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Anatomía del Intelecto OpusDeiano de Costantini: Especulación financiera, el urbanismo de los humedales y el arte como máscara. Para ver la entrevista hacé click acá
Umbral: la ventana del Belvedere (y otras ficciones del gusto)
La escena inicial. Un departamento alto, fetichista, donde la luz entra por una ventana que cita—con devoción casi kitsch—la del Cortile del Belvedere. No es un guiño erudito: es una imitación aspiracional de arquitectura-poder romano en clave de “buen gusto globalizado”. Alrededor, diseño firmado: una mesa Sushi de los hermanos Campana, sillas y piezas que, para el anfitrión, se nombran por marca y autoría antes que por uso. Obsesión por la firma—esa “aura” contemporánea que, como advirtió Benjamin, traslada la autoridad del original al sello. Aquí ese sello es un blindaje simbólico: una curaduría de sí mismo.
Un departamento alto, fetichista, donde la luz entra por una ventana que cita—con devoción casi kitsch—la del Cortile del Belvedere. No es un guiño erudito: es una imitación aspiracional de arquitectura-poder romano en clave de “buen gusto globalizado”.
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En ese decorado, Eduardo Costantini habla. Lo hace en un tono plano, autoconfiado, administrativo; un relato sin dudas, con glosas de épica personal (“me entrené”, “cirugía mayor”, “diversifico”, “no me enamoro de la posición”). La palabra clave es “especular”: “comprar un activo para venderlo más caro en poco tiempo y aumentar capital”. No hay vergüenza—hay cínica franqueza al estilo de la “razón cínica” de Sloterdijk: se sabe perfectamente lo que se hace, y se lo hace igual. En simultáneo, aparece otra frase que condensa su filosofía: “el capital es sangre que circula”. Sangre y liquidez—dos metáforas que exceden la contabilidad: hablan de corporalidad e hidrología. Y ya volveré a eso cuando examine Nordelta y los humedales.

En la entrevista con La Nación pronuncia la frase que condensa su filosofía: “el capital es sangre que circula”. Sangre y liquidez—dos metáforas que exceden la contabilidad: hablan de corporalidad e hidrología.
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Este ensayo lee ese tono y esa metafísica práctica con una lupa de teoría crítica (Sloterdijk, Žižek), y los conecta con tres planos: (1) la técnica de la especulación que Costantini detalla con orgullo; (2) la función ideológica del arte y del museo privado (MALBA) como máscara legitimadora del orden extractivo; (3) la mutación del especulador en desarrollador urbano que terraformiza humedales y altera skylines mientras estetiza la vida privada. No hay aquí “denuncia” moralista sino análisis de un régimen de verdad: cómo se produce, se narra y se legitima el lucro.
Formación de un habitus: disciplina, obediencia y contabilidad afectiva
El relato biográfico arranca en la pedagogía del castigo: repitencias, internado casi de clausura, curas, silencio, filas, golpes. “Fue un shock: empecé a estudiar y a disciplinarme”. La estructura no es anecdótica: construye habitus (Bourdieu, si se quiere)—el cuerpo aprende ritmos, obediencias, economías del gesto. A ese molde se le agrega un encuadre doméstico: el padre “tirado en la cama” los fines de semana con la libreta de cuentas, “haciendo la multiplicación manual”. Esa es la primera escena de finanzas: contabilidad como ritual íntimo y ansiógeno. La herencia no es un capital material sino un modo de mirar el mundo donde todo se cuantifica y se sigue día a día.
El relato biográfico arranca en la pedagogía del castigo: repitencias, internado casi de clausura, curas, silencio, filas, golpes. “Fue un shock: empecé a estudiar y a disciplinarme”
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Más tarde llega la universidad (Economía) y un lema: “La universidad te da técnica; la magia es otra cosa”. Traducción: la técnica permite operar; la magia es el oficio (timing, piel, olfato). Lo que en un artista sería “expresión”, en Costantini se vuelve timing especulativo. “Me entrené con mi padre y con Rodolfo”—la mentoría como aprendizaje de apuestas.
El tono del relato es seco, orgulloso de su impermeabilidad emocional. Cuando le preguntan por “éxitos y fracasos”, responde con una ética quirúrgica: “Si algo sale mal, cirugía mayor: vendo, salgo, me saco el problema de encima”. El sufrimiento es costo hundido; el apego, riesgo moral. Esta higiene afectiva no nace en Wall Street: es el reverso de una moral religiosa internalizada (la alusión a un ethos opusdeísta como estilo de vida—ascética, disciplinaria—es pertinente como analogía de formació de carácter, sin adjudicar militancia formal). Ser “bueno” es ser eficaz.
Cuando le preguntan por “éxitos y fracasos”, responde con una ética quirúrgica: “Si algo sale mal, cirugía mayor: vendo, salgo, me saco el problema de encima”. El sufrimiento es costo hundido; el apego, riesgo moral.
