La curaduría, en su acepción dominante, se ha transformado en una práctica de diseño discursivo, donde cada objeto se inserta en un relato que le da sentido, contexto y legitimidad. Pero, como decía en el post anterior, pero ahora desde el punto de vista de la curaduría, en el caso de John Soane; esta no produce sentido sino que lo desgarra. Su museo no cura; abre. No ordena; expone. No explica; exhibe restos. La curaduría no se aproxima al museo moderno, sino a la morgue que, en cierto sentido es una morgue por lo que esto es una paradoja. Si se quiere, mi punto es que la curaduría es una forma de autopsia.

La curaduría no se aproxima al museo moderno, sino a la morgue que, en cierto sentido es una morgue por lo que esto es una paradoja. Si se quiere, mi punto es que la curaduría es una forma de autopsia.

Foucault sugiere que el museo moderno funciona como una especie de morgue epistémica: un espacio donde los objetos se sustraen de su vida social, histórica y política para ser ordenados, clasificados y conservados como cadáveres del saber. En su célebre definición de las heterotopías, Foucault menciona al museo como el ejemplo por excelencia de lo que el denomina como ‘heterotopía del tiempo’, un lugar donde el tiempo se acumula, se congela, y se transforma en un espacio de representación totalizante. El museo, en este sentido, no cura: embalsama. No preserva la vida, sino que conserva la muerte bajo formas visibles y silenciosas. Es un dispositivo disciplinario que fija los significados y neutraliza los conflictos, convirtiendo el pasado en una colección de restos administrables.

El museo, en este sentido, no cura: embalsama. No preserva la vida, sino que conserva la muerte bajo formas visibles y silenciosas.

Autopsia, etimológicamente, significa “ver por uno mismo”. El Museo Soane exige precisamente eso: que el visitante vea por sí mismo un cuerpo roto —el de una vida, un proyecto, una genealogía fallida— y lo lea no desde la restauración, sino desde la herida. Cada sala es una cavidad abierta. Cada vitrina, un corte. Los fragmentos de arquitectura clásica, los modelos de proyectos rechazados, los objetos afectivos (el pelo de Napoleón, la tumba del perro, la copia de Lear) no componen un relato triunfal: componen un cadáver.

En este sentido, la práctica curatorial de Soane anticipa una dimensión necropolítica de la cultura: la gestión del dolor, del desecho, de aquello que no entra en el archivo oficial. Soane no se conformó con ser excluido del canon arquitectónico; montó un contra-archivo que lo exhibiera. Es un archivo de la negatividad, una acumulación de síntomas. Lo que en el museo moderno se esconde bajo el nombre de “colección permanente”, en Soane se muestra como “síntoma persistente”. Es el museo como cuerpo que ya no vive, pero que todavía habla.

Lo que en el museo moderno se esconde bajo el nombre de “colección permanente”, en Soane se muestra como “síntoma persistente”. Es el museo como cuerpo que ya no vive, pero que todavía habla.

La curaduría como autopsia rompe con el modelo positivista del museo como “máquina de verdad”, como nos la presentan estos días. No hay pedagogía, ni cronología, ni neutralidad. Hay restos. La verdad no se enuncia, se inspecciona. Como en una autopsia forense, lo que se busca no es el relato lineal de la vida, sino las causas de la muerte. ¿Qué mató el proyecto de Soane? ¿El rechazo institucional? ¿La traición filial? ¿La idealización de un mundo que ya no existía? Cada objeto es evidencia. Cada espacio, una escena de una suerte de ‘crimen’. El museo no enseña: delata.

Cada objeto es evidencia. Cada espacio, una escena de una suerte de ‘crimen’. El museo no enseña: delata.

Canaletto; A View of the Rialto, Venice ; Sir John Soane’s Museum; http://www.artuk.org/artworks/a-view-of-the-rialto-venice-123953

Lo que resulta inquietante es que, al poner en escena su propio derrumbe, Soane vuelve ilegible cualquier interpretación estable. Su archivo, como diría Derrida, es también su espectro. Lo que colecciona no son cosas, sino insistencias. Insistencias de sentido que no se resuelven. No hay curaduría final en Soane. Solo capas, repeticiones, desplazamientos. Como en una autopsia, el cuerpo no dice lo que fue, sino lo que no pudo ser. 

Esta forma de curaduría, como este blog y es tal vez por eso que hago estas reflexiones en el mismo, no es cómoda. No busca gustar, ni seducir, ni visibilizar. Es una práctica radical de exposición como exhumación. Y en tiempos donde la cultura se ha vuelto anestesia —ese barniz que todo lo recubre con valores—, el gesto de Soane es un escándalo. Un museo que no salva, sino que hiere. Un archivo que no preserva, sino que abre. Una curaduría que no celebra, sino que descompone. En esa descomposición, quizás, reside su virtud. Porque curar —en el sentido etimológico original— también es cuidar. Pero a veces cuidar no es embalsamar el sentido, sino mostrar el daño. 

Esta forma de curaduría, como este blog y es tal vez por eso que hago estas reflexiones en el mismo, no es cómoda. No busca gustar, ni seducir, ni visibilizar. Es una práctica radical de exposición como exhumación.

