El presidente Javier Milei celebra junto a su círculo íntimo el sorpresivo triunfo de un candidato prácticamente invotable como Manuel Adorni en las elecciones para legisladores en la Ciudad de Buenos Aires, mientras la oposición tradicional (en todo el espectro ideológico) queda relegada.

La victoria de Adorni en las elecciones legislativas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) evidenció algo más profundo que un mero giro “derechista” del electorado porteño.
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La victoria de Manuel Adorni –vocero presidencial– en las elecciones legislativas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) evidenció algo más profundo que un mero giro “derechista” del electorado porteño. Con 30% de los votos, la lista de Milei (La Libertad Avanza) se impuso sobre el peronista Leandro Santoro (27%) y dejó en un lejano tercer puesto a la candidata del macrismo, Silvia Lospennato (15%). Fue una derrota histórica para el PRO de Mauricio Macri en su bastión desde 2007 , agravada por una participación ciudadana bajísima (apenas 53% del padrón, la más baja registrada en una legislativa porteña ). Este resultado no se explica con la simplista etiqueta de “la derecha le gana al progresismo”; más bien, es síntoma de un colapso del orden político tradicional en la Argentina. Los referentes y discursos que estructuraron la vida política reciente –el kirchnerismo/peronismo por un lado, el macrismo institucional por el otro– se han vaciado de contenido y legitimidad. En ese vacío, la ciudadanía porteña volvió a confiar masivamente por el candidato anti-sistema, pintando de violeta (color de LLA). Pero vayamos más a fondo para evaluar por qué Adorni triunfa donde Santoro naufraga, al mismo tiempo que Milei reina como un “significante flotante” en ausencia de liderazgos sólidos.
La victoria del hombre gris (Adorni) y el INCEL (Milei) son síntoma del colapso del orden político tradicional en la Argentina. Los discursos que estructuraron la vida política reciente –el kirchnerismo/peronismo por un lado, el macrismo institucional por el otro– se han vaciado de contenido y legitimidad.
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Cristina Kirchner y un peronismo sin centro de gravedad
El peronismo kirchnerista perdió su eje articulador en el momento en que Cristina Fernández de Kirchner (CFK) optó por salvarse a sí misma antes que al proyecto. Tras ser condenada en 2022 a seis años de prisión por corrupción (causa Vialidad), la entonces vicepresidenta renunció públicamente a cualquier candidatura futura, declarando dramáticamente: “Me quieren presa o muerta, no voy a ser candidata a nada… no voy a estar en ninguna boleta”. Con esta retirada forzada, CFK desactivó el horizonte articulador del peronismo: de un plumazo, el movimiento quedó decapitado de su líder y privado de la narrativa épica que ella encarnaba. Como señaló un análisis de la época, “el peronismo está ahora obligado a reacomodarse, desactivado el eje alrededor del cual se dirimían todas las disputas” . En otras palabras, el justicialismo devino un aparato sin centro real, una maquinaria electoral vacía de la mística o visión de futuro que históricamente le daba cohesión.
Tras la traición de Cristina para salvarse judicialmente, el peronismo devino un aparato sin centro real, una maquinaria electoral vacía de visión de futuro que históricamente le daba cohesión.
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La prioridad de Cristina pasó a ser su propia impunidad por sobre cualquier transformación social: prefirió bajarse del ring antes que arriesgar su libertad
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La prioridad de Cristina pasó a ser su propia impunidad por sobre cualquier transformación social: prefirió bajarse del ring antes que arriesgar su libertad, y ese pacto tácito por su supervivencia terminó de erosionar la credibilidad de su espacio. Algo similar a lo que planteé hace unos días con el idealizado Pepe Mujica. No por casualidad, incluso desde el oficialismo actual se insinúa que CFK ha tranzado con sus viejos enemigos para garantizarse no ir presa. Días antes de estos comicios, el presidente Milei llegó a sugerir que hubo “un acuerdo entre Cristina y Macri” para tumbar la ley de “ficha limpia” (que inhabilitaría a candidatos condenados), del cual “a uno no le convenía por una cuestión electoral y a la otra por una cuestión penal” . Más allá de la veracidad de ese pacto, el mensaje es claro: Kirchner se ocupó de sí misma (evitar la cárcel) y abandonó cualquier pretensión de liderar una épica popular. Sin embargo, no terminó de retirarse y eso acabó de desarmar el proyecto peronista que, en definitiva, era el que garantiza una relación entre afecto y política que Milei pasó a ocupar sin siquiera dudarlo por lo que, el actual Presidente, ni se propuso oponerse al peronismo. Decidió que su enemigo fuera Macri, y esa decisión fue brillante.