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Manual de especulación Volumen 1: Licuar deuda y Especular con la Inflación
El primer caso paradigmático es Frigorífico Neoplatense (mediados de los 70). Hay inflación del 350% y tasas “bajísimas”: un arbitraje de manual. La empresa tiene deuda indexada por IPC; la inflación licúa el pasivo y expande el flujo. Costantini arma una holding para acopiar flujos y pagar el crédito: ingeniería legal-contable para ordenar la caja. Resultado: la deuda “se licuó totalmente” y llega la recompensa: “unos 60.000 dólares en bonos”. Con eso opera en Bolsa y lo lleva a 200.000. Con 200.000 compra un terreno en 240.000, invita al hermano con 20% y en noviembre lo vende en 1.000.000. Despegue.

Aquí la lógica es cristalina: a) leer descalces (precios vs. valor libro; indexación vs. tasas); b) financiarse donde el dinero es más barato que la inflación; c) apropiarse de la diferencia de tiempo (esa es la mercancía del especulador); d) salir rápido. Esta mecánica no necesita grandes metáforas: es la materialización de la “cínica razón” (Sloterdijk): sé que aprovecho un fallo del sistema, y justamente por eso actúo. La ética entera cabe en una frase suya: “No me enamoro de la posición”. El amor aquí es riesgo; el desapego, virtud cardinal.
La lógica es cristalina: a) leer descalces (precios vs. valor libro; indexación vs. tasas); b) financiarse donde el dinero es más barato que la inflación; c) apropiarse de la diferencia de tiempo (esa es la mercancía del especulador); d) salir rápido.
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Manual de Especulación Volumen II: Comprar Devaluado, Bancar la Crisis, Vender antes del Derrumbe
1987: “Cae la Bolsa” y Costantini entra. “Invierto 15% de mi patrimonio” (1 millón) y compro el 10% del Banco Francés. Valor libro ≈ 40 millones; Bolsa ≈ 10; beneficio anual ≈ 5. La brecha entre valor contable y cotización es abusiva. En paralelo, toma 12% de Terrabusi: caja ≈ 10 millones, sin deuda, y el mercado la valora también en ≈ 10. Arbitraje puro: comprar lo que el pánico destruyó.
La hiper de Alfonsín seca la liquidez; “no se podía vender”. Llega Cavallo; se recompone el sistema de precios. 1991: el Banco Francés ya vale ≈ 154 millones; amplía al 20% y se vuelve vicepresidente. 1992: el banco toca ≈ 1.300 millones. 1994: vende casi todo antes del Tequila; después liquida “2–3 puntos”. Balance propio: “Cobré ≈ 200 millones de dólares”.
Otra vez, la técnica: a) identificar subvaluación extrema; b) resistir la noche (falta de liquidez) con convicción contable; c) salir no cuando “todos salen” sino un segundo antes del shock sistémico. Esa capacidad de calibrar el riesgo país (“veía debilidades en el programa económico, me dolarizaba; en el rebote entraba fuerte”) es su marca. En términos de Žižek: no hay aquí un “sujeto engañado por la ideología”, sino un sujeto que sabe que el juego es injusto y juega mejor: “cynical reason” como programa de inversión.
En términos de Žižek: no hay en Costantini un “sujeto engañado por la ideología”, sino un sujeto que sabe que el juego es injusto y juega mejor: “cynical reason” como programa de inversión.
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Ética del precio, moral del timing: el capital como sangre
“El capital es sangre que circula”. La frase no es inocua. La sangre no tiene moral: irrigar es su tarea; coagular es su amenaza. Cuando Costantini defiende la liquidez (entrar y salir), está narrando una hematología del capital. Pero la sangre necesita cuerpos y sistemas para circular; cuando falta, se necrosa. Aquí asoma el contraste con los humedales: otro sistema circulatorio, pero hídrico. La “liquidez” del dinero crea sequías en los territorios cuando se traduce en gentrificación, privatización de costas y canalización de ecosistemas.
La “liquidez” de su dinero crea sequías en los territorios cuando se traduce en gentrificación, privatización de costas y canalización de ecosistemas.
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Para Sloterdijk, la modernidad tardía es una arquitectónica de “esferas” e inmunidades: no vivimos “en sociedad” sino en burbujas climatizadas, espumas donde cada unidad crea su microclima y excluye el exterior. Cambiemos “clima” por “liquidez” y la imagen es elocuente: el capital como aire acondicionado de los proyectos, y la ciudad (o el delta) como el afuera calor que se deprime para sostener el adentro premium.
De la “cuenta corriente” al Desarrollador Inmobiliaria: La Torre Catalinas y La Gramática del Panurbanismo
En 1991, nuestro héroe compra un terreno por USD 18 millones y propone al Banco Francés ir 50/50. Levantan la primera torre y la valorizan hasta ≈ USD 45 millones. Aquí la lógica especulativa se horizontaliza: el activo ya no es un título con ticker sino suelo + normativa + crédito. La ganancia depende de capturar renta urbana—un derecho a construir traducido en metros útiles. El skyline es un gráfico: las curvas de altura reemplazan a las de precio.

