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Agustín Laje celebran la “libertad” como abstracción sin advertir que es poder de transformación del ciudadano en sujeto internalizador de la culpa, la competencia y la precariedad como formas de libertad.
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Como era de esperarse —y esto, en sí mismo, no es necesariamente negativo— Agustín Laje, uno de los intelectuales estrella del gobierno de Javier Milei, presentó su libro Globalismo: Ingeniería social y control total en el siglo XXI en la Feria del Libro (2025). La presentación estuvo a cargo de Alberto Benegas Lynch (h), economista argentino nacido en 1940, figura emblemática del liberalismo clásico en el país. Doctor en Economía por la Universidad Católica Argentina y en Ciencias de la Dirección por la Universidad Argentina de la Empresa, Benegas Lynch fundó en 1978 la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE), una institución clave en la formación de economistas ortodoxos, donde enseñó nada menos que Javier Milei, el actual presidente de la Nación.
Laje, entre el Opus y el Pentágono
Agustín Laje, por su parte, representa el ala parroquial del pensamiento oficialista. Es politólogo, egresado de la Universidad Católica de Córdoba, con una maestría en Filosofía obtenida en la Universidad de Navarra —bastión académico del Opus Dei— y estudios en ‘contraterrorismo’ realizados en el Center for Hemispheric Studies de la National Defence University en Washington D.C. No estamos ante un mero comentarista reaccionario, sino ante un intelectual orgánico con una agenda ideológica clara y una formación cuidadosamente calibrada en dos grandes frentes: el conservadurismo católico español y el aparato de seguridad estadounidense.
Con Agustín Laje no estamos ante un mero comentarista reaccionario, sino ante un intelectual orgánico con una agenda ideológica clara de dos grandes frentes: el conservadurismo católico español y el aparato de seguridad estadounidense.
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En ese sentido, su nuevo libro no es un ensayo más, sino la formalización doctrinaria de su proyecto político-intelectual. Lo que Laje piensa —y publica— importa, porque representa el intento más articulado de reemplazar el lenguaje de los derechos humanos por el del control, la soberanía por la seguridad, y el feminismo por una teología política disfrazada de realismo geopolítico. Me ocuparé en detalle de sus estudios en ‘‘contraterrorismo’ y de lo que eso implica en el actual régimen de guerra simbólica al analizar el contenido del libro. Por ahora, basta con advertir que no se trata de una excentricidad académica: es parte de una estrategia de ocupación ideológica del espacio público.
Lo de Agustín Laje no se trata de una excentricidad académica: es parte de una estrategia de ocupación ideológica del espacio público.
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En Globalismo: Ingeniería social y control total en el siglo XXI (2025), Agustín Laje intenta exponer una supuesta conspiración ideológica que articula progresismo, feminismo, ambientalismo, multiculturalismo y derechos humanos como herramientas del control global. Lo que se presenta como una defensa de la libertad frente al colectivismo es, en realidad, una rearticulación del neoliberalismo más radical bajo una retórica conspirativa. El libro insiste en construir una falsa dicotomía entre libertad individual y dominación estatal.
En Globalismo: Ingeniería social y control total en el siglo XXI (2025), Agustín Laje insiste en la construcción de una falsa dicotomía entre libertad individual y dominación estatal.
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Soros y Gates, al banquillo
Cuando uso la palabra ‘conspirativo’, lo hago con rigor, ya que el texto hace referencia repetida a figuras como George Soros y Bill Gates, a quienes acusa de ser arquitectos de un proceso de desestabilización de las soberanías nacionales mediante una supuesta agenda globalista. En principio, es difícil compatibilizar esta nacionalismo/globalismo con el libertarianismo; por eso, el libro se aparta —o quizás fue escrito antes de la guerra de tarifas lanzada por el neo-antiglobalismo de la administración Trump— para concentrarse en los peligros que un globalismo identitario impone a un globalismo libertario. Una sombra que se proyecta sobre el libro es la relación entre libertarianismo (desregulación y apertura) y globalismo.
Globalismo: Ingeniería social y control total en el siglo XXI (2025) es un libro muy argentino, en el sentido de que simplifica los conflictos recurriendo a un tipo de teatro telenovelesco con héroes y villanos o, mejor dicho, mártires y demonios. Para eso necesita a Soros y Gates como villanos. Según Laje, ambos utilizan fundaciones filantrópicas, organismos internacionales y financiamiento de ONGs para hacer tres cosas.
