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Mecenazgo y Evasión en la Era Ozempic
Las imágenes de Instagram de Ama Amoedo —excesivamente flaca por el uso de Ozempic, con sandalias enormes— la muestran hermosa. Una sirena kitsch cuyo principal logro es la riqueza y su intento de transformar una casa con piso barato, obras dudosas, invitados mediocres y un recital forzado en un salón que funciona como espejo narcisista. El abuso de Ozempic —una droga creada para la diabetes tipo 2 que suprime el apetito— transforma su cuerpo en símbolo de una elite cultural que, lejos de romper con la dictadura, la prolonga en clave biopolítica. Su delgadez, a esa edad, no remite al esfuerzo físico ni al bienestar: es símbolo de clase. Lejos quedaron los años de Jane Fonda o María Amuchástegui en ATC. Hoy, el régimen es farmacológico: el cuerpo ya no se trabaja, se inyecta.
Las imágenes de Instagram de Ama Amoedo —excesivamente flaca por el uso de Ozempic transforma su cuerpo en símbolo de una elite cultural que, lejos de romper con la dictadura, la prolonga en clave biopolítica.
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Ozempic medicaliza el deseo y homogeneiza el cuerpo. Su principio activo —la semaglutida— actúa sobre el cerebro regulando la saciedad. Celebridades y empresarios lo adoptan como una forma de control estético silencioso, semanal e inyectable. No es sólo un fármaco, sino un artefacto de biopolítica emocional: despolitiza la delgadez para volverla clase. Mientras tanto, los cuerpos discapacitados, envejecidos o pobres mueren de hambre y soledad.
Ozempic no es sólo un fármaco, sino un artefacto de biopolítica emocional: despolitiza la delgadez para volverla clase. Mientras tanto, discapacitados, viejos y pobres mueren de hambre y soledad.
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Chupar Medias como Contra-Cultura
Este nuevo régimen de intervención farmacológica sobre el cuerpo encuentra eco en figuras como Ama, que no se limita a modelar su imagen: la estetiza hasta volverla decorado. Ya lo decía Freud: el narcisismo secundario busca una reparación, pero se vuelve adicción al elogio. André Green hablaría de un yo colonizado por proyecciones benévolas que silencian el deseo. Vivir halagado no es vivir amado, sino corregido: es depender de una deuda simbólica sin fin. La máscara se vuelve la cara. La cámara de ecos en la que Ama vivió espera activarse con cada publicación, pero el unicornio que encarnaba se ha convertido en un bombón de marzipan. Un objeto bello, dulce, sin historia.
La cámara de ecos en la que Ama vivió espera activarse con cada publicación, pero el unicornio que encarnaba se ha convertido en un bombón de marzipan. Un objeto bello, dulce, espectral.
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Ama fue, durante años, coleccionista y ‘artista’ de unicornios kitsch. Pero lo que en los bestiarios medievales funcionaba como alegoría espiritual —lo indomable, lo puro, lo sacrificado—, en su obra se volvió decoración sentimental. El unicornio, que en Through the Looking-Glass ya simbolizaba el absurdo de la lógica victoriana, es ahora un símbolo del absurdo curatorial. En lugar de conflicto, proyección; en lugar de historia, protocolo. Ama no heredó sólo la fortuna de Amalita: heredó su gesto. Como Amalita coleccionó a Warhol, ella colecciona a Benito Laren: otro artista convertido en alter ego. Un Warhol sudamericano, sin Factory, con brillantina y videocasetera. Laren es su propio marco y Ama, su coleccionista, devuelven la imagen como gesto de autocuidado estético. Pero mientras Amalita consolidaba poder, Ama reparte afecto domesticado.
Como Amalita coleccionó a Warhol, Ama colecciona a Benito Laren: otro artista convertido en su propio alter ego. Un Warhol sudamericano. Mientras su abuela amarrocaba, Ama reparte afecto domesticado.
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Kitsch de Amos y Esclavos: Dos Tipos de Ciudadanía.
