Al-Sharif, corresponsal de Al Jazeera, fue asesinado en un ataque aéreo israelí junto a otros colegas mientras cubrían la guerra en Gaza, dejando atrás a su familia y convirtiéndose en un símbolo del periodismo que arriesga todo por mostrar lo que realmente está ocurriendo o, en este caso, deberíamos decir, en un símbolo del periodismo que arriesga todo por mostrar la ‘verdad’. 

Al-Sharif, corresponsal de Al Jazeera, fue asesinado en un ataque aéreo israelí junto a otros colegas mientras cubrían la guerra en Gaza, dejando atrás a su familia y convirtiéndose en un símbolo del periodismo que arriesga todo por mostrar la ‘verdad’. 

Introducción: Periodismo bajo fuego y la crisis del realismo

El 10 de agosto de 2025, un ataque aéreo del ejército israelí en Gaza asesinó al reconocido periodista de Al Jazeera Anas al-Sharif y a cuatro colegas suyos . Este hecho, rápidamente condenado como una “violación grave del derecho internacional humanitario” por la ONU , ejemplifica la alarmante ofensiva contra el periodismo de testimonio en zonas de conflicto. Al-Sharif, de 28 años, había sido señalado públicamente por Israel, acusado sin pruebas de ser parte de Hamás, y finalmente “asesinado deliberadamente” según Reporteros Sin Fronteras . Su muerte no es solo una tragedia personal y familiar, sino que lo convierte en un mártir del compromiso ético y político con la documentación de lo que muchos describen como un genocidio en Gaza . En sus propias palabras póstumas, escritas sabiendo el riesgo mortal que afrontaba, Al-Sharif afirmó: “Experimenté el dolor en todos sus detalles… pero aun así, nunca dudé en transmitir la verdad tal como es, sin mentiras ni distorsiones”. Esta convicción resume el ideal del realismo periodístico: la búsqueda de una representación fiel de los hechos en medio del horror, con la cámara como arma y el cuerpo del reportero expuesto en primera línea.

Al-Sharif, de 28 años, había sido señalado públicamente por Israel, acusado sin pruebas de ser parte de Hamás, y finalmente “asesinado deliberadamente” según Reporteros Sin Fronteras. Su muerte lo convierte en un mártir del compromiso ético y político con la documentación de un genocidio.

Sin embargo, la caída de Al-Sharif ocurre en un contexto más amplio de crisis global del realismo periodístico. En distintos rincones del mundo, los nuevos autoritarismos y poderes fácticos están minando la capacidad del periodismo para servir como vehículo de un sentido común compartido. La infraestructura tradicional de la verdad –la cámara, el testigo presencial, el archivo documental– se ve debilitada por la violencia, la propaganda y la censura, reemplazada por narrativas fabricadas, lawfare (persecución judicial malintencionada) y asfixia económica de los medios independientes. En este ensayo crítico examinaremos cómo el caso de Al-Sharif se inscribe en esta crisis global del realismo, contrastando el periodismo vocacional y de riesgo que él encarnó con formas de periodismo acomodado o condicionado por intereses empresariales. Analizaremos cómo los nuevos autoritarismos socavan la función del periodista como testigo creíble, destruyendo la posibilidad de una verdad compartida y debilitando deliberadamente las herramientas del realismo periodístico. Asimismo, evaluaremos críticamente enfoques contemporáneos como el de Eyal Weizman y el proyecto Forensic Architecture, cuyas innovadoras metodologías cartográficas para documentar violaciones de derechos humanos han sido influyentes pero no han logrado traducirse en una intervención política efectiva. Contrastaremos ese enfoque tecnofílico con el valor insurgente de la cámara en mano y el cuerpo expuesto del reportero que “no tiene nada que perder”, visibilizando cómo su presencia desafía el régimen actual de la visibilidad global. Finalmente, discutiremos los límites del realismo y del fotoperiodismo con pretensiones de verdad –evitando una defensa ingenua del objetivismo– y propondremos interrogantes sobre cómo reconstruir un nuevo realismo que sirva como forma de resistencia política en la era del bullshit como instrumento electoral efectivo. 

El asesinato de Al-Sharif ocurre en un contexto más amplio de crisis global del realismo periodístico. La infraestructura tradicional de la ‘verdad’ –la cámara, el testigo presencial, el archivo documental– se ve debilitada por la violencia, la propaganda y la censura, reemplazada por narrativas fabricadas, lawfare y asfixia económica.

Mártir en Gaza: Anas al-Sharif y el compromiso con la verdad extrema

Anas al-Sharif se ha convertido póstumamente en un símbolo del periodismo vocacional llevado al extremo. Durante meses, fue uno de los últimos ojos y voces que reportaban desde la sitiada Franja de Gaza, narrando al mundo la devastación humana que allí ocurría. Al-Sharif y su equipo instalaban sus tiendas de campaña a las afueras del hospital Al Shifa para poder transmitir incluso cuando la infraestructura colapsaba alrededor. Su labor tenía una carga ética y política clara: documentar la masacre en Gaza, asegurarse de que las víctimas palestinas quedaran registradas en la memoria audiovisual global, y contrarrestar la amnesia o distorsión informativa. En un mensaje final en la red social X (antes Twitter) minutos antes de morir, al-Sharif advirtió proféticamente que si el mundo permanecía en silencio “seréis recordados como testigos silenciosos de un genocidio que decidisteis no detener… El silencio es complicidad” . Estas palabras, difundidas casi al mismo tiempo que caían las bombas sobre él, revelan la clara conciencia de una misión: sacudir la conciencia global y evitar que la masacre quede impune por falta de testimonio. Los posmodernos llamarían a esto mesianismo pero puede haber compromiso periodístico sin mesianismo?