Costantini conceptualiza la operación con la misma higiene instrumental: “En Argentina, el máximo negocio es la liquidez… calibrar riesgo país… dolarizarse cuando el programa se debilita, entrar cuando rebota”. La torre es el depósito físico de esa metafísica líquida: capital que sube (literalmente) cuando el entorno cae. La fachada no oculta el mecanismo: es su ornamento.
Nordelta o la Desigualdad Inmunizada con Movimiento de Tierra
1998: empieza Nordelta. Las fotos de origen son claras: “pantano”, “movimiento de suelos”, “laguna”. En su relato, ese pantano es tabula rasa para la visión; la laguna es un proyecto. Lo técnico: dragado, rellenos, canales, terrazas de inundación convertidas en lotes. Lo político: enclave cerrado con seguridad, amenities, autonomía de servicios. Lo ecológico: un humedal intervenido, fragmentado, cuya dinámica hídrica se reprograma para satisfacer el uso privado.
La lectura desde Sloterdijk se impone: Nordelta es una esfera inmunitaria de clase media-alta/alta que externaliza riesgos (inundación, anegamientos, pérdida de biodiversidad) al afuera y internaliza beneficios (plusvalía, seguridad, paisaje controlado) para el adentro. Desde Žižek, Nordelta funciona como ideología en acto: sabemos que alteramos un ecosistema y que consolidamos una segmentación social extrema, pero igual lo hacemos, y luego lo legitimamos con filantropía cultural.
La lectura desde Sloterdijk se impone: Nordelta es una esfera inmunitaria de clase media-alta/alta que externaliza riesgos al afuera y internaliza beneficios para el adentro.
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La retórica del propio Costantini confirma la operación conceptual: “No quería ser solo una cuenta corriente; quería hacer cosas”. Hacer aquí es terraformizar: transformar el agua en ladrillo y el barro en renta. El arte vendrá después a darle relato a esa operación hidráulica.
El museo como máscara: MALBA y la economía de la cultura que lava reputaciones
Costantini declara: “Colecciono hace 50 años… Ricardo Esteves me enseñó a comprar con disciplina… MALBA fue de casualidad”. Anota también que durante 20 años compró con disciplina total y que, a veces, adquiría obras que no le gustaban porque la estrategia así lo pedía. El arte se convierte, sin rodeos, en un mercado de señales: autoría (firma), período (Kuitca 1986 “su mejor etapa”), movimiento (Nueva Figuración 60s), escasez y formato (gran tamaño). La obra se legitima por variables de cartera; el gusto es una derivada.
El arte se convierte, sin rodeos, en un mercado de señales: autoría (firma), período (Kuitca 1986 “su mejor etapa”), movimiento (Nueva Figuración 60s), escasez y formato (gran tamaño). La obra se legitima por variables de cartera; el gusto es una derivada.
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La ventana Belvedere y los Campana en el living no son caprichos: son tótems de firma que le devuelven aura a su figura. Žižek nos da un léxico útil: “capitalismo cultural”—el consumo (y patrocinio) de arte como coartada moral del lucro. El museo privado opera como máquina de blanqueo simbólico: redistribuye aura desde las obras hacia el empresario, y desde el empresario hacia los proyectos. “No es fin, es medio”—dice de la plata—“como sangre que circula”: MALBA es el corazón estético de esa circulación.

La obsesión por la firma (Campana, Kuitca, De la Vega, Steinway) revela una economía del nombre propio. En una escena, muestra el piano Steinway de Julián Astolfoni, “para tenerlo presente”. No es memoria; es reificación de la amistad en objeto firmado. La amistad se museifica; la propiedad garantiza la presencia. En clave zizekiana, el objeto es el suplemento libidinal que tapona la falta (de comunidad, de riesgo compartido) y, a la vez, produce goce regulado por el sello.
La Fría Gramática Fría del Exito: la Sabiduría Costantina
Algunas citas señalan la gramática moral del relato:
- “Especular es comprar un activo para venderlo más caro y aumentar capital.” La definición es quirúrgica; borra toda fricción social.
- “Si algo sale mal, cirugía mayor: vendo, salgo.” La ética del desapego como virtud cardinal.
- “El capital es sangre que circula.” La metáfora biológica que naturaliza la acumulación.
- “En el ’87 invertí 15% del patrimonio.” La prudencia como virtud técnica, pero también como teología del riesgo: se premia el control del afecto.
- “No quería ser solo cuenta corriente; quería hacer cosas.” El pasaje del trader al terraformizador: de liquidez a hormigón.
- “Catalinas: de 18 a 45 millones.” La ecuación de captura de renta en números puros.
- “Nordelta arrancó en pantano; hoy es laguna.” El eufemismo hidráulico que estetiza la intervención.
