El caso de Eduardo Costantini condensa, con una nitidez que debería resultar incómoda, la manera en que el capital financiero, el arte contemporáneo y el despojo ambiental se articulan en la Argentina reciente. Fundador del MALBA y responsable del mega-emprendimiento inmobiliario Puertos, Costantini no es solo un empresario con sensibilidad estética, sino el emblema de una nueva configuración del poder: el filántropo que legitima su acumulación extractiva con discursos de modernidad, cultura y sustentabilidad.
El Juez Bruzzone se une a la sociabilidad que lo emociona tanto en la apertura de MALBA-Puertos; la version PS1MOMA de la colección privada transformada en museo insigna del mencionado desarrollador. Puertos es publicitado como una paradoja y para eso necesita al arte y el ‘espíritu comunitario’ que, supuestamente, y digo, supuestamente, estos encarnan. Digo que es anunciado como una paradoja porque es se lo promociona como una ‘ciudad pueblo modelo’, con lagunas artificiales, bicisendas ecológicas y escuelas de pedagogía ‘nórdica’— se emplaza sobre los humedales de Escobar, un ecosistema clave en la regulación hídrica y climática del delta del Paraná. En otras palabras, lo que se presenta como una intervención armónica con el paisaje es, en realidad, un proceso violento de artificialización, fragmentación ecológica y gentrificación del territorio. La geografía se convierte en render, la naturaleza en un fondo intervenido por arquitectos ‘estrella’, y la biodiversidad en una experiencia de diseño.
MALBA-Puertos suaviza una intervención violenta de artificialización, fragmentación ecológica y gentrificación del territorio en la que se usa la cultura y el arte como excusa. Y los artistas, chochos!
Tweet
Como advierte Maristella Svampa, lo que se impone aquí es un “urbanismo de excepción”, donde se suspenden normas ambientales, se privatiza el suelo y se celebran formas de ocupación territorial excluyentes bajo un discurso de progreso y armonía con la naturaleza. Los desarrollos como Puertos no sólo destruyen el ecosistema, sino que además producen una ficción: la de una vida ecológica para élites, mientras se expulsa y precariza a quienes habitan esos territorios desde hace generaciones.

Seamos más específicos. Este proyecto ha generado graves consecuencias ambientales y sociales en Escobar y la región del delta del Paraná. La construcción sobre humedales incluyó el relleno de planicies inundables, la elevación artificial del terreno y la creación de lagunas privadas, lo que alteró drásticamente el equilibrio hídrico del ecosistema. Estas intervenciones comprometen la capacidad natural de absorción de agua y aumentan el riesgo de inundaciones en zonas aledañas, afectando especialmente a comunidades rurales y barrios populares sin infraestructura adecuada. Lejos de ser sustentables, estos desarrollos transforman ecosistemas vivos en paisajes controlados, funcionales al diseño y al mercado.

Al mismo tiempo, la gentrificación ecológica que traen estos emprendimientos implica una presión constante sobre las poblaciones locales. Grupos ambientalistas y vecinos organizados han denunciado la ilegalidad de muchas de estas obras, así como la ausencia de consulta pública y estudios de impacto ambiental rigurosos. El resultado es una forma de exclusión que se disfraza de innovación verde: una “ciudad sustentable” para pocos construida sobre el despojo silencioso de muchos. Cómo se consiguió permiso para esto? Se los deja a su imaginación?
El Arte como Coartada Ética: Greenwashing
Este tipo de urbanismo no solo cuenta con respaldo económico y político: necesita una legitimación simbólica, una coartada ética. Allí entra en escena el MALBA-Puertos que no es simplemente un museo, sino una máquina narrativa que produce (en apariencia) sensibilidad, cosmopolitismo y compromiso. Se exhiben allí obras maestras del modernismo latinoamericano, se celebran artistas supuestamente comprometidos; se promueven discursos inclusivos (sin ir más lejos, en el render de las imágenes que pueden verse aquí se ve el ‘Diver’ de Hernán Marina que, seguramente, como yo, que tengo uno igual arriba de mi cama, no sabía que hacer con él y lo puso al lado de la pileta). Incluso, artistas, supuestamente, ambientalistas. La contradicción no es un error, sino parte de la operación: mientras se destruyen ecosistemas en nombre del progreso, se financian programas curatoriales sobre la crisis climática y discursos inclusivos. Recordemos que figuras vinculadas con el MALBA son Andrea Giunta (quien no dijo nada del matrimonio objetivizante del dueño de la colección) y los grititos de Bruzzone se escuchan hasta acá en la inauguracion de Daniel Leber (conjunta con, ni más ni menos, que Xul Solar, a la que ya haré referencia).
El Juez Bruzzone con su tono de voz ‘afeminado’ negocia un falogocentrismo de juez federal y autoridad en el mundo del arte que es caballo de Troya de la destrucción ecológica.
Tweet
Para mí, la figura del Juez Bruzzone es clave porque su tono de voz entre bebotero, geróntico y afeminado; pero ‘afeminado’ como modo de negociación de un falogocentrismo de juez federal y autoridad en el mundo del arte; garantiza legitimidady visibilidad automatica. Bruzzone es el invitado perfecto porque esta en el limite entre lo aceptable y lo inaceptable dando como resultado una eficacia oblícua vinculada con su relacion con el poder vernáculo, el modo discrecional de ese uso cuando tiene que ver con sus amigos y en especial con la supuesta contracultura de los noventas y con un discurso del ‘amor’ que suaviza todo lo que toca.