Curating as Autopsy: Showing the Damage

Curation, in its dominant sense, has become a practice of discursive design—every object inserted into a narrative that gives it meaning, context, and legitimacy. But as I argued in the previous post—now from the curatorial perspective—in the case of John Soane, curation does not produce meaning, it tears it apart. His museum doesn’t cure; it opens. It doesn’t organize; it exposes. It doesn’t explain; it displays remains. In this radical deviation, curation approaches not the modern museum, but the morgue. It becomes a form of autopsy.

Foucault suggests that the modern museum functions as an epistemic morgue: a space where objects are removed from their social, historical, and political life to be classified and preserved like corpses of knowledge. In his famous definition of heterotopias, he names the museum as the prime example of a “heterotopia of time,” a place where time accumulates, freezes, and becomes a space of totalizing representation. The museum does not heal—it embalms. It does not preserve life—it conserves death in visible, codified, and silent forms. It is a disciplinary device that fixes meaning and neutralizes conflict, turning the past into a collection of manageable remains.

The museum does not heal—it embalms. It does not preserve life—it conserves death in visible, codified, and silent forms.

Autopsy, etymologically, means “to see for oneself.” The Soane Museum demands exactly that: that the visitor see for themselves a broken body—the body of a life, a project, a failed genealogy—and read it not through restoration, but through the wound. Each room is an open cavity. Each display case, a cut. The fragments of classical architecture, the models of rejected projects, the affective objects (Napoleon’s hair, the dog’s tomb, the copy of Lear) don’t form a triumphant narrative—they form a corpse.

The fragments of classical architecture, the models of rejected projects, the affective objects (Napoleon’s hair, the dog’s tomb, the copy of Lear) don’t form a triumphant narrative—they form a corpse.

In this sense, Soane’s curatorial practice anticipates a necropolitical dimension of culture: the management of waste, pain, and that which doesn’t enter the official archive. Soane didn’t settle for being excluded from the architectural canon; he built a counter-archive to exhibit that very exclusion. His collection is an archive of negativity, an accumulation of symptoms. What modern museums hide under the name of “permanent collection,” Soane exposes as “persistent symptom.” His museum is not a living body—it is a body no longer alive, yet still speaking.

What modern museums hide under the name of “permanent collection,” Soane exposes as “persistent symptom.” His museum is not a living body—it is a body no longer alive, yet still speaking.

Curating as autopsy breaks with the positivist model of the museum as a “truth machine.” There is no pedagogy, no chronology, no neutrality. There are remains. Truth is not declared—it is examined. As in a forensic autopsy, what is sought is not the linear narrative of life, but the causes of death. What killed Soane’s project? Institutional rejection? Filial betrayal? The idealization of a world that no longer existed? Each object is evidence. Each space, a kind of crime scene. The museum doesn’t teach—it incriminates.

What modern museums hide under the name of “permanent collection,” Soane exposes as “persistent symptom.” His museum is not a living body—it is a body no longer alive, yet still speaking.

What’s unsettling is that by staging his own collapse, Soane renders stable interpretation impossible. His archive, as Derrida would say, is also his specter. What he collects are not things, but insistences. Insistences of meaning that refuse to resolve. There is no final curation in Soane, only layers, repetitions, displacements. As in any autopsy, the body doesn’t say what it was—it only suggests what it failed to become.

This form of curation—like this blog, and perhaps that’s why I reflect on these things here—is not comfortable. It doesn’t aim to please, seduce, or “give visibility.” It is a radical practice of exposure as exhumation. And in a time when culture has become anesthetic—a varnish that coats everything in values and inclusion—Soane’s gesture is a scandal. A museum that doesn’t heal but wounds. An archive that doesn’t preserve but opens. A curatorial practice that doesn’t celebrate but decomposes. And in that decomposition, perhaps, lies its virtue. Because to curate—in the original etymological sense—is also to care. But sometimes, caring is not about embalming meaning, but about showing the damage.

3 respuestas a “Curaduría como autopsia: Mostrar el daño (esp) or ‘curating as autopsy: showing the damage’ (eng)”

  1. Bue… el principal problema que veo con el museo Sir Soane es la mania que tienen muchos arquitectos con buscar la simetria y el orden olvidandose de todo lo demas… como si eso diera mas significado a la obra cuando en realidad le resta creatividad, misterio y simplicidad… Es muy probable que uno de esos bustos, cuadros, jarrones, etc. por si solo o en otro contexto quedarian magnificos, pero al tipo le dio por la melancolia neoclasica y en lugar de coleccionar mariposas, posiblemente porque tienen demasiada alegria, le dio por amontonar objetos de valor y enterrarlos en su tumba faraonica para saborearlos en la otra vida victoriana… completamente differente a LANP 1.0 donde los errores eran comunes, la creatividad era amplia, y el revoltijo refrescante, y que conste que el senyor Hernandez es un fresco, pero fresco…

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  2. pedro hernández

    La frescura de la sin frescura que a mi frescura se hace no es menos fresca que la vuesa frescura Sr. Ávila.

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  3. pedro hernández

    Lo de la «curaduría», esa noble ficción contemporánea, ya comienza a usarse hasta para las fiestas infantiles de postín…

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