Todo se dice con una cortesía seca, sin grandilocuencias. El lenguaje es bancario: flujos, caja, valor libro, timing. Nada sobra. Ese “menos es más” contable funciona, sin embargo, como operador ideológico: invisibiliza quién paga las externalidades (territorios, ríos, humedales, ciudad pública). La sangre que circula en su metáfora es la misma de los cuerpos que quedan afuera de las esferas climatizadas.
Key Biscayne
El repertorio de “fracaso sin mancha” se sintetiza en tres viñetas: Tower Records (entrada y salida sin pérdida), edificio en Parera (tasas arriba, ventas abajo; vende en pozo y empata), agencia de publicidad (aprendizaje y diversión estética). La lógica es constante: diversificar poco, ensayar, y retirarse temprano. El único desliz reconocido es Key Biscayne, nombrado apenas: “ahí sí tuve un problema serio”. La opacidad del dato contrasta con la minuciosidad del resto; la confesión sirve, paradójicamente, para reforzar la imagen de control: incluso mis caídas están contadas.
Este patrón recuerda el “cinismo ilustrado” de Sloterdijk: no se trata de “creer” en el éxito, sino de administrar la creencia de los otros que confían (agencia de Bolsa “sin locuras”; 30 personas). En la “razón cínica”, saber que el mundo es desigual no obliga a transformarlo; habilita a navegarlo mejor. El “fracaso higiénico” es una tecnología moral: el exit oportuno sustituye a la responsabilidad estructural.

Humedales: hidrología, renta y el precio del paisaje
Volvamos al agua. Nordelta no es un barrio; es una ingeniería del paisaje que privatiza un servicio ecosistémico: el almacenamiento y filtrado del agua de los humedales. Cuando el delta se canaliza, sube la renta del lote pero también sube—en otras partes—el riesgo de inundación, se pierde biodiversidad y se rompe la conectividad hídrica. A esa pérdida pública la compensa un relato estético (lagunas, aves, horizonte), una policía privada, y un museo en la ciudad que opera como capital simbólico. Arte y agua se conectan: las marcas (Campana, Kuitca) dan prestigio en la casa; las marcas urbanas (Catalinas, Nordelta) dan prestigio en el territorio.
Žižek diría que aquí opera el “cultural capitalism”: el consumo de cultura reemplaza la redención política; uno patrocina un museo, y queda absuelto por la belleza. La verdadera violencia—diría Žižek—no es la de las imágenes sino la de lo sistémico: la que reordena suelos, expulsiones, jerarquías. Sloterdijk, por su parte, hablaría de “espumas”: clústeres inmunes conectados por tubuladuras de servicio que evitan el contacto con el afuera. El humedal no “desaparece” por decreto; se traduce en amenity y plusvalía.
Religión del rendimiento: ascetismo, firma y salvación secular
Hay una teología laica en el relato. La infancia disciplinaria, la moral del trabajo, la contabilidad sabatina del padre, el ascetismo de no “enamorarse” de nada: todo suena a una ética del rendimiento que, en Argentina, suele confundirse con Opus Dei (no por afiliación, sino por afinidad de ethos). La firma—del artista, del diseñador, del piano, del arquitecto—funciona como sacramento: asegura la presencia real del valor. El museo—MALBA—es la parroquia mayor: allí oficia su misión educativa mientras canoniza su propia narrativa.
Es interesante que confiese haber comprado obras que no le gustaban por estrategia. El gusto privado se subordina a la cartera; la belleza es un derivado de la racionalidad. Sloterdijk llamaría a esto “ejercicios”: prácticas repetidas que forman al sujeto. La colección como gimnasio moral del inversionista. Žižek añadiría la paradoja: cuanto más culturalmente sensible el empresario, más eficaz resulta su legitimación del orden que beneficia. El gusto no es un lujo: es infraestructura ideológica.
Arte, mercado y Estado: ¿quién redistribuye la plusvalía?
Costantini deseó—lo dice—trabajar en el Ministerio de Economía o en el Banco Central, pero con tres hijas no podía: “no pagaba”. La frase condensa un drama argentino: el Estado como mal pagador y el mercado como escuela de riqueza. El resultado es conocido: el Estado pierde a sus cuadros más competitivos; el mercado reafirma su hegemonía técnica; la ciudad se diseña en oficinas privadas. Catalinas y Nordelta no son “errores”: son la traducción espacial de esa fuga de capacidades. El museo completa el triángulo: cultura privatizada que devuelve prestigio donde el Estado no llega.
La pregunta (política) no es si Costantini “debe” o “no debe” ganar dinero—sería ingenuo—sino quién captura la plusvalía de suelo, crédito y normativa, y bajo qué condiciones públicas. Si el beneficio de urbanizar humedales se privatiza y el costo ambiental/social se socializa, entonces la estética del museo opera como amortiguador de conflictos: cambia el ánimo sin cambiar la estructura. Ahí la crítica al tardocapitalismo especulativo encuentra su blanco: un orden que naturaliza esas asimetrías como si fueran leyes de la física.
