La frente de Marina de Achaval y los cachetes de Eva Soldati dan para varios posts. Pero comencemos por la frente de la primera: qué muestra y que oculta?

En la superficie, Marina de Achával dice ser una diseñadora de moda, como su hermana, con un estilo de esposa cornuda que le sale caro al marido. Pero nada está más lejos de esa situacion. Es conocida por pertenecer a una familia tradicional de la aristocracia argentina y es mas conocida aún como La Vampiracha, Musa de LANP. Es por esto que aparece en ciertas escenas sociales de alto perfil. Dicho de otro modo, no tiene que laburar para vivir, lo que es maravilloso pero tambien es un problema. En este sentido, su figura encarna un tipo de feminidad elegante, discreta y patricia, algo así como una heredera altanera que siempre, pero de un modo diferente a las gatanas, se viste ‘un poco de más’.
Marina de Achával estuvo casada con Francis Mallmann, y tienen una hija en común. Su relación fue bastante comentada en círculos sociales porteños porque reunía dos figuras muy emblemáticas: él como chef excéntrico y mediático, y ella como exponente de una aristocracia bohemia y discreta. Ademas, cuando casada con él, era muy pero muy cornuda.

El Fuego y la Sombra
Marina es, en muchos sentidos, la antítesis estética de Mallmann: neo-gótica, blanca transparente y urbana y con un aparente desinterés por el espectaculo. Mientras que él es desesperadamente cholulo. En terminos alquímicos el es puro fuego, ella es hielo y sombra. Su vínculo parecía articularse en esa tensión entre mundos: el lujo introspectivo de ella y el lujo performativo de él. Lo que se esscondía era una relacion de dos personas totalmente incompatibles con cierto componente sadico.
La figura de Francis Mallmann genera fascinación y rechazo en partes iguales, y su fama de “mala persona” no es un dato oficial, sino más bien una construcción cultural basada en su personaje público, sus declaraciones y ciertos modos.
Por qué Mallmann tiene tanta fama de (allegedly) ‘mala persona’:

Su personaje de chef-ego gigante: Mallmann ha cultivado una figura de chef dandy, solitario, autoritario, caprichoso y narcisista, muy en la línea de un bon vivant decadente. En entrevistas ha dicho cosas como que no le gusta tener invitados pobres, o que la gente humilde “es aburrida”. Eso, obviamente, irrita.
Desprecia lo popular pero lo usa. Usa estéticas o productos rústicos, de fuego y tierra, pero desde un lugar de exotizacióny explotación. Cocina con papas y barro, pero cobra cifras astronómicas en contextos de pobreza estructural. Hay algo de pose colonial; el problema es que es un tipo de colonialismo incorporado en le mismo como representante del colonizado.
El trato hacia sus empleados: Si bien no hay denuncias públicas graves, muchos lo describen como alguien frío, verticalista, sin afecto ni empatía. Ademas cultiva la idea del genio que no tiene que ser buena persona. Si él quisiera identificarse con alguien seria con Picasso pero bueno, las diferencias son colosales.

Declaraciones misóginas o esnobs: Ha dicho cosas como que le gusta tener muchas mujeres pero vivir solo, o que la fidelidad es una cosa aburrida, y lo hace desde un lugar que naturaliza la desigualdad emocional como si fuera profundidad existencial. Pero esto lo dijo estando casado!
Yo creo que lo peor es el modo en el que se presenta. Siempre lo hace con un aura de millonario desentendido del mundo, con un acento medio nazi. Vive en lugares inaccesibles, da entrevistas desde su isla privada, desprecia lo urbano y lo masivo, y parece más un aristócrata aleman del siglo XIX e incluso XVIII que un cocinero contemporáneo. Es como que mezcla la fantasia y al ficcion y le resultaba. Ahora pasó de moda.
En síntesis, no es que haya pruebas de que sea “una mala persona” en sentido penal o ético, sino que construyó un personaje que para muchos encarna lo peor de la masculinidad burguesa bohemia: egocéntrica, arrogante, elitista y emocionalmente ausente.
Esto obviamente impactó en la pobre Vampiracha quien resolvió todo a base de botox como una mascara kabuki que es esconde el dolor y alisa la frente de mujeres muy blancas como ella porque combina dos factores claves: la acción química del botox sobre el músculo y las características ópticas de la piel muy clara. La toxina paraliza los músculos responsables de las arrugas dinámicas, y la piel blanca, al reflejar más luz, potencia el efecto de superficie lisa, casi marmórea.
Es acá donde viene el lado sádico de ella. Esta obsesión por el alisamiento total recuerda la fascinación de Miguel Ángel por las esculturas blancas, por la pureza del mármol y por esa blancura idealizada que también aparece en el cielo de la Capilla Sixtina. Ahí, lo blanco simboliza pureza, divinidad, una superficie sin mácula, como si lo blanco fuera un reflejo de lo perfecto, lo eterno. Esto, en la Argentina por lo que no queda demasiado lejos de su ex.
La Vampiracha, el Botox y el Mármol Racionalizado Michelangelesco
Esta obsesión por la blancura tiene un eco inquietante en el racismo argentino del Facundo de Sarmiento. Así como el botox borra las señales de tiempo y afecto, la idea de pureza racial intentaba borrar la diversidad y la complejidad de lo mestizo, lo indígena, lo afro. Una superficie lisa, homogénea, sin pliegues ni rugosidades. Al igual que el botox, el racismo busca una perfección ficticia a costa de la eliminación de la diversidad. Así, la frente alisada de las mujeres blancas contemporáneas y el mármol puro de Miguel Ángel se encuentran con el Facundo de Sarmiento en un punto común: la obsesión por una superficie homogénea que borra las huellas del tiempo y la complejidad de lo humano.

Marina Post-Humana versus Francis Lord Byronesco
Marina encarna una versión poshumana, etérea, casi vegetal del presente. Su estética no es cyborg, sino botánica. No hay gesto, hay contorno. No hay afecto, hay silencio textil. Viste como si no quisiera tocar el mundo, como si su cuerpo fuera una interfaz curada, inodora. No se trata de juventud, ni de belleza, sino de economía emocional: no interferir, no afectar, no sudar. Su moda fluye como si el cuerpo no doliera.
Mallmann, en cambio, es puro drama material: fuego, grasa, humo, vino. Cocina como si estuviera invocando un pasado perdido. Su gesto es nostálgico, pero no tierno: es masculino, colonial, excesivo. Cada plato parece un rito para demorar el fin del mundo, una escena de poder y memoria donde él ocupa el centro. En su nostalgia hay deseo de permanencia, de historia, de firma.
Ella borra la historia con forzada elegancia; él la reproduce con teatralidad, lo que es lo opuesto de la elegencia. Ella desaparece; él insiste todo el tiempo en aparecer aunque no lo quieran. Y en esa diferencia —entre el que ya no quiere ser cuerpo y el que no quiere dejar de serlo— se juega una pregunta incómoda para todos nosotros y una lección que esta ex pareja nos da”
¿Queremos vivir más livianos o más intensos? ¿Desaparecer suavemente o arder hasta el final?
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