En un mensaje final en X minutos antes de morir, al-Sharif advirtió proféticamente: “seréis recordados como testigos silenciosos de un genocidio que decidisteis no detener… El silencio es complicidad”

El ejército israelí admitió abiertamente haberlo matado, algo inusual, intentando justificar el ataque con afirmaciones de que al-Sharif “era el jefe de una célula terrorista de Hamás”. Sin embargo, organismos internacionales y defensores de la prensa desmintieron rotundamente dichas acusaciones, señalando que no había evidencia alguna de tales vínculos. De hecho, Israel ya había emprendido una campaña pública de difamación contra al-Sharif en los meses previos: en julio de 2025 un portavoz militar lo acusó falsamente de “fabricar informaciones” sobre el hambre en Gaza , y en octubre de 2024 las autoridades israelíes incluyeron a al-Sharif en una lista de reporteros supuestamente afiliados a grupos armados . Estas acusaciones infundadas fueron vistas por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) como un “paso previo para matarlo”, una suerte de luz verde para convertir al periodista en blanco militar. Lamentablemente, así ocurrió.

Las acusaciones infundadas contra Al-Sharif por parte de Israel fueron vistas por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) como una suerte de luz verde para convertir al periodista en blanco militar.

Al-Sharif murió junto a otros cuatro reporteros de Al Jazeera (Mohammed Qreiqeh, Ibrahim Zaher, Moamen Aliva) y un asistente, además de un periodista de otro medio local, todos víctimas del mismo ataque aéreo deliberado. Fueron despedidos en un funeral multitudinario en Gaza, rodeados de colegas vistiendo chalecos con la palabra “PRESS” y alzando sus cámaras y micrófonos como homenaje. La cadena Al Jazeera condenó el hecho como un “ataque flagrante y premeditado contra la libertad de prensa”, denunciando que la “orden de asesinar a Anas al-Sharif… es un intento desesperado por silenciar las voces que denuncian la inminente ocupación de Gaza”. En efecto, la propia formulación de Al Jazeera presenta a al-Sharif y sus colegas como mártires de la verdad, silenciados porque su labor de documentar la tragedia humana entorpecían los planes militares de ocupación. En una globalización visualizada, el objetivo israelí es en Gaza es la ceguera. Desde Qatar, el primer ministro calificó el ataque como un crimen “más allá de lo imaginable” y parte de una política deliberada de apuntar contra periodistas en Gaza . Reporteros Sin Fronteras, por su parte, declaró con tono contundente que “Israel se ha convertido en el mayor asesino de periodistas de la historia, y lo ha hecho en tiempo récord”, subrayando la cifra sin precedentes de cerca de 220 periodistas asesinados en Gaza en tan solo 22 meses de conflicto . De hecho, desde el inicio de la guerra en octubre de 2023, han muerto más informadores en Gaza que en ninguna otra guerra moderna registrada: alrededor de 186 según CPJ (a julio 2025), e incluso cifras locales que superan los 240 cuando se incluyen colaboradores y periodistas no registrados internacionalmente .

Desde el inicio de la guerra en octubre de 2023, han muerto más informadores en Gaza que en ninguna otra guerra moderna registrada: alrededor de 186 según CPJ (a julio 2025),

Al-Sharif, con su sacrificio, personifica la vocación periodística en su forma más pura y arriesgada. Su caso evoca el de Shireen Abu Akleh, otra célebre periodista de Al Jazeera asesinada por las fuerzas israelíes en 2022 de un disparo en la cabeza mientras vestía chaleco de prensa . Shireen también había sido una voz valiente que durante años informó sobre la opresión en Palestina, y su muerte provocó indignación mundial como un ataque a la prensa libre. Investigaciones posteriores, incluyendo un análisis forense independiente, demostraron que Shireen fue apuntada deliberadamente por un francotirador a pesar de ser claramente identificable como periodista (llevaba casco y chaleco azul con “PRESS”) . Un testigo presencial resumió el hecho con claridad: “Éramos un grupo con equipo de prensa… es obvio que quien le disparó quiso acertar en la parte expuesta de su cuerpo” . Este patrón de cazar al mensajero se repite con frecuencia inquietante. Como señaló Omar Shakir de Human Rights Watch, lo de Abu Akleh “no fue un incidente aislado”, recordando otros periodistas palestinos abatidos de forma similar en años anteriores. De hecho, la propia Federación Internacional de Periodistas ha denunciado ante la Corte Penal Internacional la “persecución sistemática” de periodistas palestinos por parte de Israel, documentando decenas de asesinatos, heridos y ataques a la prensa que sugieren una política sostenida de silenciar el periodismo incómodo .