El arte de hablar (y callar): retóricas del yo
La entrevista es un arte del decir y del silenciar. Se cuenta con detalle lo que agrega prestigio técnico (valor libro, porcentajes, tiempos) y se amputa lo que complica (Key Biscayne). Se museifica el entorno (Campana, Steinway, Kuitca, De la Vega) y se racionaliza el método (“cirugía mayor”, “diversifico”, “no me enamoro”). La voz es controlada—cualquier afecto es externalidad. No hay malicia manifiesta; hay programa.
Aquí Žižek ayuda otra vez: el cinismo no es “inmoralidad” sino la ideología más fuerte de nuestra época: “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así lo hacen”. El saber del daño colateral (humedales, segregación) no impide la acción; más bien, la afina. Y Sloterdijk lo vuelve forma: vivimos en burbujas; el objetivo es perfeccionar membranas, no abolir muros. El Belvedere en la ventana no es ironía: es programa imperial en miniatura, dibujado en PVC premium.
¿Cuáles son las lecciones Costantinianas?
- La economía de la firma: ¿Cuánto de la potencia de Costantini proviene de haber domesticado nombres propios (artistas, arquitectos, banqueros) y no solo números? La firma en su casa es la misma que legitima torres y barrios; el nombre acorta disidencias.
- El precio del agua: Si “el capital es sangre”, ¿qué es el agua? ¿Un insumo o un bien común? Nordelta responde con lagunas privadas; la ciudad democrática exige humedales vivos.
- Museo y Estado: ¿Puede el museo privado asumir tareas de esfera pública sin volverse máscara de su propio benefactor? ¿Qué contratos culturales podrían redistribuir poder más allá del branding?
- Retórica de la salida: La “cirugía mayor” sirve a la micropsicología del inversor; ¿qué hace esa ética del exit cuando se aplica a territorio y sociedad? ¿Quién “sale” del problema cuando el problema es común?
El Cortile del Belvedere
En el Cortile del Belvedere, Bramante y luego Rafael inventaron un escenario de poder: perspectiva, orden, mirada desde arriba. La ventana en el departamento de Costantini no reproduce la historia: la consumo. Es un plug-in de aura imperial sobre la ciudad latinoamericana. Frente a ella, en la mesa Sushi de los Campana, el anfitrión explica que “especular” es comprar y vender rápido; que el capital es sangre; que Nordelta fue pantano y hoy es laguna. El relato es coherente: un mundo hecho a imagen de su flujo sanguíneo—la circulación controlada, la membrana que protege, la firma que valida.
Desde Žižek, eso se llama ideología: un saber que se naturaliza como segunda piel. Desde Sloterdijk, se llama inmunología: esferas que separan adentro de afuera y perfeccionan su clima. Entre el banco y el barro, entre el Kuitca y el canal, entre Belvedere y laguna, Costantini encarna una verdad de época: el tardocapitalismo no necesita justificar su extracción si puede estetizarla y museificarla. Ahí, en el borde entre el brillo y el barro, la crítica encuentra su tarea.
The pumping Blood of speculative Capitalism: eduardo Costantini between Financial Speculation, Wetland Urbanism, and malba as Cultural Mask
The Blood of Capital: Costantini between Financial Speculation, Wetland Urbanism, and the Cultural Mask
Threshold: the Belvedere Window (and other fictions of taste)
The opening scene matters. A high apartment, orderly to the point of fetish, where the light comes through a window that cites—almost kitsch in its devotion—the Cortile del Belvedere. Not an erudite wink: an aspirational imitation of Roman power-architecture, retuned to the idiom of “global good taste.” Around it, signed design: a Sushi table by the Campana brothers, pieces that, for the host, are named by brand and authorship before use. An obsession with the signature—that modern “aura” which, as Benjamin warned, moves the authority of the original to the seal. Here the seal is a symbolic shield: a curatorship of the self.

In that décor, Eduardo Costantini speaks. He does so in a flat, self-assured, managerial tone; a narrative without doubt, with glosses of personal epic (“I trained,” “major surgery,” “I diversify,” “I don’t fall in love with a position”). The keyword is “speculate”: “to buy an asset to sell it higher in the short term and grow capital.” There is no shame—there is candid cynicism in the sense of Sloterdijk’s “cynical reason”: one knows perfectly well what one is doing, and does it anyway. At the same time, another phrase condenses his philosophy: “capital is blood that circulates.” Blood and liquidity—metaphors that exceed accounting: they speak of corporeality and hydrology. I will return to this when I examine Nordelta and the wetlands.
This essay reads that tone and practical metaphysics through a critical-theory lens (Sloterdijk, Žižek), and links them to three planes: (1) the technique of speculation that Costantini details with pride; (2) the ideological function of art and the private museum (MALBA) as a legitimizing mask for the extractive order; (3) the mutation of the speculator into urban developer who terraform(s) wetlands and alters skylines while aestheticizing private life. This is not a moralistic “exposé” but an analysis of a regime of truth: how profit is produced, narrated, and legitimized.