El libro de Laje se aparta —o quizás fue escrito antes de la guerra de tarifas lanzada por el neo-antiglobalismo de la administración Trump— para concentrarse en los peligros que un globalismo identitario impone a uno libertario.
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La primera es imponer políticas de identidad (feminismo, ideología de género, derechos LGBT) que, según su visión, descomponen los valores tradicionales y desarticulan la “unidad cultural de las naciones”. Este último concepto, en el caso argentino, es profundamente sarmientino, pero ni Sarmiento se animó a formularlo así porque, como veremos, encubre una eugenesia. Laje nunca llega a definir qué entiende por “cultura argentina”, que se supone —y este es el problema— coincide, en última instancia, con la visión progresista centrada en Buenos Aires y sus alrededores.
Ni Sarmiento se animó a formular la cultura argentina como ‘unidad’, del modo que lo hace Laje, sin nunca llegar a definir algo tan metamórfico.
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La segunda acusación que Laje dirige a Soros y Gates es la de promover una cultura del control biopolítico, especialmente a través de la salud pública (vacunas, pandemias) y la educación sexual integral. Como veremos, su visión de la biopolítica es paranoica, pero también limitada al control del contagio por agentes externos al cuerpo (lo cual, si se lo piensa bien, es una alegoría de la “unidad cultural nacional”) y la sexualidad (entendida, en su marco, como penetrativa). En otras palabras, en las dos primeras acusaciones a Soros y Gates como villanos de estilo Marvel, el problema es “ser penetrados por agentes externos”, y esa penetración no genera una hibridación productiva —que sería, de hecho, la única definición razonable de la cultura argentina desde la historia y la razón— sino una “contaminación”.
La visión de la biopolítica de Laje es paranoica, limitada al control del contagio por agentes externos al cuerpo nacional y la sexualidad (entendida, en su marco, como penetrativa).
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La tercera acusación que Laje formula contra Soros y Gates es la de financiar movimientos sociales y reformas legales que socavan lo que él entiende como la autoridad legítima del Estado, el patriarcado, la familia tradicional y la religión. Aquí el libro incurre en una contradicción muy elemental: si existe una autoridad legítima del Estado (que él equipara al patriarcado, la familia tradicional y la religión), estamos ante una vuelta a conceptos tradicionales de la ciencia política que remiten a Max Weber y no al Estado mínimo como anarquía regulada por el mercado. Es decir, el libro da un paso atrás y se vuelve estatista y antilibertario, pero lo hace para concebir al Estado no como una entidad en flujo, sino como un cuerpo cerrado, cuyo rol es garantizar la reproducción social de mano de obra para la industria, los servicios y el campo (ya que la inmigración, según se infiere, corrompe la pureza étnica) y, por otro lado, proveer soldados para la defensa de la patria. Pero ese criterio de masculinismo futurista es literalmente de hace cien años. Hoy las guerras son tecnológicas y la mano de obra va camino a la robotización. El libro no piensa en las consecuencias de sus afirmaciones: su esfuerzo “intelectual” está dirigido a transformarse en una pedagogía.
En su libro Laje incurre en una contradicción muy elemental: si existe una autoridad legítima del Estado (que él equipara al patriarcado, la familia tradicional y la religión), estamos ante el estatismo antilibertario.
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Una Pedagogía Post-Post-Sarmientina
¿Pero qué quiere enseñarnos Laje? ¿Cuál es su mensaje? Así como el anti-trumpismo ve en Donald Trump y en Elon Musk a dos villanos que buscan destruir la economía mundial para, en medio de una depresión económica (esto, desde ya, no lo dice), eliminar a los grupos sociales improductivos que generan gastos innecesarios (jubilados, seropositivos, discapacitados, etc.), de acuerdo con este estatismo-libertario lajeano, Bill Gates y George Soros son dos villanos con un plan de “ingeniería social” destinado a facilitar la transición hacia una gobernanza supranacional tecnocrática controlada por élites económicas globales. En ese marco, Soros y Gates no solo financian causas progresistas, sino que encarnan el enemigo interno de las democracias: el poder sin representación.