Su caso evoca el de Shireen Abu Akleh, otra célebre periodista de Al Jazeera asesinada por las fuerzas israelíes en 2022 de un disparo en la cabeza mientras vestía chaleco de prensa .

An undated handout photo released by the Doha-based Al-Jazeera TV shows the channel’s veteran journalist Shireen Abu Aqleh during one of her reports from Jerusalem. – Abu Aqleh, 51, a prominent figure in the channel’s Arabic news service was shot dead by Israeli troops early on May 11, 2022 as she covered a raid on Jenin refugee camp in the occupied West Bank, according to the network. (Photo by AL JAZEERA / AFP)

En las palabras de un artículo de Jacobin sobre el caso Abu Akleh, “ahí está el objetivo: sofocar la documentación de la limpieza étnica y la opresión sistemática… de modo que se pueda proceder con una mínima concientización y una nula rendición de cuentas”. Esta frase desnuda la lógica cínica detrás de los ataques a periodistas: destruir al testigo para que el crimen continúe oculto. Al-Sharif lo entendía a la perfección, por eso no dejó de filmar ni de escribir incluso bajo bombas y tras haber perdido a su propio padre en un bombardeo meses antes. Se desmayó en cámara porque sintió como su pueblo, el hambre del bloqueo y la falta de ayuda internacional. Su compromiso fue hasta el final: “pedir al mundo que no olvide a Gaza” . En un panorama informativo global saturado de propaganda y negacionismo, figuras como al-Sharif reafirman la necesidad del periodismo realista: ese que muestra con imágenes y relatos directos la realidad brutal, aunque los poderosos quieran borrarla. Al-Sharif cayó como mártir del realismo periodístico, recordándonos que en la búsqueda de la verdad los periodistas se han vuelto blanco de ejércitos, terroristas y gobiernos autoritarios que temen el poder de una cámara honesta.

La lógica cínica detrás de los ataques a periodistas: destruir al testigo para que el crimen continúe oculto. Al-Sharif lo entendió a la perfección, por eso no dejó de filmar incluso bajo bombas y tras haber perdido a su propio padre meses antes. Esto es martirologio.

Vocación vs. negocio: Del corresponsal sacrificado al periodista condicionado

La heroica figura de Anas al-Sharif contrasta fuertemente con otros perfiles de periodistas en contextos menos bélicos pero igualmente politizados. Esa comparación nos invita a reflexionar sobre la diferencia entre un periodismo vocacional e independiente y un periodismo condicionado por intereses empresariales o políticos. Para ello, podemos examinar el caso de Roberto Navarro en Argentina, un país lejano a Gaza en geografía pero no ajeno a tensiones entre prensa, poder y verdad.

No hablo de los treces comensales de los fines de semana en la Quinta de Olivos (muy bíblico) que van de Marina Calabró a Jonatan Viale porque eso no es periodismo sino una extensión de las redes sociales en su peor expresión. No hay mucha diferencia entre Cristina Perez y el Gordon Dan. Por eso me interesan figuras como Roberto Navarro, un periodista argentino de larga trayectoria que, a diferencia de al-Sharif, se ha desempeñado principalmente en medios urbanos, seguros y con respaldo económico. De hecho, Navarro es también empresario de medios: fundó y dirige el portal y canal de noticias El Destape, conocido por su línea editorial abiertamente militante a favor del kirchnerismo (la corriente peronista de centroizquierda) . Durante los años de gobiernos afines (2019-2023), El Destape creció exponencialmente impulsado por millonarios subsidios y pauta oficial tanto del gobierno nacional como de la provincia de Buenos Aires . Un reportaje de la revista Noticias detalló que este multimedio expandió sus operaciones (sitio web, radio AM, canal de TV lanzado en 2022) gracias a un respaldo financiero estatal que llegó a aumentar un 695% entre 2020 y 2022 . En otras palabras, Navarro construyó su medio con fuertes inyecciones de dinero público provenientes de gobiernos cuyos logros y narrativas él defendía incondicionalmente. No sorprende entonces que, al producirse un cambio de gobierno en Argentina a fines de 2023 con la llegada al poder del ultraderechista Javier Milei, El Destape entrara en crisis: la nueva administración cortó casi totalmente la pauta oficial que sostenía el modelo de negocios de Navarro, obligándolo a realizar despidos y recortes drásticos en su programación . El propio Navarro admitió que debió “reestructurar” su empresa para enfocarse en áreas más rentables, mientras periodistas despedidos denunciaron el “malvado ahogo mileísta” contra los medios críticos, es decir, una asfixia financiera deliberada por parte del nuevo gobierno . Ulanovsky, uno de los conductores afectados, enmarcó el hecho como parte de “un plan gubernamental para desfinanciarlos” (a los medios independientes), aludiendo a que Milei busca callar a la prensa opositora mediante el dinero.

Roberto Navarro del Destape construyó su medio con fuertes inyecciones de dinero público kirchnerista provenientes de gobiernos cuyos logros y narrativas él defendía incondicionalmente. No sorprende entonces que, al producirse un cambio de gobierno su medio entrara en crisis.