CFK nunca terminó de retirarse y operó para Milei quien pasó a ocupar sin siquiera dudarlo, el lugar del peronismo. Su enemigo real fue Macri y esa decisión fue brillante.
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En consecuencia, el Frente de Todos/Unión por la Patria quedó acéfalo y sin relato. Los barones peronistas intentaron una conducción horizontal de emergencia, pero sin el pegamento de un proyecto común: apenas una alianza defensiva de gobernadores, intendentes y sindicalistas administrando la inercia del poder por el poder mismo. Kicillof y el Destape, como lo dije en este blog hasta el cansancio, representan un tipo de elitismo endogamico que no conecta. Sin embargo, esto no responde la gran pregunta que preocupa y es la del contexto apático de la ciudadanía ¿Con qué épica iba a entusiasmar Santoro al electorado porteño viniendo del radicalismo si es evidente que pidió que no se le acerque ningún peronista? La ausencia de CFK dejó al peronismo huérfano de causa y de líder, y su base desmoralizada optó en gran parte por la abstención o la apatía antes que por movilizarse detrás de un delfín sin aura como Kicillof cuya carrera política creo terminó ayer.
¿Con qué épica iba a entusiasmar Santoro al electorado porteño viniendo del radicalismo si es evidente que pidió que no se le acerque ningún peronista? La ausencia de CFK dejó al peronismo huérfano de causa y de líder, y su base desmoralizada optó en gran parte por la abstención.
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Macri y la implosión del discurso institucional
En paralelo, Mauricio Macri implosionó a la vista de todos y solo hizo pone en evidencia su estupidez y su único talento que es el espionaje que, rápidamente, los trolls del gobierno y Santiago Caputo contrarrestaron con AI. Macri proponía algo que no es menor, que es la única verdadera narrativa alternativa de la política argentina: la promesa de la “institucionalidad republicana” y la renovación de la centroderecha. Digo esto porque Cristina se encargo de que no hubiera mas centro izquierda. Hoy la política argentina es una pelea entre diferentes espectros de la centro derecha.
Mauricio Macri implosionó a la vista de todos y solo hizo pone en evidencia su estupidez y su único talento que es el espionaje que, rápidamente, los trolls del gobierno y Santiago Caputo contrarrestaron con AI.
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Tras su presidencia fallida (2015-2019), Macri retomó la centralidad opositora con puño de hierro, maltratando políticamente a cada figura emergente que pudiera hacerle sombra, sacándose fotos en Villa La Angostura, mostrando riqueza y confundiendo soberbia con liderazgo. En lugar de fomentar líderes sucesores, el expresidente optó por la lógica del caudillo celoso: socavó a Horacio Rodríguez Larreta –quien buscaba una línea más moderada– apoyando en 2023 a Patricia Bullrich en una interna feroz, ninguneó a María Eugenia Vidal (otra potencial referente), e incluso en la Ciudad impuso a dedo la candidatura de su primo Jorge Macri como jefe de Gobierno, alguien que, por lo menos, tiene problemas cognitivos.
Tras su presidencia fallida (2015-2019), Macri maltrató políticamente a cada figura emergente que pudiera hacerle sombra, sacándose fotos en Villa La Angostura con la salame ex Primera Dama, mostrando riqueza y confundiendo soberbia con liderazgo.