El discurso de Laje —como el de Benegas Lynch o el de Milei— se inscribe, entonces, en una retórica paranoide de extrema derecha internacional que actualiza los viejos fantasmas del viejo antisemitismo y el anticomunismo metamorfoseándolos en clave contemporánea, reemplazando al “judío bolchevique” por George Soros y al “enemigo de la civilización occidental” por el feminismo, las disidencias sexuales y las políticas de identidad. Este relato conspirativo no es nuevo: es una relectura aggiornada de los Protocolos de los Sabios de Sion salpicado con Brexit.
El relato conspirativo de Laje no es nuevo: es una relectura aggiornada de los Protocolos de los Sabios de Sion y del discurso del Brexit en Inglaterra.
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Rodolfo Barra y Carlos Menem como mentores intelectuales
Pero este discurso no es nuevo en la Argentina y tiene como antecedente la alianza entre Carlos Menem y el Opus Dei a través de Rodolfo Barra como Ministro de Justicia. Barra fue responsable de intentar frenar los avances en salud reproductiva y derechos sexuales, censurando materiales de educación sexual y limitando la autonomía de las mujeres en nombre de los “valores cristianos”. En ambos casos —Barra en los años noventa, Laje en la actualidad— lo que se promueve no es simplemente un programa conservador, sino una cruzada moral fundada en la idea de que el Estado debe actuar como garante de una ética trascendental premoderna, contraria al pluralismo y a la autodeterminación.
Lo que Laje promueve es una contradicción. Una cruzada moral fundada en la idea de que el Estado debe actuar como garante de una ética trascendental medieval, contraria al pluralismo y a la autodeterminación que su jefe pregona.
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Lo particularmente interesante, y lo que aproxima el caso chileno pinochetista, es que tanto el Opus Dei como el “libertarismo” criollo de Laje comparten una paradoja: dicen defender la libertad individual, pero imponen una concepción heteronormativa, jerárquica y teocrática de la vida en común. Lo que Laje llama “ingeniería social” de Soros no es más que la ampliación de derechos para quienes históricamente han sido excluidos del contrato social. Pero en su lógica invertida, la inclusión es vista como imposición y la igualdad como tiranía.
El problema intelectual de Laje es Milei
El libro es una sucesión de contradicciones insalvables, pero enumerarlas (y en algunos casos lo he hecho) sería una pérdida de tiempo, así que prefiero ir al núcleo de su argumento, que puede resumirse en la idea de que “las políticas globales de identidad y pluralismo buscan avasallar las impermeables libertades individuales y las unidades culturales soberanas”.
Lo más interesante del nuevo libro de Laje es su contradicción central: un intelectual libertario que observa a la sociedad desde el Estado, en contra del Estado y a pesar del Estado. Desde este punto de vista, este es el libro más terrenal de Laje, porque se ve obligado —aunque no lo diga explícitamente— a dar por sentado que el libertarismo no elimina el control estatal, sino que lo transforma: ya no se gobierna imponiendo restricciones externas, sino fabricando sujetos autónomos, responsables y “libres” que se autogestionan.
Lo más interesante del nuevo libro de Laje es su contradicción central: un intelectual libertario que observa a la sociedad desde el Estado, en contra del Estado y a pesar del Estado.
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El discurso del “globalismo” resulta mistificador. Laje y Benegas Lynch celebran la “libertad” como una esencia abstracta del individuo emprendedor, sin advertir que esa figura es el producto más refinado del poder, que convierte al ciudadano en un sujeto que internaliza la culpa, la competencia y la precariedad como formas de libertad.
The New Argentine Alt+Right Globalism: Counterterrorism as a Pedagogy of Reaction: Agustín Laje, Opus Dei, and the New Affective Apparatus of Argentine Neoliberalism
As anticipated—and this, in itself, is not necessarily negative—Agustín Laje, one of the intellectual stars of Javier Milei’s government, presented his book Globalism: Social Engineering and Total Control in the 21st Century at the Book Fair. The presentation was led by Alberto Benegas Lynch (h), an Argentine economist born in 1940, a prominent figure of classical liberalism in the country. Holding a Ph.D. in Economics from the Argentine Catholic University and a Ph.D. in Management Sciences from the Argentine University of Enterprise, Benegas Lynch founded the School of Economics and Business Administration (ESEADE) in 1978, a key institution in training orthodox economists, where none other than the current president of the nation taught.