En su intento de capturar lo disruptivo del kitsch rojasiano, Ama vacía de conflicto ese archivo. A pesar de tener como invitado a Francisco Lemus, reescribe esa historia bajo un feminismo de postal que nunca caracterizó al Rojas. Las mujeres —como Magdalena Jitrik, histórica co-curadora— fueron sistemáticamente invisibilizadas en favor de los varones gays elevados a íconos. Hoy, Ama parece cansada incluso de ese gesto y vira hacia el cine: las imágenes de su última fiesta evocan la Academia, con su escenografía solemne y su estética de premios. El kitsch que en los ‘90 funcionaba como archivo de disidencia y dolor, es ahora dispositivo de negación. Kundera lo había definido: el kitsch es la negación absoluta de la mierda.
Ama entendió bien cómo funciona la elite cultural argentina: obscenidad, negación de impuestos y administración de símbolos. Desde su mudanza a Uruguay en 2020 y su renuncia repentina a arteBA por “motivos personales”, su trayectoria responde más a los movimientos de capital que al compromiso cultural. Su cercanía familiar con Alfonso Prat Gay —ex JP Morgan, ex Loma Negra, ex ministro— explica su timing. Durante la gestión del Frente de Todos, Prat Gay apoyó el impuesto a la riqueza. Pero para entonces, la fortuna de Loma Negra ya se había fugado del país. Ama, supuestamente, también.
Ama es la elite cultural argentina: obscenidad, negación de impuestos y continuidades. Desde su mudanza an Uruguay y su renuncia a arteBA por “motivos personales”, su trayectoria responde más a los movimientos de capital que al compromiso cultural.
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Prat Gay, como Macri y Fernández, operó al servicio de los bancos y fondos de inversión. Su continuidad evidencia que en Argentina los verdaderos dueños son siempre los mismos. El 17 de diciembre de 2015, Prat Gay devaluó el peso un 42 %; en 2018, bajo Luis Caputo, el dólar duplicó su valor en tres meses. El día anterior, Caputo se reunió con Facundo López Minujín, representante de JP Morgan, en lo que podría constituir un caso de insider trading. Poco después, López Minujín fue ascendido a director para América Latina. ¿Ama aprovechó la información? ¿Cambió pesos por dólares en el momento justo? ¿Evitó pagar el impuesto a la riqueza?
Su ex empleado Prat Gay, como Macri y Fernández, operó al servicio de los bancos y fondos de inversión. Su continuidad evidencia que en Argentina los verdaderos dueños son siempre los mismos.
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Las relaciones entre los apellidos Amoedo, Fortabat y Minujín no terminan ahí. En 2004, Marta Minujín fue detenida en Ezeiza con 12 gramos de cocaína. La causa fue reducida, alegando “consumo personal” pese a que la cantidad excedía ampliamente ese criterio. Recibió probation. Hoy, Marta es homenajeada por instituciones públicas, sin recordar el fallo benevolente ni la protección simbólica de la que gozó. Su caso revela el doble estándar del arte argentino: moralismo para castigar al enemigo, impunidad para los aliados del decorado.
En 2004, Marta Minujín fue detenida en Ezeiza con 12 gramos de cocaína. La causa fue reducida, alegando “consumo personal” pese a que la cantidad excedía ampliamente ese criterio
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Durante los años del kirchnerismo, se impusieron restricciones a la importación y exportación de obras de arte. El coleccionismo fue demonizado. Ama, para evitar impuestos, habría dejado su colección en una fundación propia. El modelo es claro: disfrazar optimización fiscal de vocación cultural. Su renuncia a arteBA fue coreografiada por el juez Bruzzone, también amigo cercano, para denunciar una “resistencia interna” a su visión. Detrás, el verdadero conflicto era entre los supuestos progresistas (Bruzzone, Prat Gay) que defendían el impuesto, y los macristas como Alec Oxenford, hoy premiado con una embajada. Los libertarios, en ese contexto, eran los progresistas, porque querían subsidios directos para las galerías. Así, el progresismo artístico terminó siendo una forma de mafia blanqueada con estética.

Ama Vampírica by Murnau
Ama, artista. Ama, mecenas. Ama, proyección. Su figura es hoy un dispositivo performático de negación. Como dice Lacan, donde el sujeto cree ser visto, en verdad está capturado. No vive: actúa. No desea: complace. Su Instagram —repleto de filtros, frases espirituales, cuerpos editados— no enuncia una identidad, sino la disolución de un yo expropiado. El elogio constante no la construye, la vacía. Mientras tanto, rodeada de figuras como Mirtha Legrand o Graciela Borges, Ama reencarna en la elite cultural argentina el retorno eterno de una oligarquía que nunca se fue. Kitsch, unicornio, cine, Ozempic: todo forma parte de un decorado que se maquilla con estética mientras esconde los espantos.