Este episodio ilustra cómo el periodismo de Navarro –y de tantos otros en contextos democráticos– puede estar “condicionado por intereses empresariales” en un doble sentido. Por un lado, su viabilidad depende de flujos económicos controlados por facciones políticas o grandes anunciantes; por otro, su línea editorial tiende a alinearse con quienes financian esas operaciones. Navarro se convirtió en una pieza de un ecosistema mediático polarizado, donde algunos periodistas se transforman prácticamente en portavoces de un sector (en su caso, del oficialismo peronista durante la administración anterior) y luego en blancos a eliminar por el sector contrario cuando cambian los vientos de poder. No se puede negar que Navarro también ha enfrentado riesgos y presiones –él mismo denunció censura bajo el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) y recibió amenazas de muerte por sus investigaciones contra empresarios poderosos –. Incluso fue objeto de una agresión física en abril de 2025 tras que el presidente Milei arremetiera públicamente contra periodistas “que mienten”, en una retórica de linchamiento simbólico que algunos fanáticos llevaron a la práctica . Es decir, aún el periodismo “condicionado” puede sufrir embates autoritarios cuando resulta incómodo.

Navarro es complice en la construcción de un ecosistema mediático polarizado, donde el periodismo se transforma en portavoz de un sector (en su caso, del oficialismo peronista) y luego en blancos de violencia ultraderechista.

No obstante, la diferencia fundamental con alguien como al-Sharif es que Navarro opera desde una relativa seguridad estructural y con motivaciones que a veces responden a la lógica de la empresa y la militancia política, más que únicamente al deber de informar con lo mas cercano a lo que puede concebirse como imparcialidad. Su medio se montó como un proyecto con fines tanto ideológicos como comerciales: se apuntaló con dinero estatal en tiempos favorables y buscó audiencia fomentando la identidad de trinchera (El Destape se anunciaba como bastión contra la derecha neoliberal). Cuando ese entorno cambió, la empresa periodística mostró su fragilidad, reduciendo contenidos por falta de ingresos y adaptándose a “modelos de negocio” alternativos. Esto contrasta vivamente con el periodismo vocacional y casi suicida de los reporteros de guerra como al-Sharif, quienes siguen informando incluso cuando no hay modelo de negocio ni publicidad que valga, incluso cuando el costo puede ser la vida misma. 

La diferencia fundamental con alguien como al-Sharif es que Navarro opera desde una relativa seguridad estructural y con motivaciones que a veces responden a la lógica de la empresa y la militancia partisana.

Hace un par de días Navarro ‘retó’ al Ruskiniano Ari Alijalad, uno de sus columnistas estrella que es una suerte de as de la obsecuencia que su Ego requiere. El dueño del Destape le dijo que el problema de su obsecuente empleado era que en sus editoriales se peleaba con ambas partes y eso no era bueno para el negocio… lo que plantea dos problemas. El primero la concepción del mundo como dividido por héroes y villanos o, aun peor, por ganadores y perdedores; mientras que el segundo problema es que hace algo que yo creo que ha destrozado nuestra cultura que es erradicar al lobo solitario o al francotirador (como ellos mismos me llamaron en una nota que publicaron en su portal hace ya ocho años) al lugar del loco, del que no entendió las reglas de juego. 

La comparación con los ‘mártires’ de Al-Jazeera pone de relieve un fenómeno preocupante: la erosión del periodismo como vocación de verdad frente a su cooptación ya sea por el mercado o por la partidización.

La comparación con los ‘mártires’ de Al-Jazeera pone de relieve un fenómeno preocupante: la erosión del periodismo como vocación de verdad frente a su cooptación ya sea por el mercado o por la partidización. En muchas democracias, los periodistas terminan supeditados a agendas empresariales (los dueños de los medios, los anunciantes, los intereses corporativos) o a agendas políticas (alineados con tal o cual partido). Esto no implica negar la honestidad o valentía de periodistas locales, pero sí reconocer que las condiciones materiales e incentivos pueden distorsionar la práctica. Cuando un periodista depende de la pauta gubernamental para subsistir, ¿cuánta independencia puede ejercer al criticar a ese mismo gobierno? Y cuando ese financiamiento desaparece, ¿cuánto periodismo de calidad puede sostener sin recursos? El caso Navarro expone que la seguridad financiera a veces acarrea compromisos editoriales, mientras que en el otro extremo, la independencia total (como la de un freelance de guerra) acarrea inseguridad absoluta e incluso persecución mortal.

Este espectro sugiere que la crisis del realismo periodístico no solo se da en zonas de guerra con balas, sino también en las redacciones cotidianas atravesadas por intereses. Un periodista con la cámara al hombro entre escombros en Gaza arriesga el cuerpo; uno sentado en un estudio de TV en Buenos Aires quizá arriesga su integridad ética al callar ciertas verdades incómodas para sus patrocinadores. En ambos casos, la verdad sufre: ya sea porque es acallada violentamente o porque es distorsionada por lealtades económicas/políticas. La figura de al-Sharif, mártir de la verdad factual, confronta nuestra conciencia sobre qué tipo de periodismo queremos defender: ¿el que busca sinceramente retratar la realidad, cueste lo que cueste, o el que acomoda la realidad a los intereses que lo sostienen? La respuesta parece obvia en lo moral, pero en la práctica es cada vez más difícil de alcanzar en un mundo donde la propaganda y la mercantilización rondan cada rincón informativo.