Laje, for his part, represents the parochial wing of the officialist thought. He is a political scientist, graduated from the Catholic University of Córdoba, with a master’s degree in Philosophy obtained from the University of Navarra—a stronghold of Opus Dei—and studies in counterterrorism conducted at the Center for Hemispheric Defense Studies of the National Defense University in Washington D.C. We are not dealing with a mere reactionary commentator but with an organic intellectual with a clear ideological agenda and training carefully calibrated in two major fronts: Spanish Catholic conservatism and the U.S. security apparatus.

In this sense, his new book is not just another essay but the doctrinal formalization of his political-intellectual project. What Laje thinks—and publishes—matters because it represents the most articulated attempt to replace the language of human rights with that of control, sovereignty with security, and feminism with a political theology disguised as geopolitical realism. I will address his studies in counterterrorism and what that means in the current regime of symbolic warfare in detail when analyzing the book’s content. For now, suffice it to warn that this is not an academic eccentricity: it is part of a strategy of ideological occupation of public space.
In Globalism: Social Engineering and Total Control in the 21st Century, Agustín Laje attempts to expose an alleged ideological conspiracy that articulates progressivism, feminism, environmentalism, multiculturalism, and human rights as tools of global control. What is presented as a defense of freedom against collectivism is, in reality, a rearticulation of the most radical neoliberalism under a conspiratorial rhetoric. The book insists on constructing a false dichotomy between individual freedom and state domination.
In Globalism: Social Engineering and Total Control in the 21st Century, Milei’s favourite young intellectual,Agustín Laje attempts to expose an alleged ideological conspiracy that articulates progressivism, feminism, environmentalism, multiculturalism, and human rights as tools of global control.
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When I use the word ‘conspiratorial,’ I am being rigorous, as it repeatedly references figures like George Soros and Bill Gates, whom it accuses of being architects of a process of destabilizing national sovereignties through a supposed globalist agenda. Initially, it is difficult to reconcile this nationalism/globalism dichotomy with libertarianism; thus, the book deviates—or perhaps was written before the tariff war launched by the neo-anti-globalism of the Trump administration—to focus instead on the dangers that an identitarian globalism imposes on a libertarian globalism. A cloud that casts a shadow over the book is the necessary relationship between libertarianism (and deregulation and openness) and globalism. But Globalism: Social Engineering and Total Control in the 21st Century is a very Argentine book, in the sense that it simplifies conflicts using a sort of soap opera theater with heroes and villains or, rather, martyrs and demons. For this, it needs Soros and Gates as villains. According to Laje, both use philanthropic foundations, international organizations, and NGO funding to do three things. The first is to impose identity policies (feminism, gender ideology, LGBT rights) that, in his view, decompose traditional values and disarticulate the ‘cultural unity of nations.’ This last concept, in the Argentine case, is deeply Sarmientine, but not even Sarmiento dared to propose it this way because, as we will see, it hides eugenics. Laje never defines what he understands by ‘Argentine culture,’ which is supposed to be, and this is the problem because, in the long run, it coincides with much of the progressive view, as Buenos Aires and its surroundings. The second thing Soros and Gates do, according to Laje, is promote a culture of biopolitical control, especially through public health (vaccines, pandemics) and comprehensive sexual education. As we will see, his vision of biopolitics is paranoid but also limited to the control of contagion of agents external to the body (which, if you think about it, is an allegory of ‘national cultural unity’) and sexuality (which one has to consider as ‘penetrative’). In other words, in the first two accusations against Soros and Gates as Marvel-style villains, the problem is ‘being penetrated by external agents,’ and that penetration does not provide a productive hybridization (which is nothing other than the only definition of Argentine culture we could really reach if we use history and reason) but is a ‘contamination.’ The third accusation against Soros and Gates, by Laje, is that of financing social movements and legal reforms that undermine what the author understands as the legitimate authority of the State, patriarchy, the traditional family, and religion. Here, the book enters into a very elementary contradiction since if there is legitimate authority of the State (which he equates with patriarchy, the traditional family, and religion), what we have is a return to traditional concepts of political science that take us back to Max Weber and not to the minimal state as anarchy controlled by the market; instead, the book takes a step back and becomes statist and anti-libertarian, but it does so to think of it not as an entity in flux but closed and whose role is to be the guarantor of the social reproduction of labor in industry, service, and the countryside (since immigration corrupts ethnic purity, as one should understand) and, on the other hand, of soldiers for the defense of the homeland. But this criterion of futuristic masculinism is literally a hundred years old. Today, wars are technological, and labor is on the path to robotization. But the book does not think about the consequences of its assertions; instead, the ‘intellectual’ effort is to transform itself into a pedagogy.