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Hay diferente tipos de hijos de puta pero Macri hace de ser un hijo de puta un rasgo de su personalidad y eso es muy peligroso porque mientras Milei es hijo de puta en serio pero hace cosplay de Pitagoras, Macri hace cosplay de si mismo. Esto erosionó el capital simbólico de Cambiemos/Juntos por el Cambio, ese lenguaje de institucionalidad clásica (diálogo, modernización, transparencia) que Macri alguna vez enarboló. ¿Con qué cara podía el macrismo seguir pontificando sobre “valores republicanos” si su propio fundador lo redujo a un juego palaciego familiar y ni hablamos de la causa Correo y el uso del caso Levinas? El resultado estuvo a la vista: el electorado porteño, que solía acompañar fielmente al PRO, le dio la espalda.
¿Con qué cara podía el macrismo seguir pontificando sobre “valores republicanos” si su propio fundador lo redujo a un juego palaciego familiar y ni hablamos de la causa Correo y el uso del caso Levinas?
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La lista oficial macrista quedó tercera con el peor desempeño de su historia porteña, e incluso dividida –Larreta, el eterno candidato imposible desde que Esmeralda Mitre lo insulto en la mesa de Mirtha, rompió y armó su propia lista, capturando apenas un 8% –. Si la loca esa te quita legitimidad, tu carrera política está terminada. Así, Macri logró lo impensado: dilapidar 18 años de hegemonía amarilla en la Capital, dejando a su espacio fragmentado y sin credibilidad. Para muchos votantes desencantados de clase media, el discurso “serio” y racional de Juntos por el Cambio se vació de contenido tras promesas incumplidas, ajustes fallidos y rencillas internas de poder. Encima, Macri terminó embarrado en las mismas prácticas que atribuía al peronismo: arreglos opacos, operaciones por conveniencia y sus operaciones de inteligencia mal hechas.
La sospecha o, mejor dicho, certeza de un pacto subterráneo Macri-Cristina para frenar mutuamente iniciativas adversas (como denunció Milei) refuerza la idea de que la antigua grieta ideológica se convirtió en sociedad de autopreservación de la élite política. En definitiva, el macrismo dejó de encarnar una alternativa ética o eficiente; se volvió otro aparato vaciado, incapaz de motivar más que rechazo o indiferencia. Así, el voto anti-peronista más radicalizado huyó hacia Milei, y el moderado se quedó sin referente confiable. Bullrich, ya como ministra de Milei, terminó pidiendo votar a Adorni con tal de frenar a Santoro –un gesto desesperado que simboliza la capitulación del macrismo en su propia casa. La implosión del discurso institucional dejó campo orégano para la anti-política libertaria. Lo increíble de la política argentina actual es que el Rey Desnudo señaló la desnudez de todo el resto del sistema político. Fue una cuestión de timing y como movida fue brillante. Pero… Milei, o sea, el Rey continúa desnudo.
Lo increíble de la política argentina actual es que el Rey Desnudo señaló la desnudez de todo el resto del sistema político. Fue una cuestión de timing y como movida fue brillante. Pero… Milei, o sea, el Rey continúa desnudo.
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Santoro en el vacío: ni traición ni futuro
En este vacío político, la candidatura de Leandro Santoro por el peronismo porteño tenía pocas chances de prosperar. Santoro, un político joven pero ya parte del establishment (ex radical K devenido en hombre de confianza de Alberto Fernández), se encontró representando a un espacio sin norte claro. No podía encarnar una traición redentora ni una esperanza de futuro, dos atributos opuestos pero que suelen catalizar liderazgos exitosos en Argentina. Históricamente, muchos líderes locales rompieron con sus estructuras para ofrecer algo distinto –traicionar al viejo orden como gesto de autonomía– o bien prometieron un futuro alternativo, una utopia. Santoro no hizo ni lo uno ni lo otro porque, como dije en este blog hace unos días, no puede. Si hay algo que Santoro no puede hacer, para decirlo en términos Freudianos, es “matar al padre”. No solo no “mató al padre” sino que hizo campaña sin despegarse del legado kirchnerista, justo cuando este estaba más devaluado que nunca y lo hizo en nombre de la ética. Nadie en su sano juicio puede creerse tal cosa y mucho menos como lema de campaña. Su lema, “Es Ahora Buenos Aires”, sonó vacío: ¿ahora qué, exactamente?
