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Desde el principio de su gobierno, los medios argentinos intentaron fabricar una épica romántica entre Javier Milei y Giorgia Meloni, la Premier Italiana. La fantasía de una “alianza de patriotas de la nueva AltRight” buscaba compensar, en el plano simbólico, lo que en el plano real es aislamiento, inseguridad y carencia afectiva y posiblemente, neurodivergencia. Pero esta compensación no es neutra: se inscribe en un imaginario político de simulacro imperial peligroso que no tiene tanto que ver con ella sino con él.
La nostalgia imperial neurodivergente de Milei es una puesta en escena vacía, desconectada de cualquier poder real que a Meloni ya no le interesa.
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Tanto el trumpismo como el mileísmo comparten una aspiración melancólica al Imperio: Trump evocando una grandeza perdida (“Make America Great Again”), Milei delirando con un Occidente cosplayado y clonado: puro, heroico y ficticio. En ambos casos, la nostalgia imperial es una puesta en escena vacía, desconectada de cualquier poder real porque la gente no los sigue ni les interesa. Actúan como emperadores caídos que se ayudan mutuamente y por eso, son peligrosos.
Meloni representa el cinismo pragmático italiano, donde el Imperio Romano es una referencia ornamental, no un delirio vivido como proyecto existencial. Su neofascismo reciclado no necesita de la fantasía pueril de Milei.
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Meloni, en cambio, representa otra tradición: la del cinismo pragmático italiano, donde el Imperio Romano es una referencia retórica, ornamental, no un delirio vivido como proyecto existencial. Su neofascismo reciclado no necesita de la fantasía pueril de restaurar un imperio: necesita poder efectivo, control institucional y sobrevivencia política con ayuda de Europa. Para Meloni, Milei no es un aliado: es un niño problemático que convino tolerar mientras era funcional para definir un lugar en Europa que se Trump se encargo de transformar en el lugar equivocado. Meloni ya soltó a Milei. Es un estorbo con su hermanita al lado tratando de buscar una narrativa patética.
Meloni ya soltó a Milei. Es un estorbo con su hermanita al lado tratando de buscar una narrativa patética.
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La foto lo dice todo: Meloni no abraza, se deja abrazar. Su mirada hacia arriba no es de afecto, es de fastidio. El abrazo no elegido, como han trabajado teóricos del afecto como Sara Ahmed, es un acto de inscripción fallida: el cuerpo busca fundar un lazo lo que, en este caso, se traduce como control, pero el otro lo rechaza silenciosamente. No hay unión: hay exposición, patetismo, desamparo y en este caso cómo diría el gran George Michael…waiting for time.
La foto lo dice todo: Meloni no abraza, se deja abrazar. Su mirada hacia arriba no es de afecto, es de fastidio. El trata de controlar lo que ni siquiera entienda y ella lo rechaza como una hermana harta.
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Milei no puede sellar alianzas reales porque no entiende el poder como ejercicio de fuerza sino como cosplay sentimental cuyo costo es la entrega del ano no como instrumento de placer sino como violación autorizada. Estoy siendo literal. No quiere gobernar un país: quiere que alguien lo nombre emperador. Lamentablemente, el único que nombraba emperadores era el Papa salvo que, como Napoleon, uno tenga tanto poder que agarra la corona y se la pone solo. No es ni por casualidad el caso ni siquiera con el apoyo de la salame esa de Kristalina que acaba de aniquilar su carrera. Pero en la política real —como en la vida— nadie abdica ante un payaso impotente.
Milei no puede sellar alianzas reales porque no entiende el poder como ejercicio de fuerza sino como cosplay sentimental cuyo costo es la entrega del ano no como instrumento de placer sino como violación autorizada.
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Imperial Cosplay: Milei Reaches Out, Meloni Is Already Tired of Him
For months, Argentine media tried to manufacture a romantic epic between Javier Milei and Giorgia Meloni. The fantasy of a “patriotic alliance” sought to compensate, at the symbolic level, for what in reality is nothing more than isolation, insecurity, and lack. But this compensation is not neutral: it inscribes itself within a political imaginary of imperial simulacrum.
For months, Argentine media tried to manufacture a romantic epic between Javier Milei and Giorgia Meloni. The fantasy of a “patriotic alliance” sought to compensate for what in reality is nothing more than isolation, insecurity, and lack
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Both Trumpism and Mileism share a melancholic aspiration toward empire: Trump evoking a lost greatness (“Make America Great Again”), Milei hallucinating a pure, heroic, and fictitious West. In both cases, imperial nostalgia is an empty performance, disconnected from any real power. They act like fallen emperors in worlds that no longer believe in them.
Trump and Milei’s imperial nostalgia is an empty performance, disconnected from any real power. They act like fallen emperors in worlds that no longer believe in them.
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Meloni, on the other hand, belongs to a different tradition: the pragmatic Italian cynicism where the Roman Empire is a rhetorical, ornamental reference — not a delusion lived as an existential project. Her recycled neofascism has no need for the childish fantasy of restoring an empire; it demands actual power, institutional control, and political survival. To Meloni, Milei is not an ally but a problematic child — tolerated as long as he serves a purpose, and discarded as soon as he becomes a liability.
Meloni belongs to pragmatic Italian cynicism where the Roman Empire is a rhetorical, ornamental reference — not a delusion lived as an existential project. Her recycled neofascism has no need for the childish fantasy of nostalgic restoration proposed by Javier Milei.
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The photo says it all: Meloni does not embrace; she allows herself to be embraced. Her upward gaze conveys no affection — only annoyance. The unchosen embrace, as Sara Ahmed have argued, is a failed act of inscription: the body attempts to forge a bond, but the other silently refuses it. There is no union — only selfexposure and abandonment.
The unchosen embrace, as Sara Ahmed have argued, is a failed act of inscription: the body attempts to forge a bond, but the other silently refuses it. There is no union — only self-exposure and abandonment.
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Milei cannot forge real alliances because he does not understand power as an exercise of strength but as sentimental cosplay. He does not want to govern a country; he wants someone to crown him emperor. But in real politics —as in life— no one abdicates before a clown.






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