George Soros and Bill Gates, according to Agustin Laje are architects of a process of destabilizing national sovereignties through a supposed globalist agenda.
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But what does Laje want to teach us, or what is his message? Just as anti-Trumpism sees in Donald Trump and Elon Musk two villains seeking to destroy the world economy to, amid an economic depression (this is not stated, of course), eliminate unproductive social groups that generate unnecessary expenses (retirees, HIV-positive individuals, disabled people, etc.), according to this Lajean statist-libertarianism, Bill Gates and George Soros are two villains with a ‘social engineering’ plan aimed at facilitating the transition towards a supranational technocratic governance controlled by global economic elites. In this framework, Soros and Gates not only finance progressive causes but embody the internal enemy of democracies: power without representation.
The discourse of Laje—like that of Benegas Lynch or Milei—thus inscribes itself within a paranoid rhetoric of international far-right, updating the old ghosts of anti-Semitism, anti-communism, and anti-massism in a contemporary key, replacing the ‘Jewish Bolshevik’ with George Soros and the ‘enemy of Western civilization’ with feminism, sexual dissidences, and identity politics. This conspiratorial narrative is not new: it is an updated rereading of the Protocols of the Elders of Zion and social media marketing. It is a discourse almost identical to the one that led to Brexit in England, where the European Community was identified as a bureaucracy that tramples on national sovereignties.
But this discourse is not new in Argentina and has as a precedent Carlos Menem and his alliance with Opus Dei through Rodolfo Barra as Minister of Justice. Barra was responsible for attempting to halt advances in reproductive health and sexual rights, censoring sexual education materials, and limiting women’s autonomy in the name of ‘Christian values.’ In both cases—Barra in the 90s, Laje in the present—what is promoted is not simply a conservative program but a moral crusade founded on the idea that the State must act as a guarantor of a premodern transcendental ethic, contrary to pluralism and self-determination.
What is particularly interesting and brings the Chilean Pinochetist case closer to the Mileist case is that both Opus Dei and the ‘libertarianism’ of Laje share a paradox: they claim to defend individual freedom but impose a heteronormative, hierarchical, and theocratic conception of communal life. What Laje calls ‘social engineering’ by Soros is nothing more than the expansion of rights for those historically excluded from the social contract. But in his inverted logic, inclusion is seen as imposition, and equality as tyranny.
The book is a series of insurmountable contradictions, but listing them (and I have done so in some cases) would be a waste of time, so I will overlook them and point to the heart of its argument, which can be summarized as ‘global identity and pluralism policies seek to trample on the impermeable individual freedoms and sovereign cultural units.’
The interesting thing about Laje’s new book is the major contradiction. A libertarian intellectual who views society from the State against it and despite it. From this point of view, this is Laje’s most grounded book because he is forced, although he does not say it explicitly, to take for granted that libertarianism does not eliminate state control but transforms it: governance is no longer imposed by external restrictions but by fabricating autonomous, responsible, and ‘free’ subjects who self-manage.
From this perspective, the social sciences in the Southern Cone—especially under progressive governments—functioned as a counter-device. With all their contradictions, they were an attempt to resist the securitarian governmentality of the Global North. But that resistance, too, was colonized: it turned into academic bureaucracy, cultural management, and a pedagogy of correctness. Today, in the face of the rise of the new academic right, defending the social sciences requires self-criticism. It means reclaiming their dimension of conflict.
Laje’s new book is, then, a key piece of that reactionary apparatus. It doesn’t seek to illuminate—it seeks to impose order. It doesn’t aim to debate—it aims to discipline. It doesn’t defend freedom—it demands obedience. In the face of this, what remains is to repoliticize language, to imagine futures that do not reproduce themselves, and to sever the link between fear and citizenship.






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