La teatralización mística del neoliberalismo y la política como exorcismo

En el escenario del templo evangelista, Javier Milei no reza: administra exclusiones. Mientras los fieles tiemblan, gritan y se desmayan, se organiza una política de purificación afectiva donde el otro —el zurdo, el puto, el extranjero, el pobre— debe ser eliminado para que el “nosotros” respire. Este no es el regreso al cristianismo de las catacumbas, sino un espectáculo inmunológico de poder sin comunidad, sin justicia y sin lenguaje compartido.

En el escenario del templo evangelista, Javier Milei no reza. Este no es el regreso al cristianismo de las catacumbas, sino un espectáculo inmunológico de poder sin comunidad, sin justicia y sin lenguaje compartido.

Cuando Javier Milei sube al escenario del templo evangélico, no está rezando. Está administrando inmunidad. No hay comunidad allí, no hay cuerpo místico que se abre al otro. Hay regocijo en el trance, en el desmayo, en el castigo. Éxtasis místico de pobres mediante el que se reclama pertenecer a una idea de “nosotros” que necesita enemigos para respirar. Los aplausos no celebran un milagro: celebran una exclusión. Los evangelistas son los benditos, Milei es el elegido (aunque se proclame judío o algo parecido), y como José, el padre de Cristo, es casto, como María.

Los aplausos no celebran un milagro: celebran una exclusión. Los evangelistas son los benditos, Milei es el elegido (aunque se proclame judío o algo parecido), y como José, el padre de Cristo, es casto, como María.

El evangelismo de las nuevas derechas no busca volver a los orígenes del cristianismo. No hay gesto franciscano ni ética del cuidado. Lo que hay es una espectacularización de la pureza frente a los mestizos. Posesión, hablar en lenguas, ojos blancos, sudor. Es candomblé neoliberal sin sincretismo ni tolerancia nordestina: un sistema de inmunización afectivo que reconfigura el bien y el mal como categorías operativas. No para dialogar, sino para identificar. Y castigar.

El evangelismo de las nuevas derechas no busca volver a los orígenes del cristianismo. No hay gesto franciscano ni ética del cuidado. Lo que hay es una espectacularización de la pureza frente a los mestizos.

Una escena repetida: exclusión, migración y espectáculo

La escena se repite en distintos puntos del Cono Sur, donde las nuevas derechas abrazan el evangelismo no como religión sino como dispositivo afectivo. Pero también como contención simbólica ante una inmigración venezolana, fronteriza y desesperada, que ahora se suma a la desesperación vernácula. La alianza entre evangelismo y migración fue iniciada por el post-macrismo larretista, y hubo columnas falangistas venezolanas dentro del mileísmo que hicieron del odio al extranjero una bandera. ¿Contradicción? No: mano de obra barata para precarizar de hecho los contratos laborales, sobre todo en el sector servicios.

El post-macrismo larretista tuvo columnas falangistas venezolanas que el mileismo le sacó. Esos venezolanos hicieron del odio al extranjero una bandera. ¿Contradicción? No: mano de obra barata para precarizar los contratos laborales en el sector servicios.

En este contexto, la liturgia importa menos que el espectáculo. Los gestos de purificación son actos de inmunización colectiva. Y Milei, cada vez más aislado, parece buscar en esa mística su último blindaje. Mientras J.P. Morgan le dice a sus socios caputenses que retiren sus dólares, Morgan Stanley anuncia el colapso, y Caputo evalúa su renuncia, Milei se refugia en un sistema de fe que no salva: separa.

Cuando la inmunidad se autodestruye

Como advierte Roberto Esposito, cuando la autoprotección se vuelve total, deja de proteger y empieza a destruir. Ya no se trata de preservar lo común, sino de blindarse contra toda alteridad. En ese punto, lo evangélico deja de ser religión para volverse sistema inmunológico: una tecnología de producción de sentido mediante la exclusión. No hay justicia ni ley común: hay lex —norma cerrada, insensible, drogada— que dice quién es salvado y quién no.

Como advierte Esposito, cuando la autoprotección se vuelve total, deja de proteger y empieza a destruir. Ya no se trata de preservar lo común, sino de blindarse contra toda alteridad. En ese punto, lo evangélico deja de ser religión para volverse sistema inmunológico

Niklas Luhmann lo entendió antes que nadie: los sistemas sociales no necesitan sujetos para funcionar. No comunica el pueblo ni el creyente: comunica la comunicación misma, que se reproduce a través de códigos cerrados. La contradicción —Milei, un libertario invocando a un Dios padre omnipotente— no desestabiliza el sistema. Lo alimenta. Genera reacción sin cognición. Y en ese clima, toda discusión es combustible: no se piensa, se expulsa.

Niklas Luhmann lo entendió antes que nadie: los sistemas sociales no necesitan sujetos para funcionar. No comunica el pueblo ni el creyente: comunica la comunicación misma, que se reproduce a través de códigos cerrados.