Autoritarismo y propaganda: La destrucción del periodismo como sentido común

Vivimos una era marcada por el auge de nuevos autoritarismos –líderes, partidos y gobiernos que, aun operando a veces dentro de marcos formales democráticos, despliegan tácticas abiertamente autoritarias para concentrar poder. Un rasgo compartido de estas fuerzas es su enemistad visceral con el periodismo independiente. ¿Por qué? Porque el periodismo, en su concepción clásica, es el medio para crear un sentido común compartido, una base de hechos y verdades aceptadas socialmente que permiten el debate racional. Los autoritarios modernos entienden que para dominar la narrativa pública deben destruir esa base compartida, fragmentar la verdad en mil pedazos o sustituirla por su propia versión única. En suma, aniquilar la posibilidad de que el periodismo funcione como árbitro de la realidad.

Las herramientas empleadas para lograr esto son variadas y muchas veces combinadas: propaganda masiva, lawfare, censura económica, intimidación y violencia directa. Veamos cada una brevemente:

Propaganda y desinformación: Los autoritarios inundan el espacio mediático con sus mensajes, mentiras o medias verdades, a través de medios afines o estatales, ejércitos de bots en redes sociales, y campañas de desprestigio contra voces críticas. Ejemplos abundan: desde las cadenas gubernamentales de regímenes como los de Israel y Rusia (que justifican invasiones con relatos falsos), hasta líderes populistas occidentales que braman “fake news” ante cualquier informe desfavorable. En Brasil, Jair Bolsonaro acusaba sin pruebas a la prensa de conspirar contra él; en Estados Unidos, Donald Trump declaraba a los medios tradicionales “enemigos del pueblo”. Esta demonización de la prensa busca predisponer al público a no creer en nada salvo en la voz del caudillo o su máquina propagandística. El resultado es una ciudadanía confundida, dividida en burbujas informativas inconmensurables entre sí –justo lo opuesto a un sentido común compartido.

Lawfare (guerra jurídica): Consiste en usar y torcer el sistema legal para perseguir judicialmente a periodistas y medios, hostigándolos con causas penales, civiles o administrativas que desgastan, censuran o encarcelan. Ejemplos: en Filipinas, la periodista Maria Ressa (Premio Nobel de la Paz) enfrentó hasta 8 procesos judiciales simultáneos, desde difamación cibernética hasta supuesta evasión fiscal, promovidos por el gobierno de Duterte para silenciar su portal crítico Rappler . En Turquía, decenas de periodistas independientes han sido encarcelados bajo cargos de “terrorismo” o “insultar al presidente”. En Egipto y Arabia Saudí, la mera crítica al régimen puede llevar a la cárcel de por vida (o peor, recordemos el brutal asesinato de Jamal Khashoggi a manos de agentes saudíes en 2018). El lawfare también opera de formas más sutiles: demandas por difamación multimillonarias impulsadas por magnates para arruinar económicamente a medios pequeños, órdenes judiciales de censura previa, o marcos legales “mordaza” que penalizan la publicación de filtraciones oficiales. Todo ello crea un clima de autocensura: incluso si un periodista no ha sido todavía acusado, puede decidir no publicar cierta investigación por temor a las repercusiones legales personales o financieras.

Censura y asfixia económica: Además de los procesos judiciales, los autoritarios emplean la economía como arma. Esto puede implicar retirar publicidad oficial (como vimos en el caso de Argentina con Milei vs. El Destape) o presionar a grandes anunciantes privados para que boicoteen a medios críticos. En entornos más extremos, consiste en negar licencias, imponer multas regulatorias o directamente confiscar medios. Por ejemplo, en Hungría el gobierno de Viktor Orbán y sus aliados empresarios se hicieron con el control de la mayoría de los medios a través de compras y cierres forzados, convirtiendo a la prensa húngara en un coro casi monolítico pro-régimen. En Nicaragua, Daniel Ortega mandó a cerrar medios independientes y encarcelar a sus dueños con pretextos económicos y fiscales. En Hong Kong, el diario Apple Daily, crítico de Beijing, fue asfixiado mediante congelamiento de activos y arresto de su propietario bajo la nueva Ley de Seguridad Nacional, llevando al cierre del medio. Estas tácticas evidencian que matar la libertad de prensa no siempre requiere balas; a veces alcanza con estrangular financieramente la voz disidente.

En Hong Kong, el diario Apple Daily, crítico de Beijing, fue asfixiado mediante congelamiento de activos y arresto de su propietario bajo la nueva Ley de Seguridad Nacional, llevando al cierre del medio.