Este fenómeno no ocurre en soledad. Buena parte de la escena artística local —incluso aquella que se proclama crítica o disidente— ha funcionado como engranaje de este proceso. El caso de Gustavo Bruzzone, juez penal devenido coleccionista outsider y luego factótum de la revista Ramona, es ilustrativo. En los años 90, Bruzzone fue clave para legitimar un arte “marginal” y construir una estética del desvío. Pero esa marginalidad pronto se estetizó, se volvió curaduría, se institucionalizó. Ramona, que se pensaba a sí misma como una usina crítica, con la aparición de loveartnotpeople quedó en evidencia como la plataforma de legitimación simbólica del mismo sistema que dice interpelar. En este sentido, lo que Rosalind Krauss llamó ‘la lógica del museo sin paredes’ —esa expansión indefinida del ‘territorio’ del arte— parece haber llegado a su punto crítico: ya no hay afuera posible, porque incluso la crítica ha sido absorbida por el dispositivo institucional. En lugar de disputar ese ‘territorio’ como ocurría con las vanguardias (según, por ejemplo, Pierre Bourdieu), muchos artistas simplemente lo habitan desde la ironía, el comentario o la performatividad de la disidencia.
Ramona, que se pensaba a sí misma como una usina crítica, con LANP quedó en evidencia como la plataforma de legitimación simbólica del mismo sistema que dice interpelar.
Tweet

El Señor Embajador Alec Oxenford y el Soft Power Extractivo
En paralelo, figuras como Alec Oxenford —emprendedor tech, coleccionista y ex presidente (fallido) de arteBA— consolidaron un modelo de filantropía cultural que fusiona cosmopolitismo, la performance de una supuesta ‘eficiencia’ (que Tutankamon Frías denomina; en un tono muy macrista; ‘romperse el lomo’) y greenwashing. Oxenford, ahora nombrado embajador argentino en Estados Unidos por Javier Milei, encarna el discurso de ‘innovación’ que sustituye a la política (y que tambien lo quiso encarnar pero fracasó, Santi Siri -que, ahora, viene de la mano de la progresía Kiciloffista y nos muestra de que son todos los mismo), y el resultado Oxenfordiano-Bruzzoniano-Constantiniano es el de una escena cultural transformada en soft power extractivo.
El arte ecológico, en este marco, no es una práctica de resistencia, sino una estética del síntoma: convierte la catástrofe en oportunidad estética.
Tweet
Lo notable es que incluso muchos artistas que se proclaman “ecológicos” o “ambientalistas” han participado activamente de este montaje. Obras sobre la crisis climática expuestas en museos financiados por desarrolladoras inmobiliarias; performances en defensa del agua auspiciadas por fundaciones empresariales; intervenciones en parques de esculturas dentro de barrios cerrados construidos sobre humedales. El arte ecológico, en este marco, no es una práctica de resistencia, sino una estética del síntoma: convierte la catástrofe en oportunidad estética, la emergencia en portfolio. Como advierte Mark Fisher, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. En el caso del arte argentino, podríamos decir que es más fácil imaginar un jardín ecológico dentro de un country que una escena cultural capaz de interrumpir la lógica que lo produce. La crítica deviene estilo, la sensibilidad se vuelve plusvalía, y la sustentabilidad, un diseño más en el catálogo del colapso. Así como el artwashing limpió el rostro del real estate en el siglo XXI, el greenwashing cultural blanquea ahora una matriz de acumulación profundamente violenta. Puertos no es una anomalía. Es un manifiesto. Una ciudad ficticia construida sobre agua muerta. Una alegoría perfecta de la escena cultural argentina cuando el arte ya no es capaz de decir “no”.
Hacéte Miembro Pago de mi Canal de YouTube





Deja una respuesta