El otro como chivo expiatorio: una estética del castigo

El inmigrante, el zurdo, el mapuche, el puto: todos forman parte de una iconografía expulsable que alimenta la identidad cerrada del grupo. El sistema inmunológico no se define sólo por lo que conserva, sino por el regocijo de aquello que puede eliminar. De ahí nacen los sueños imperiales de los seguidores falangistas de Milei: lo imaginan como gladiador, emperador, león. Pero el sueño no es imperial: es de circo. No hay imperio sin ejército. Sólo hay espectáculo y hambre. Y si hay esclavos, no son extranjeros: son más argentinos que los argentinos.

El sistema inmunológico no se define sólo por lo que conserva, sino por el regocijo de aquello que puede eliminar. De ahí nacen los sueños imperiales de los seguidores falangistas de Milei: lo imaginan como gladiador, emperador, león.

Ahí está el núcleo del evangelismo político: gozar del mal. No porque lo venza, sino porque lo necesita. El mal permite que el bien se vuelva espectáculo. Sin zurdos no hay salvación. Sin travestis no hay redención. Sin extranjeros ilegales que justifiquen un FBI vernáculo, no hay patria.

De la comunidad al búnker

El evangelismo político no construye comunidad: construye búnker. Lo que parece una comunión es en realidad un sistema inmunológico que impide el contacto con lo otro. Como dice Esposito, se pasa de communitas a immunitas: se deja de compartir la herida para sellar todo punto de fuga. El templo ya no es un lugar de encuentro, sino una burbuja térmica, un call center emocional donde se reza pero no se escucha. Milei no predica: exorciza.

Como dice Esposito, se pasa de communitas a immunitas: se deja de compartir la herida para sellar todo punto de fuga. El templo ya no es un lugar de encuentro, sino un call center emocional donde se reza pero no se escucha. Milei no predica: exorciza.

Autoexplotación emocional y meritocracia mística

El evangelismo de mercado tardo-mileísta no ofrece justicia, ofrece autoayuda. Cada temblor es una inversión emocional: llorás hoy, prosperás mañana. La pobreza no se combate, se sublima. El hambre no se denuncia, se ayuna. El desempleo no se discute: se espiritualiza como prueba divina.

Así, el presidente libertario aparece como figura del Antiguo Testamento: iracundo, punitivo, redentor. No es política: es destino. Y lo evangélico no lo domestica, lo traduce. Lo convierte en un profeta proto-bíblico, una máquina que no necesita contenido coherente porque su lógica no es argumental: es inmunológica.

El presidente libertario aparece como figura del Antiguo Testamento: iracundo, punitivo, redentor. No es política: es destino.

El pastor mesiánico que exorciza en vez de gobernar

Desde el principio, Milei no buscó convencer: buscó purgar. Cada insulto es un acto de limpieza simbólica. Zurdos, mapuches, queer, pobres: todos deben ser expulsados para que la nación se sane. No hay adversarios, hay sujetos impuros. No hay debate: hay exorcismo.

Zurdos, mapuches, queer, pobres: todos deben ser expulsados para que la nación se sane. No hay adversarios, hay sujetos impuros. No hay debate: hay exorcismo.

Milei nunca dejó de hablar en lenguas. Su economía es un balbuceo hermético que sólo cobra sentido cuando el Gordo Dan lo traduce con la autoridad de una secta. La política ya no comunica: inmuniza. Y lo que comunica no es Milei, ni el pastor, ni el pueblo: es el sistema inmunológico del poder.

Red Carpet del Apocalipsis

El evento evangelista al que asistió Milei parecía más una entrega de premios que una misa. Todos aplaudiendo, maquillaje matinal, biblias en mano, bocas abiertas para la selfie celestial. El pastor hablaba en lenguas y Milei asentía como si entendiera. Más que un culto, era una gala de inmunizados VIP. Pero esta vez, algo no termina de inmunizarse. Hay una falla en el sistema. Tal vez el Espíritu Santo no pague las cuentas. Tal vez el algoritmo de las Fuerzas del Cielo ya no sirva como firewall. Tal vez el cuerpo social, aunque devastado, empiece a rechazar el suero del delirio.

Pero esta vez, algo no termina de inmunizarse. Hay una falla en el sistema. Tal vez el Espíritu Santo no pague las cuentas. Tal vez el algoritmo de las Fuerzas del Cielo ya no sirva como firewall. Tal vez el cuerpo social, aunque devastado, empiece a rechazar el suero del delirio.

4 respuestas a “Milei en el Templo: Evangelismo, Inmunidad y Exorcismo”

  1. Nilda L Garcia

    Hola Rodrigo. Como va? Tanto tiempo…Muy buen analisis,compartime tus columnas.Un cariño!!!

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  2. subscribite que es gratis. abajo de todo o pasame tu email

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  3. Alegría grande volver a leerte ! Cariños Rodrigo, abrazo fuerte !

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  4. Excelente. Tirando del hilo del sistema inmunológico, también puede verse como, la idea de fragilidad, enfermedad, debilidad son punibles, poco deseables. Y lejos de hacer que la crueldad libertaria se rompa y vaya al encuentro con el humanismo, los embates contra estos sectores ( que finalmente somos todos) refuerzan el odio. La idea de que la inmunización es un don, una condición mágica va también en la línea del pensamiento antivacuna. La purga de los más débiles que nunca se reconocer como tales.
    Y acá seguimos, en la trampa.

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