Formation of a habitus: discipline, obedience, and affective accounting
The biography starts with a pedagogy of punishment: repeating grades, a near-cloister boarding school, priests, silence, lines, blows. “It was a shock: I began to study and discipline myself.” The structure is not anecdotal: it builds a habitus (Bourdieu, if you wish)—the body learns rhythms, obediences, economies of gesture. To that mold is added a domestic frame: the father “lying in bed” on weekends with the accounting notebook, “doing the multiplication by hand.” That is the first scene of finance: accounting as intimate and anxious ritual. The inheritance is not material capital but a way of seeing the world where everything is quantified and tracked daily.

University comes later (Economics) with a motto: “University gives you technique; magic is something else.” Translation: technique allows you to operate; magic is craft (timing, skin, nose). What in an artist would be “expression” becomes in Costantini speculative timing. “I trained with my father and with Rodolfo”—mentorship as the learning of bets.
The tone is dry, proud of its emotional impermeability. Asked about “successes and failures,” he answers with a surgical ethic: “If something goes wrong, major surgery: sell, exit, remove the problem.” Suffering is a sunk cost; attachment, a moral risk. This affective hygiene does not come from Wall Street: it is the reverse of a religious morality internalized (the allusion to an Opus Dei-like lifestyle ethos—ascetic, disciplinarian—is apt as an analogy of character formation, without imputing membership). Being “good” means being effective.

Speculation Manual I: liquefy debt, build a holdco, arbitrate inflation
The first case study is Frigorífico Neoplatense (mid-70s). There is 350% inflation and “low” rates: a textbook arbitrage. The firm carries CPI-indexed debt; inflation liquefies the liability and expands cash flows. Costantini builds a holding to pool flows and service the credit: legal-accounting engineering to order the cash. Result: the debt “was totally liquefied,” and the reward arrives: “about $60,000 in bonds.” He trades those into $200,000. With $200,000 he buys land at $240,000, invites his brother for 20%, and by November sells for $1,000,000. Liftoff.
The logic is crystalline: a) read mismatches (prices vs. book value; indexation vs. rates); b) finance where money is cheaper than inflation; c) appropriate the difference in time (that is the speculator’s commodity); d) exit quickly. This mechanic needs no grand metaphors: it is the materialization of “cynical reason” (Sloterdijk): I know I exploit a system fault, and precisely for that reason I act. The entire ethic fits in one phrase: “I don’t fall in love with a position.” Love here is risk; detachment, the cardinal virtue.
Speculation Manual II: buy undervalued, weather the drought, sell before the shock
1987: “The market falls” and Costantini enters. “I invested 15% of my wealth” ($1 million) to buy 10% of Banco Francés. Book value ≈ $40M; market ≈ $10M; annual profit ≈ $5M. The gap between book and price is egregious. In parallel, he takes 12% of Terrabusi: ≈ $10M cash, no debt, and the market prices it also at ≈ $10M. Pure arbitrage: buy what panic has destroyed.
The hyperinflation under Alfonsín dries liquidity; “you couldn’t sell.” Cavallo arrives; the price system recomposes. 1991: Francés stands at ≈ $154M; he increases to 20% and becomes vice‑president. 1992: the bank reaches ≈ $1.3B. 1994: he exits most before the Tequila crisis; later liquidates the remaining “2–3 points.” His balance sheet: “I collected ≈ $200M.”

Again, the technique: a) identify extreme undervaluation; b) withstand the night (illiquidity) with accounting conviction; c) exit not when “everyone exits” but one second earlier than the systemic shock. That ability to calibrate country risk (“I saw weaknesses in the economic program, dollarized; in the rebound, went all in”) is his signature. In Žižek’s terms: this is not a subject “deceived by ideology,” but one who knows the game is unfair and plays it better: cynical reason as an investment program.
The ethics of price, the morality of timing: capital as blood
“Capital is blood that circulates.” The phrase is not innocent. Blood has no morality: irrigation is its task; coagulation its threat. When Costantini defends liquidity (entry and exit), he narrates a hematology of capital. But blood needs bodies and systems to circulate; when absent, it necroses. Here the contrast with wetlands emerges: another circulatory system, but hydric. The “liquidity” of money generates droughts on territories when translated into gentrification, privatization of shores, and canalization of ecosystems.
For Sloterdijk, late modernity is an architectonics of spheres and immunities: we do not live “in society” but in climatized bubbles, foams where each unit creates its microclimate and excludes the outside. Switch “climate” for “liquidity” and the image is eloquent: capital as the air‑conditioning of projects, and the city (or the delta) as the outside heat that must be depressed to sustain the premium inside.