Intimidación y violencia física: Por supuesto, persiste la forma más ruda: amenazas, agresiones y asesinatos. Desde periodistas locales mexicanos eliminados por exponer el narcopoder (México es uno de los países con más reporteros asesinados, generalmente impunes), hasta reporteros golpeados en manifestaciones por fuerzas policiales o parapoliciales (como ha ocurrido en Bielorrusia, Venezuela y tantos otros lugares). El caso de Al-Sharif y sus colegas entra aquí: targeted killings o asesinatos selectivos para enviar un mensaje de terror a toda la comunidad informativa. El mensaje es claro: “Hablar te puede costar la vida”. Así buscan que cada periodista se lo piense dos veces antes de cubrir ciertos temas o mostrar ciertas imágenes. Es una forma extrema de censura que busca eliminar al mensajero y atemorizar a los demás potenciales testigos.

Todas estas formas de ataque convergen en un mismo objetivo: derribar la infraestructura del realismo que sustenta al periodismo. Es decir, romper los eslabones de confianza y evidencia que conectan la realidad con la ciudadanía a través de la labor periodística. Esa infraestructura incluye la cámara (el dispositivo tecnológico de registro fidedigno), el testigo (el periodista o ciudadano presente que observa y cuenta) y el archivo (el registro documental que preserva la memoria de los hechos). Los autoritarios socavan cada elemento: destruyen cámaras (literalmente, como cuando policías rompen equipos de fotoperiodistas en protestas, o con medidas como cortar la electricidad e internet en zonas de conflicto para impedir transmisiones), eliminan o desacreditan testigos (mediante intimidación o su asesinato directo, como en Gaza) y manipulan o hacen desaparecer archivos (censurando documentos, cerrando hemerotecas, propagando versiones falseadas que confunden el registro histórico).

Los autoritarios socavan cada elemento: destruyen cámaras, eliminan o desacreditan testigos (mediante intimidación o su asesinato directo, como en Gaza) y manipulan o hacen desaparecer archivos.

El bombardeo israelí del 15 de mayo de 2021 derriba la torre Al-Jalaa en Gaza, que albergaba las oficinas de AP y Al Jazeera, junto con viviendas civiles. Este ataque fue condenado por el Comité para la Protección de los Periodistas como un posible acto deliberado para “interrumpir la cobertura del sufrimiento humano en Gaza” mediante la destrucción de instalaciones mediáticas. La imagen muestra el edificio desplomándose tras el impacto de misiles israelíes, ilustrando la violencia contra la infraestructura física del periodismo. Vemos que el eje de la guerra se desplaza y el target parece ser otro. 

El ejemplo de la imagen precedente es elocuente: durante la escalada de mayo de 2021, Israel bombardeó y arrasó un edificio de 12 pisos en Gaza que albergaba oficinas de prensa internacionales, incluidos Associated Press y Al Jazeera . La excusa dada fue que “Hamas utilizaba el edificio con fines militares”, pero jamás se presentó evidencia concreta y la comunidad periodística internacional sospechó que fue un castigo para dejar a Gaza a oscuras informativamente. Joel Simon, director de CPJ en ese entonces, declaró que ese ataque “eleva el espectro de que las FDI estén apuntando deliberadamente a instalaciones de medios para interrumpir la cobertura del sufrimiento humano en Gaza”. De hecho, en los días previos ya habían bombardeado otros edificios de prensa. La intención es transparente: cortar las cámaras, callar a los testigos, volar los archivos. Sin cámaras no hay imágenes para indignar a la opinión pública; sin periodistas no hay relatos creíbles que desafíen la propaganda oficial; sin archivos ni registros, la historia la escribirán solo los vencedores. Es la antítesis misma del realismo periodístico, reemplazado por una realidad virtual construida por los propagandistas.

Sin cámaras no hay imágenes para indignar a la opinión pública; sin periodistas no hay relatos creíbles que desafíen la propaganda oficial; sin archivos ni registros, la historia la escribirán solo los vencedores.

Lo que estamos presenciando a escala global es, por ende, una crisis del régimen de la verdad. Si en algún momento se asumió que la democracia liberal garantizaba la circulación libre de información y un espacio de debate basado en hechos, hoy esa premisa se resquebraja. Cuando grandes porciones de la población creen en teorías conspirativas o narrativas fabricadas (piénsese en negacionismos de todo tipo, desde la negación de masacres evidentes hasta la creencia en elecciones “robadas” sin prueba), el periodismo enfrenta un dilema existencial: ¿cómo persuadir con la verdad en un mundo post-verdad? Los autoritarios han explotado con éxito la fragmentación mediática de la era digital, creando realidades paralelas. En ese escenario, el realismo periodístico está en jaque: ya no basta con mostrar una foto o video de un hecho para convencer a todos, porque habrá quienes digan que es montaje, o simplemente se nieguen a mirarlo (refugiándose en sus fuentes sesgadas). El sentido común deja de ser común; lo que para unos es verdad para otros es “propaganda enemiga”.

El sentido común deja de ser común; lo que para unos es verdad para otros es “propaganda enemiga”.

Frente a esto, la labor de los periodistas de verdad –como al-Sharif– se vuelve aún más heroica pero también más vulnerable. Son como faros en una tormenta de desinformación, fáciles de identificar (y atacar) por quienes prefieren la oscuridad. Y los que prefieren la oscuridad no son siempre tan obvios. El riesgo es que, a este paso, nos quedemos sin faros. La muerte de un periodista en una guerra, el exilio de otro, la autocensura de muchos… poco a poco la esfera pública podría sumirse en tinieblas informativas donde solo brillen las luces falsas de la propaganda. Esa es la crisis global del realismo periodístico: no solo la dificultad de captar la realidad, sino la imposibilidad de que esa realidad captada se convierta en base de consenso social.