Ama, artista. Ama, mecenas. Ama, proyección. Su figura es hoy un dispositivo performático de negación. Como dice Lacan, donde el sujeto cree ser visto, en verdad está capturado. No vive: actúa. No desea: complace.
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Ama Amoedo: Kitsch Unicorn, Ozempic, and the Art of the Decorated Elite
The Instagram images of Ama Amoedo — excessively thin from Ozempic use, wearing absurdly oversized sandals — show her as beautiful. A kitsch mermaid whose greatest achievement is her inherited wealth, attempting to transform a house with cheap flooring, dubious artworks, mediocre guests, and a concert in a gallery-like living room that serves as a mirror where her own qualities are projected back to her. Her use of Ozempic — a drug originally developed for type 2 diabetes that suppresses appetite — turns her body into a symbol of the Argentine cultural elite’s dualism: an elite that extends, rather than breaks from, the military dictatorship, now through biopolitical means. That silhouette at her age is not the result of physical effort, but of class. We are far from the militant 1970s of Jane Fonda or María Amuchástegui on Argentine public TV. Today, the regime is pharmacological: the body is no longer worked — it is injected.
Today, the regime is pharmacological: the body is no longer worked — it is injected.
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Ozempic medicalizes desire and homogenizes the body. Its active ingredient — semaglutide — acts on the brain’s satiety receptors. Celebrities, executives, and influencers have embraced it as a tool for aesthetic control: discreet, weekly, injectable. It’s not just a drug — it’s a new form of soft biopolitics: it depoliticizes thinness in order to reclass it. It reinforces aesthetic hegemony through unequal access to pharmacology. Meanwhile, disabled bodies, the elderly, and the poor starve — in isolation, in silence.
Ozempic is not just a drug — it’s a new form of soft biopolitics: it depoliticizes thinness in order to reclass it. It reinforces aesthetic hegemony through unequal access to pharmacology.
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This new pharmacological regime finds its perfect subject in Ama, who doesn’t just mold her image — she decorates it. Freud wrote that secondary narcissism is a return of libido to the ego in search of repair, but such repair often becomes addiction to praise. André Green would speak of a self colonized by benevolent projections that ultimately mute desire. To live flattered is not to live loved, but to live corrected — caught in a never-ending symbolic debt. The mask becomes the face. Ama’s digital performance of eternal youth waits for the echo chamber to light up again — but the unicorn has turned into a marzipan candy: sweet, ornamental, and hollow.
To live flattered is not to live loved, but to live corrected — caught in a never-ending symbolic debt. The mask becomes the face.
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Ama spent years producing and collecting kitsch unicorns. But what once functioned, in medieval bestiaries, as a symbol of spiritual sacrifice and the untameable sacred — and what Through the Looking-Glass later twisted into absurd Victorian logic — now becomes sentimental decor. The unicorn is no longer a spiritual allegory or an ironic device; it’s an Instagram filter. Ama did not just inherit Amalita’s fortune — she inherited her performative stance. As Amalita collected Warhol, Ama collects Benito Laren: a performative pop artist, a self-fashioned Argentine Warhol without the Factory, just glitter, VHS, and feigned madness. Laren is his own frame, his own happening. And Ama, as his collector, returns the image to the public as curatorial self-care. But whereas Amalita consolidated personal power, Ama distributes aestheticized affection. Warhol turned commodities into image; Laren turns image into popular desire, and Ama reprocesses it as aesthetic therapy.

In trying to inherit the disruptive power of Rojas-era kitsch, Ama erases its pain. Even with Francisco Lemus among her guests, she rewrites that archive through an institutionalized, saccharine feminism that never characterized the Centro Rojas. Women like Magdalena Jitrik — its historical co-curator — were systematically erased in favor of gay men elevated to iconic status. Now, Ama seems tired even of that pose and shifts toward a new form of affective domestication: cinema. Her latest party images evoke not a celebration of art, but a scenographic simulation — an “Academy of Arts” where aesthetics is ceremony, and politics, a script for awards.