From current account to concrete: Catalinas and the grammar of the skyline
1991: Catalinas. He buys a lot for $18M and proposes a 50/50 partnership to Banco Francés. They raise the first tower and value it at ≈ $45M. Here speculative logic is horizontalized: the asset is no longer a ticker but land + zoning + credit. Profit depends on capturing urban rent—a right to build translated into usable floor area. The skyline becomes a chart: height curves replace price curves.
Costantini conceptualizes the operation with the same instrumental hygiene: “In Argentina, the best business is liquidity… calibrate country risk… dollarize when the program weakens, enter when it rebounds.” The tower is the physical vault of that liquid metaphysics: capital that rises (literally) as the environment falls. The façade does not conceal the mechanism: it is its ornament.
Nordelta, or the immunitary architecture of inequality
1998: Nordelta begins. The origin photos are plain: “swamp,” “earth‑moving,” “lagoon.” In his telling, the swamp is tabula rasa for vision; the lagoon is a project. Technically: dredging, fills, canals, flood terraces converted into lots. Politically: a gated enclave with security, amenities, service autonomy. Ecologically: a wetland intervened, fragmented, whose hydric dynamics are reprogrammed to satisfy private use.
The reading via Sloterdijk imposes itself: Nordelta is an immunitary sphere for upper‑middle/upper classes that externalizes risks (flooding, waterlogging, biodiversity loss) to the outside and internalizes benefits (capital gains, security, curated landscape) for the inside. From Žižek’s angle, Nordelta acts as ideology in action: we know we are altering an ecosystem and consolidating *extreme social segmentation, but we do it anyway, and later legitimize it with cultural philanthropy.
His own rhetoric confirms the conceptual operation: “I didn’t want to be just a current account; I wanted to do things.” Doing here means terraforming: turning water into brick and mud into rent. Art will arrive later to narrate that hydraulic operation.
The museum as mask: MALBA, the signature, and the cultural economy of legitimacy
Costantini states: “I’ve collected for 50 years… Ricardo Esteves taught me to buy with discipline… MALBA happened by chance.” He also notes that for 20 years he bought with total discipline and that he sometimes acquired works he did not like because strategy demanded it. Art becomes, without euphemism, a market of signals: authorship (signature), period (Kuitca 1986 “his best phase”), movement (Nueva Figuración, 1960s), scarcity and format (large size). The work legitimizes itself through portfolio variables; taste is a derivative.
The Belvedere window and the Campana pieces at home are not caprice: they are signature totems that return aura to his persona. Žižek offers a useful lexicon: “cultural capitalism”—the consumption (and sponsorship) of art as moral alibi for profit. The private museum operates as a symbolic laundering machine: it redistributes aura from the works to the entrepreneur, and from the entrepreneur to his projects. “Money is not an end; it is a means”—he says—“like blood that circulates”: MALBA is the aesthetic heart of that circulation.
The obsession with the signature (Campana, Kuitca, De la Vega, Steinway) reveals an economy of the proper name. In one scene he shows a Steinway from Julián Astolfoni—“to keep him present.” This is not memory; it is the reification of friendship into a signed object. Friendship is museified; property guarantees presence. In Žižek’s key, the object is the libidinal supplement that plugs the lack (of community, of shared risk) and at once produces jouissance regulated by the seal.
The cold grammar of success
A few quotes outline the moral grammar of the narrative:
- “To speculate is to buy an asset in order to sell it higher and increase capital.” A surgical definition that erases affect and social friction.
- “If something goes wrong, major surgery: I sell, I exit.” The ethic of detachment as cardinal virtue.
- “Capital is blood that circulates.” The biological metaphor that naturalizes accumulation.
- “In ’87 I invested 15% of my wealth.” Prudence as technical virtue, but also as a theology of risk: the control of affect is rewarded.
- “I didn’t want to be just a current account; I wanted to do things.” The passage from trader to terraformer: from liquidity to concrete.
- “Catalinas: from 18 to 45 million.” The equation of urban rent capture in pure numbers.
- “Nordelta began in swamp; today it is lagoon.” The hydraulic euphemism that aestheticizes intervention.
Everything is said with polite dryness, without grandiloquence. The language is banking: flows, cash, book value, timing. Nothing is superfluous. That “less‑is‑more” of accounting works, however, as an ideological operator: it invisibilizes who pays the externalities (territories, rivers, wetlands, the public city). The blood that circulates in his metaphor is the same as in the bodies left outside the climatized spheres.
Hygienic failures: Tower, Parera, an agency, Key Biscayne
The set of “stain‑free failures” is summarized in three vignettes: Tower Records (entry and exit with no loss), a building on Parera (rates up, demand down; sells off‑plan and breaks even), an advertising agency (learning and aesthetic fun). The logic is constant: diversify little, try, and leave early. The only admitted slip is Key Biscayne, barely named: “there I did have a serious problem.” The opacity of that episode contrasts with the minuteness of the rest; the confession paradoxically reinforces the image of control: even my falls are counted.