La promesa y el límite de la “arquitectura forense”: crítica a Eyal Weizman

En respuesta a la sofisticación de la mentira y la negación, han surgido iniciativas que buscan reinventar las herramientas de la verdad. Una de las más innovadoras en la última década ha sido el proyecto Forensic Architecture, fundado por el arquitecto e investigador israelí Eyal Weizman (nominado al Turner Prize hace unos años). Esta iniciativa interdisciplinaria emplea métodos de la arquitectura, el análisis digital y el arte para reconstruir incidentes violentos –bombardeos, tiroteos, torturas– a partir de evidencias materiales: videos, fotos satelitales, sonidos, modelos 3D, etc. La idea central es que, así como la criminología forense recopila pruebas para un tribunal, ellos recopilan fragmentos dispersos de información para armar una narrativa veraz de hechos disputados. Weizman habla de “estética investigativa” y “contracartografía”: usar los propios medios de observación del poder (cámaras, sensores, mapas) para dar vuelta la mirada y exponer la verdad de abusos que los estados quisieran ocultar.

La criminología forense recopila pruebas para un tribunal, ellos recopilan fragmentos dispersos de información para armar una narrativa veraz de hechos disputados. Weizman habla de “estética investigativa” y “contracartografía”.

Forensic Architecture ha ganado renombre produciendo reportes sobre casos emblemáticos. Por ejemplo, su colaboración con Amnesty International para documentar la masacre del “Viernes Negro” en Rafah (Gaza, 2014) combinó decenas de videos de testigos, imágenes satelitales y análisis balístico para demostrar patrones de bombardeo indiscriminado . También han investigado asesinatos de activistas (como el de Pavlos Fyssas en Grecia a manos de neonazis), crímenes medioambientales y la muerte de Shireen Abu Akleh en 2022. En este último caso, Forensic Architecture –junto a la ONG palestina Al-Haq– reconstruyó la trayectoria de las balas, la posición del tirador israelí y el campo visual que tenía, concluyendo que Shireen y sus colegas eran claramente visibles como prensa y que los disparos (una serie de 16) se concentraron a altura de cabeza, evidenciando intención de matar. Sus modelos 3D mostraron cómo las balas se agruparon con una desviación de apenas centímetros y cesaban cuando los periodistas no estaban a la vista, reforzando que fueron blancos deliberados . Este trabajo, presentado con rigor casi científico, refutó categóricamente las negaciones oficiales de Israel acerca de la “posible bala perdida” y dotó a la familia de Shireen y a la causa palestina de una prueba visual incontestable para exigir justicia.

Forensic Architecture ha ganado renombre por su colaboración con Amnesty para documentar la muerte de Shireen Abu Akleh en 2022, reconstruyendo la trayectoria de las balas, la posición del tirador israelí y el campo visual que tenía, but…

Las herramientas cartográficas y audiovisuales de Weizman han sido sin duda influyentes. Han abierto caminos en lo que él llama “investigación espacial” y “contraforense”, permitiendo producir “testimonios tecnológicos” de hechos donde los testimonios humanos son silenciados . En cierto modo, Forensic Architecture expande el concepto de realismo periodístico al incorporar datos y simulaciones avanzadas para representar la realidad con precisión. En un mundo de deepfakes y negacionismo, estos métodos buscan crear una base factual sólida e irrefutable. Además, los hallazgos de Forensic Architecture se han presentado ante organismos internacionales, cortes e incluso en exhibiciones de arte, logrando alcance mediático y sensibilización académica.

Sin embargo –y aquí es crucial nuestra crítica directa–, por más brillante que sea su labor, no ha logrado activar una práctica de intervención capaz de generar presión política o mediática verdaderamente efectiva. En otras palabras, Forensic Architecture ha provisto nuevas formas de evidenciar la verdad, pero esa verdad reconstruida no necesariamente cambia la realidad ni las dinámicas de poder que permiten las injusticias documentadas. ¿Por qué? Varias razones emergen:

Forensic Architecture ha provisto nuevas formas de evidenciar la verdad, pero esa verdad reconstruida no necesariamente cambia la realidad ni las dinámicas de poder que permiten las injusticias documentadas.

En primer lugar, sus complejas visualizaciones y reportes suelen quedar confinados a círculos especializados. Un video interactivo o un modelo 3D pueden ser fascinantes para activistas, juristas o el público educado que acude a una exhibición, pero difícilmente compiten en impacto con una imagen cruda difundida en masa (por ejemplo, el video de un periodista muriendo en directo). Las reconstrucciones forenses de Weizman requieren atención y esfuerzo cognitivo para ser apreciadas; en la esfera de la opinión pública global, saturada de estímulos, su efecto se diluye. No generan titulares virales ni indignación masiva instantánea. Son como piezas de un litigio, importantes pero frías.

Las reconstrucciones forenses de Weizman requieren atención y esfuerzo cognitivo para ser apreciadas; en la esfera de la opinión pública global, saturada de estímulos, su efecto se diluye.