Si hay algo que Santoro no puede hacer es “matar al padre”. Hizo campaña sin despegarse del legado kirchnerista, en nombre de la ética. Su lema, “Es Ahora Buenos Aires”, lo evidenció como descerebrado. Un buen pibe y listo.
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Con CFK fuera de escena y Massa derrotado a nivel nacional, Santoro quedó como rostro de un ex oficialismo residual, tratando de vender una moderación poco convincente casi cobarde en tiempos de polarización rabiosa. No supo (o no quiso) asumir un perfil combativo anti-Milei que lo distinguiera, ni tampoco seducir al votante harto con una épica de cambio. A el y a los lo acompañaron se les nota que tenían miedo. Miedo de qué? El haber confesado ese objeto directo en una oración cuya sintaxis quedó incompleta hubiera sumado, por lo menos, los cinco puntos históricos del peronismo en Capital. Lo suyo no fue moderado sino la tibieza personificada: un candidato correcto, dialoguista y preparado, pero carente de épica y de audacia en un momento que pedía una u otra. El electorado porteño lo castigó con indiferencia.
Lo de Santoro no fue moderado sino tibio y hasta cagón: un candidato correcto, dialoguista y preparado, pero carente de épica y de audacia en un momento que pedía una u otra. El electorado le fue indiferente.
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Aun con la oposición tradicional dividida, Santoro no logró capitalizar el escenario para dar al peronismo su primer triunfo en la Ciudad en 32 años. Lo que no se le puede perdonar a esta actitud es que no es que convenció ideologicamente sino que no levanto a la gente de la cama para ir a votar. Muchos de sus potenciales votantes simplemente no fueron a votar –de nuevo, la participación bajísima lo sugiere –, y otros prefirieron opciones más radicales (ya sea Milei/Adorni por la derecha populista, o la izquierda trotskista que retuvo una banca). En pocas palabras, Santoro representó el pasado sin ser histórico ni el futuro sin ser novedoso. En la política argentina actual, tan teatral y extrema, su moderación careció de la autoridad disruptiva que podría hacerla atractiva (a ella, la Santora). El genero femenino no pretende insultar a nadie sino que es una licencia irónica atrevida.
En la política argentina actual, tan teatral y extrema, la moderación de la Santora careció de la autoridad disruptiva. El genero femenino no pretende insultar a nadie sino que es una licencia irónica atrevida que me tomo filosóficamente.
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Santoro terminó siendo un buen alumno en el aula vacía: alguien que puede razonar a lo Lilita (mientras esta se volvía loca en cámara en un canal de cable del interior… patética), pero al que nadie escucha porque la clase quiere ver la pelea entre los bullies en el patio. Está imagen es clave y lean mi reseña de Adolescence de Netflix porque creo ahí está la clave de la elección. Santoro no traicionó a nadie (lo cual habla bien de su lealtad, pero mal de su olfato en un país que a veces premia al que rompe el molde) y tampoco ofreció un horizonte que genere afecto. Su derrota ante Adorni, un outsider mediático sin trayectoria política tradicional y realmente invotable, refleja una realidad cruel: no hay lugar para la moderación desprovista de carisma que le asegura a Leopoldo Moreau influencia a perpetuidad o narrativa en medio del derrumbe sistémico. La familia Moreau falleció ayer políticamente.
El miedo de Santoro mostró que la moderación desprovista de carisma que le aseguraba a Leopoldo Moreau influencia a perpetuidad se acabó. La familia Moreau falleció ayer políticamente.