This pattern recalls Sloterdijk’s “enlightened cynicism”: it is not about “believing” in success, but about administering the belief of others who trust (a brokerage “without craziness”; 30 staff). In cynical reason, knowing the world is unequal does not oblige one to transform it; it licenses one to navigate it better. The “hygienic failure” is a moral technology: the timely exit substitutes for structural responsibility.
Wetlands: hydrology, rent, and the price of landscape
Back to water. Nordelta is not a neighborhood; it is a landscape engineering that privatizes a ecosystem service: storage and filtration of wetland water. When the delta is channeled, the lot’s capital gains rise, but so does—elsewhere—the flood risk; biodiversity is lost and hydric connectivity is broken. That public loss is compensated by an aesthetic narrative (lagoons, birds, horizon), private policing, and a museum in the city that acts as symbolic capital. Art and water connect: brands (Campana, Kuitca) grant prestige at home; urban brands (Catalinas, Nordelta) grant prestige on territory.
Žižek would call this cultural capitalism: consumption of culture replaces political redemption; one sponsors a museum and is absolved by beauty. The real violence—Žižek again—is not that of images but of the systemic: that which reorders land, expulsions, hierarchies. Sloterdijk, for his part, would speak of “foams”: immune clusters connected by service tubings that avoid contact with the outside. The wetland does not “disappear” by decree; it is translated into amenity and capital gain.
Religion of performance: asceticism, signature, and secular salvation
There is a lay theology in this narrative. Disciplinary childhood, a work morality, the father’s Saturday accounting, the asceticism of never “falling in love” with anything: all this sounds like an ethic of performance that, in Argentina, often gets conflated with Opus Dei (not by affiliation, but by ethos affinity). The signature—artist, designer, piano, architect—functions as sacrament: it guarantees the real presence of value. The museum—MALBA—is the main parish: there he performs his educational mission while canonizing his own narrative.
It is telling that he confesses to having bought works he didn’t like for strategy. Private taste is subordinated to the portfolio; beauty is a derivative of rationality. Sloterdijk would call these “exercises”: repeated practices that form the subject. The collection as the moral gym of the investor. Žižek adds the paradox: the more culturally sensitive the entrepreneur, the more effective becomes his legitimization of the order that benefits him. Taste is no luxury: it is ideological infrastructure.
Art, market, State: who redistributes the surplus?
Costantini says he wished to work at the Ministry of Economy or the Central Bank, but with three daughters he couldn’t: it didn’t pay. The sentence condenses an Argentine drama: the State as poor payer and the market as school of wealth. The result is familiar: the State loses its best technical cadres; the market consolidates its technical hegemony; the city is designed in private offices. Catalinas and Nordelta are not “mistakes”: they are the spatial translation of that flight of capacity. The museum completes the triangle: privatized culture that returns prestige where the State does not reach.
The political question is not whether Costantini “should” or “shouldn’t” make money—naïve—but who captures the surplus of land, credit, zoning, and under what public conditions. If the benefit of urbanizing wetlands is privatized and the environmental/social cost socialized, then the aesthetics of the museum operates as a conflict buffer: it changes the mood without changing the structure. There the critique of late capitalist speculation finds its target: an order that naturalizes these asymmetries as if they were laws of physics.
The art of speaking (and not): rhetorics of the self
Interview is an art of saying and silencing. What adds technical prestige (book value, percentages, timing) is told in detail; what complicates (Key Biscayne) is amputated. The surroundings are museified (Campana, Steinway, Kuitca, De la Vega) and the method is rationalized (“major surgery,” “diversify,” “don’t fall in love”). The voice is controlled—any affect is an externality. There is no overt malice; there is program.
Here Žižek helps again: cynicism is not “immorality” but the strongest ideology of our time: “they know very well what they are doing, but they still do it.” Knowing the collateral damage (wetlands, segregation) does not stop action; it sharpens it. And Sloterdijk gives it shape: we live in bubbles; the aim is to perfect membranes, not abolish walls. The Belvedere in the window is not irony: it is miniature imperial program, drawn in premium PVC.
The Belvedere Window
In the Cortile del Belvedere, Bramante and then Raphael invented a stage of power: perspective, order, the view from above. The window in Costantini’s apartment does not reproduce history; it consumes it. It is an imperial plug‑in of aura over a Latin American city. In front of it, at the Campanas’ Sushi table, the host explains that “to speculate” is to buy and sell fast; that capital is blood; that Nordelta was swamp and is now lagoon. The narrative is coherent: a world made in the image of his blood flow—controlled circulation, the membrane that protects, the signature that validates.
From Žižek, that is called ideology: a knowledge that naturalizes itself as second skin. From Sloterdijk, it is immunology: spheres that separate inside from outside and perfect their climate. Between the bank and the mud, between Kuitca and the canal, between Belvedere and lagoon, Costantini embodies an epochal truth: late capitalism does not need to justify its extraction if it can aestheticize and museify it. There, at the edge between gloss and mud, critique finds its task.





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