Ama understands something essential about Argentina’s cultural elite: that wealth, when obscenely displayed and tax-free, must be aestheticized to be tolerated. Her 2020 resignation from the presidency of arteBA and subsequent move to Uruguay were framed as “personal reasons,” but coincided with the surprise announcement of a wealth tax. Her family advisor, Alfonso Prat Gay — former Loma Negra employee, ex-Minister of Economy, and longtime JP Morgan contact — was well positioned to offer strategic suggestions. Argentina was already functioning as a laboratory of wealth transfer policies, and in those circles, Macri, Massa, and possibly even Cristina played along.

Prat Gay’s continuity across opposing administrations reveals the true structure of power: international finance, not ideology. In December 2015, he oversaw a 42% devaluation. In 2018, under Toto Caputo, the peso plummeted again, doubling the dollar’s price in three months. The day before, Caputo allegedly met with JP Morgan’s Argentina director, Facundo López Minujín — an act that would qualify as insider trading. Shortly after, Minujín was promoted to regional director for Latin America. Was Ama tipped off? Did she convert pesos to dollars at the right moment? Did she evade the wealth tax and capital controls? The questions hover in silence.

The surnames Amoedo, Fortabat, and Minujín are not just economic — they are cultural codes. In 2004, Marta Minujín was detained at Ezeiza airport with 12 grams of cocaine hidden in her underwear. While this exceeds Argentina’s threshold for personal use, the case was minimized and suspended under the condition of “rehabilitation.” Minujín was spared a sentence. Today, she is publicly celebrated by institutions like the Museo Moderno, led by Victoria Noorthoorn — herself in the same post for two decades, never subject to an open call. The impunity of legacy names is structural. The Argentine art world moralizes only to protect its own.
The surnames Amoedo, Fortabat, and Minujín are not just economic — they are cultural codes. In 2004, Marta Minujín was detained at Ezeiza airport with 12 grams of cocaine hidden in her underwear.
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During the Kirchner years, the import and export of artworks was restricted and collecting was demonized. Ama’s family avoided taxes by placing her collection in a foundation. It’s a familiar formula: tax avoidance disguised as philanthropy. Her arteBA resignation was choreographed by her close friend, Judge Bruzzone, to stage an “internal resistance” to her proposals. Behind the scenes, the real conflict was between so-called “progressives” (Bruzzone, Prat Gay) and Macri-aligned figures like Alec Oxenford — now rewarded with a diplomatic post in the U.S. While Oxenford demanded direct state subsidies for galleries, the “libertarians” called for austerity. Subsidies for Benzacar galleries, cutbacks in hospitals. The art world as mafia — aestheticized, defended, and institutionalized.
Ama Amoedo’s family avoided taxes by placing her collection in a foundation. It’s a familiar formula: tax avoidance disguised as philanthropy.
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Ama, artist. Ama, mirror. Her artistic practice focused obsessively on objects of purity and fantasy. But her use of kitsch never sought conflict or contradiction. Without formal artistic training, she embraced kitsch as visual comfort. Yet kitsch, as Milan Kundera warned, is the denial of shit — the denial of absurdity, death, contradiction. Kitsch is not decorative taste: it’s the anesthetic of history. And Ama’s kitsch is all negation: unicorns, childhood tokens, Pinterest wisdom. The Rojas-era political kitsch — full of queer pain and AIDS crisis shadows — is gone. What remains is denial, nostalgia, curation-as-therapy.
Yet kitsch, as Milan Kundera warned, is the denial of shit — the denial of absurdity, death, contradiction. Kitsch is not decorative taste: it’s the anesthetic of history.
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In the end, Ama’s production is not aesthetic — it’s symptomatic. Surrounded by enablers, cosplaying youth alongside Graciela Borges and Mirtha Legrand, she now performs a vampiric fantasy of eternal beauty powered by pharmacology and projection. Her final metamorphosis is not artistic, but chemical. What remains is not the unicorn, but the marzipan mask: soft, sweet, self-cannibalizing. The camera is still rolling. The audience, however, has moved on.
Ama Amoedo’s production is not aesthetic — it’s symptomatic. Surrounded by enablers, cosplaying youth alongside Graciela Borges and Mirtha Legrand, she now performs a vampiric fantasy of eternal beauty powered by pharmacology and projection.
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