieren salir. Y es que la política argentina es, ante todo, corporativa: un pacto tácito entre fuerzas armadas, policías, sindicatos e intereses económicos estructurados a través del campo y el sector financiero. Todo lo demás es puesta en escena.
El segundo fracaso es el carácter teatral de estas manifestaciones, que tienen como escenario ese anfiteatro llamado Plaza de Mayo. Allí, los medios y creadores de opinión se encargan de traducir lo ocurrido en votos, con mayor o menor eficacia. Pero no nos engañemos: hoy, estos creadores de opinión han perdido la capacidad de incidencia que tenían antes. El avance de las redes sociales ha fragmentado la centralidad mediática en mil pedazos, diluyendo su poder de influencia.

La Clase que se Movilizó es el Huevo de la Serpiente
Tampoco hay que olvidar quién se movilizó: la clase media precarizada, probablemente la más estúpida y reaccionaria de Argentina. La misma que llevó al país al desastre a través de dos decadencias sucesivas: la dictadura militar y el gobierno de Macri. Y, ojo, no incluyo al kirchnerismo, porque lo que este hizo fue más paradójico: arrasó con la cultura mientras pactaba simultáneamente con Macri y, ahora, con Milei. Basta mirar el Parlamento para ver la farsa: los mismos que se presentan como antagonistas terminan votando juntos.
Esta clase media blanca y mediocre tiene dos pasiones: el dólar barato y un fetiche por ciertos íconos culturales que le permiten imaginarse superior moralmente al resto de la nación. Un resto que, en el fondo, teme. Porque la gran falla histórica de esta clase es que nunca resolvió su relación con el interior.
El problema de las guerras culturales es que, mes allá de las marchas, el campo de batalla se ha desplazado definitivamente al plano virtual. Allí se define el voto, no en las columnas de militantes que llegan a la Plaza de Mayo. El otro factor decisivo es el dólar. En Argentina, el dólar barato es la verdadera ideología. Por eso, mientras el gobierno enfrenta problemas estructurales graves, la clase media no los capitaliza políticamente. A diferencia de los canadienses, que respondieron al ataque tarifario de Estados Unidos con un boicot masivo, los argentinos hacen lo contrario: votan al que les garantiza el dólar barato, fugan capitales como la élite financiera y les importa tres carajos el destino del país.
Por Qué Nadie se Moviliza por los Mapuches o las Inundaciones del Interior?
Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿por qué la misma población que ayer marchó no se movilizó cuando las fuerzas privadas de Lewis reprimieron ilegalmente a mapuches y militantes en la Patagonia? La respuesta es clara: porque está lejos. O, más bien, porque la cercanía con la Capital Federal, la UBA, el Conicet y la Casa Rosada les hace creer que las marchas son una proyección fantasmática de una ciudadanía que, en realidad, se perdió hace tiempo.
En el fondo, lo que esta marcha exhibió no fue un acto de resistencia genuina, sino la evidencia de una división histórica: la fractura entre el interior y la capital. La Plaza de Mayo sigue siendo el teatro de operaciones de la política argentina, pero su alcance es cada vez más limitado. La Argentina, de facto, se reduce a ese cuarto de mapa. Y si no se advierte esto, se corre el riesgo de que las fuerzas de derecha con apoyo externo, especialmente con intereses extractivistas, avancen con políticas secesionistas o de desintegración territorial. No sería extraño que, en un contexto de calentamiento global, la disputa por los recursos minerales impulse a ciertos sectores a jugar con la fragmentación del país.

La Capital es el Agora Ateniense (que para Funcionar Necesita Esclavos)
Porque la Capital, con su progresismo de ágora ateniense, está cada vez más subsidiada por el conurbano y el interior. Y ahí está la verdadera grieta: no entre Milei y la progresía, sino entre el país real y la representación fantasmal que marcha en la Plaza de Mayo.
Y esto nos lleva a la última pregunta, que es cruel, pero inevitable: ¿De la Rúa cayó por los muertos, por los saqueos o por el corralito? Porque últimamente he escuchado mucho en los medios progresistas la idea de que el gobierno de Milei “no soportaría un muerto”. Y no estoy tan seguro de eso. Sobre todo cuando un Milei debilitado sigue sin tener enfrente una oposición unificada. Evidentemente, el verdadero poder está operando para desintegrar esa oposición. Y, en ese tablero, creo que Cristina Kirchner juega el rol de broker de esa fragmentación.
Por supuesto, el gobierno está jugando con fuego. Pero lo mismo hicieron en su momento los Montoneros y la Triple A. Y ese es un juego que no desea nadie: ni las Madres, ni las Abuelas, ni Clarín, ni los propios operadores del poder. Porque una vez que la violencia se desata, especialmente con el respaldo del imperio, ya nadie tiene el control.
Darío Lopérfido, Mauricio Macri, Esmeralda Mitre y su Madre:
No nos olvidemos que Darío Lopérfido renunció al gobierno de Larreta precisamente por sostener lo mismo que hoy argumenta Agustín Laje: la relativización numérica de los desaparecidos. Y, sin embargo, el mismo discurso que lo eyectó del poder fue después amplificado por figuras mediáticas como Esmeralda Mitre y ahora, Yanina Latorre; enemigas pero ideologicamente hermanas, a quien todos los programas la pasearon como un trofeo, incluso después de que insultara a los judíos negando el Holocausto, acusara al presidente de DAIA de abuso sexual y, junto a su madre, reivindicara abiertamente el genocidio nazi.
Vale recordar que la madre de Esmeralda Mitre estuvo sentada con Wallis Simpson y la élite colaboracionista en París, esa misma “gente bien” que venía de la ocupación nazi. Dicho de otro modo, este discurso nunca desapareció: siempre estuvo latente. La diferencia es que ahora reaparece como un programa político desesperado, presentado de forma torpe y desprolija, pero no por eso menos peligroso. Y la marcha de ayer, por masiva que haya sido, no garantiza que pueda frenarlo.
Lo digo porque hoy las poblaciones ya no son controladas únicamente por las redes sociales, sino por mecanismos mucho más sofisticados: la digitalización bancaria, la falta de acceso al tratamiento médico, la invisibilización mediática y, si se ponen demasiado densos, un par de drones tira-bombas para que no salgan más de sus casas.
No es una distopía lejana: hace apenas una semana, Argentina vivió una especie de estado de sitio virtual. Y ni el peronismo, ni el radicalismo, ni la CGT movieron un dedo. Recién ahora la CGT se ve obligada a ensayar una respuesta simbólica, pero ¿a quién representa? Si la industria ya casi no existe y el comercio está prácticamente en manos de empleados informales venezolanos.
Por eso, todo este debate tiene que bajar de esa pintura alquímica a lo Leonora Carrington que el kirchnerismo plantea con su épica de los derechos humanos. Ya no alcanza con la estética del mártir ni con la retórica tribunera. La única alternativa viable es una propuesta de poder real, radical, que no negocie con el establishment sino que lo enfrente. Porque la cuestión es mucho más oscura, sucia y compleja de lo que nos quieren hacer creer.





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