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Milei como significante flotante: la hegemonía del anti-sistema
Frente a la implosión de los viejos polos, Javier Milei y su movimiento libertario ocuparon el centro de la escena no tanto con una figura sólida, sino más bien como un significante vacío que aglutina el desencanto. La campaña de Milei/Adorni redujo la contienda a una simple antinomia moral: “el modelo de la casta, de los privilegios, de unos pocos, vs. el modelo de la libertad”. Y, tal como proclamó eufórico Adorni la noche de la elección, “hoy ganó la libertad, una vez más” . Esta dicotomía maniquea –Casta vs. Libertad– es un ejemplo de libro de lo que Ernesto Laclau llamaría un significante flotante: un término vacío de contenido preciso, pero cargado de afecto y abierto a múltiples interpretaciones. ¿Qué es exactamente “la Libertad” que ganó? Para unos será bajar impuestos, para otros echar a los políticos “chorros”, para otros liberarse del kirchnerismo, o simplemente expresar enojo contra el status quo. Milei ha logrado que “Libertad” funcione como contenedor de todas las frustraciones y esperanzas difusas de una sociedad agobiada. Su propia figura personal –excéntrica, estridente, heterodoxa– importa menos que lo que simboliza. En efecto, Milei no opera como un estadista concreto, sino como un receptáculo de deseos negativos (que se vayan los que estaban) y utopías simplistas (un país sin “parásitos” políticos, con mercado total y orden). Tengo una idea para convertir a Milei en Perón pero no la voy a decir para no alimentar a las fieras pero la figura del Emperador Romano en el Circo Maximo con el que lo relacionan es tan pero tan errada precisamente porque ese un ‘significante flotante’. Milei no gana ni por carismático ni por violento sino porque ha logrado descorporizarse. Si esto es parte de una estrategia es de lo mas brillante de los últimos tiempos.
Milei no opera como un estadista concreto, sino como un receptáculo de deseos negativos (que se vayan los que estaban) y utopías simplistas (un país sin “parásitos” políticos, con mercado total y orden).
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Milei no gana ni por carismático ni por violento sino porque ha logrado descorporizarse. Si esto es parte de una estrategia es de lo mas brillante de los últimos tiempos.
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En términos de liderazgo clásico, Milei no ocupa el rol del líder tradicional: carece de un partido estructurado en territorios, improvisa decisiones de gobierno y sostiene ideas radicales difíciles de implementar. Pero su hegemonía discursiva sigue vigente porque, en la comparación, nadie encarna mejor el rechazo a “lo de siempre” y ademas las balas no le llegan porque él siempre tiene una Evita a mano tras la que refugiarse y cuando la bala lo está por tocar se descorporiza. Milei es un experimento demasiado sofisticado para estar pensando esto. Tampoco es Santiago Caputo quien piensa. Esto viene de afuera. Argentina como laboratorio.
A Milei, las balas no le llegan porque él siempre tiene una Evita a mano tras la que refugiarse y cuando la bala lo está por tocar se descorporiza como un superhéroe o un fantasma. Argentina como laboratorio.
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Milei es la hegemonía del anti-sistema: mientras los demás se derrumban, el que grita “¡Que se vayan todos, viva la libertad carajo!” reina en la mente de un electorado desesperanzado. Milei se convierte así en un item cultural más que en un político, una suerte de performer que canaliza la catarsis colectiva. Sus votantes –y aquellos que apoyaron a Adorni en la Ciudad– quizá no estén de acuerdo en todos los detalles de su programa (muchos ni lo conocen ni les importa), pero comulgan con la emoción que Milei encarna: la furia contra algo que no saben qué es y la ilusión de una solución mágica que rompa el molde. Hasta que no surja un contra-hegemón que ofrezca orden y moderación a la vez, Milei seguirá capitalizando esta licencia social para el delirio. Ahora vienen los muertos.
Hasta que no surja un contra-hegemón que ofrezca orden y moderación a la vez, Milei seguirá capitalizando esta licencia social para el delirio. Ahora vienen los muertos.
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Moderación y autoridad: el fantasma de un nuevo “rosismo”
La paradoja de la Argentina actual es que, tras dinamitar los diques del sistema, el péndulo podría terminar clamando por orden. La hegemonía de Milei como significante flotante persiste en gran medida por falta de una oposición creíble que conjugue moderación con autoridad. Hoy no existe un referente político que sea a la vez razonable en las formas y contundente en el liderazgo. Los moderados carecen de liderazgo fuerte, y los fuertes carecen de moderación. Esa combinación –una figura capaz de encauzar el país sin estridencias pero con mano firme– evoca inevitablemente el fantasma histórico de Juan Manuel de Rosas. Salvando las distancias de época, el rosismo fue en el siglo XIX una respuesta autoritaria a un período de anarquía: un caudillo que impuso orden conservador tras años de descalabro institucional. Algo de ese anhelo oscuro parece recorrer el inconsciente colectivo argentino actual. Mientras Milei extrema la volatilidad, muchos se preguntan si no terminará emergiendo “un Rosas posmoderno”: alguien que, frente al caos y la inflación, ofrezca paz y estabilidad a cualquier costo, y a la vez sea suficientemente aceptable para la mayoría harta de experimentos. Por ahora, esa figura no se vislumbra. Ningún dirigente tradicional cuenta con la confianza popular necesaria ni con la espalda para ejercer autoridad sin derivar en autoritarismo. Pero la historia argentina enseña que los vacíos de poder prolongados suelen engendrar nuevos órdenes personalistas.
Mientras Milei extrema la volatilidad, muchos se preguntan si no terminará emergiendo “un Rosas posmoderno”: alguien que, frente al caos estabilidad a cualquier costo. Por ahora, ningún dirigente tradicional cuenta con espaldas para ejercer autoridad sin derivar en autoritarismo.
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En conclusión, el triunfo de Adorni sobre Santoro en la Ciudad no es una simple victoria de “la derecha” sobre “el progresismo”, sino la expresión electoral de un derrumbe más amplio. Cuando Cristina negocia su inmunidad y vacía de contenido al peronismo , y Macri devora a sus propios delfines vacíos de credibilidad al macrismo, el tablero queda patas arriba. Los votantes porteños, huérfanos de liderazgos confiables, optaron por el síntoma antes que por el remedio: votaron contra algo más que a favor de alguien. Adorni no ganó por mérito propio, sino porque representó el vehículo de Milei, y Milei a su vez representó la negación de sí mismo. Milei funciona como espejo roto de un sistema roto: cada quien ve en él el reflejo de su hartazgo. Es un espejo que no permite un tipo de identificación que al ciudadano lo habilitar a crecer sino que lo paraliza. Milei es la Medusa que nos convierte en piedra pero no podemos parar de mirarlo. Santoro, lamentablemente, quedó como lo que es; una paradoja ética que quizo dar lecciones de moral; portador de una política “normal” que hoy casi nadie desea. La política del Destape Web.
Adorni no ganó por mérito propio, sino porque representó el vehículo de Milei, y Milei a su vez representó la negación de sí mismo. Milei funciona como espejo roto de un sistema roto: cada quien ve en él el reflejo de su hartazgo.
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Si lo que dije hasta ahora parece celebratorio no debería serlo. La Argentina de hoy camina al borde del abismo y habita un purgatorio peligrosísimo: hasta que no aparezca un nuevo consenso con liderazgo firme pero sensato, el vacío lo seguirá llenando el grito libertario que no es simplemente un grito sino que viene con golpes, amenazas y te deja discapacitado. En ese grito, por ahora, se reconocen los desencantados de todas las tribus ideológicas. Adorni en Buenos Aires fue apenas el mensajero de ese grito y que haya ganado después del escándalo del caso LIBRA habla de la irracional estupidez del porteño que no logro forzar a la clase política a dar una oferta más viable. Lo realmente notable es el silencio atronador de quienes solían encarnar la palabra política con mayúsculas. En ese silencio –de Cristina, de Macri, de la dirigencia tradicional atónita– resuena el eco de un colapso. Y mientras el eco siga, Milei seguirá tocando su violín libertario sobre las ruinas del viejo orden, hasta que de entre esas ruinas surja algo o alguien capaz de desafiar su música. Milei es Nerón pero ahora tiene que construir la Casa Dorada en el preciso lugar en el que estaba el Coliseo Romano y también tiene que coleccionar las mejores estatuas del pasado helenistico y griego. A Milei no le da para ser Nerón pero posiblemente quemar Roma sea un legado no tan negativo después de todo.
A Milei no le da para ser Nerón pero posiblemente quemar Roma sea un legado no tan negativo después de todo.
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