Relacionado a eso, Forensic Architecture juega a posteriori. Sus investigaciones usualmente salen meses o años después del hecho. Para entonces, la maquinaria propagandística del perpetrador ya impuso su narrativa o el interés mediático disminuyó. Por ejemplo, su detallado informe sobre Shireen Abu Akleh en septiembre 2022 confirmó lo que muchos sospechábamos en mayo, pero políticamente Israel ya había sorteado la presión inicial. Ningún soldado fue inculpado; EE.UU. dio por “probable” la responsabilidad israelí pero sin consecuencias. La realidad no se movió. En Gaza 2014, el informe “Black Friday” de Amnesty y FA documentó posibles crímenes de guerra, pero Israel no enfrentó sanciones. En síntesis, la verdad llega, pero tarde y sin poder.

Otro punto: Forensic Architecture se presenta como neutralmente comprometido –“los datos hablan”–, pero carece de la fuerza del testimonio encarnado. Es distinto escuchar a un periodista decir “yo estuve allí, vi los cadáveres” que ver un modelo 3D señalando puntos de impacto. Por más objetividad que pretenda, al público general le impacta más la dimensión humana. Los autoritarios lo saben: por eso temen más a periodistas como al-Sharif (que con su voz y rostro humanizan la tragedia) que a un informe técnico que pocos leerán completo.

Es distinto escuchar a un periodista decir “yo estuve allí, vi los cadáveres” que ver un modelo 3D señalando puntos de impacto. al Sharif y Ewal Waizman son muy diferentes.

Asimismo, los poderosos han aprendido a desoír y neutralizar las pruebas por contundentes que sean. Forensic Architecture puede entregar evidencias a tribunales internacionales, pero si las potencias no cooperan, no habrá justicia. Israel, por ejemplo, simplemente rechaza la jurisdicción de la CPI y se sabe protegida por aliados. En otros contextos, gobiernos simplemente ignoran los informes: niegan su validez, alegan conspiraciones o sencillamente siguen adelante. La “verdad forense” choca contra la realpolitik. La influencia real de estos proyectos hasta ahora se ha limitado a casos puntuales (por ejemplo, han contribuido a liberar a algún preso injustamente acusado al demostrar balísticamente su inocencia), pero no ha frenado ninguna maquinaria autoritaria ni genocida.

La “verdad forense” choca contra la realpolitik. La influencia real de estos proyectos académico-artísticos no han frenado ninguna maquinaria autoritaria ni genocida.

Paradójicamente, Forensic Architecture ha ganado más renombre en el mundo del arte y la academia que en la arena política, lo que dice mucho. Quién financia el sistema del arte? Han montado exhibiciones en museos, recibido premios de arquitectura y derechos humanos, pero los crímenes que exponen siguen sucediendo. Esto sugiere un problema de traducción de la verdad en poder. En un artículo de la exposición del MACBA se mencionaban las “dificultades y limitaciones” de esta práctica, reconociendo que se pregunta “cómo producir verdad pública para confrontar la propaganda y los secretos de Estado”. La pregunta es adecuada, pero la respuesta sigue incompleta: la verdad por sí sola, por más tecnológica y elegante que sea, no basta para generar cambio político si no va acompañada de movimientos sociales, presión diplomática o indignación popular. En cierto sentido, Forensic Architecture refleja una confianza ilustrada en el poder de la evidencia racional, casi como un objetivismo renovado: “si demostramos científicamente el crimen, el mundo reaccionará”. Lamentablemente, hemos visto que el mundo puede perfectamente no reaccionar. Esta creencia peca de subestimar la medida en que la información se filtra por intereses, apatías y sesgos. Un informe impecable puede ser enterrado en un cajón, mientras una mentira emotiva recorre el mundo. Por supuesto, la intención y el aporte de Weizman son valiosos. Han elevado los estándares de cómo presentar una verdad compleja de forma convincente. Pero debemos reconocer que su enfoque, por sí solo, no detiene bombas ni cárcel. Es una herramienta, no la solución completa. Incluso Weizman habla de “tomar partido” y que su ciencia “no es fría sino comprometida”, buscando vincularla con el activismo. Pero quizás hace falta más autocrítica sobre por qué esa intervención se queda en la etapa de la revelación sin llegar a la de la reacción. La relación entre academia y activismo es, y estoy siendo optimista, eticista. En suma, Forensic Architecture nos ha dado nuevos ojos para ver la verdad oculta, pero esos ojos no han podido, hasta ahora, doblegar la voluntad de los perpetradores ni conmover suficientemente a las audiencias para exigir cambios.

La crisis del realismo periodístico no se soluciona solo con mejores técnicas de evidencia; requiere poder comunicativo y voluntad colectiva. Por eso, pese a respetar la innovación de Weizman, es necesario señalar sus límites. Sus reconstrucciones pueden terminar como piezas de museo, consumidas con admiración intelectual pero desactivadas políticamente. El riesgo es confiar en que la sofisticación tecnológica suplante a la vieja reportería de campo, cuando en realidad se necesitan mutuamente.

La crisis del realismo periodístico no se soluciona solo con mejores técnicas de evidencia; requiere poder comunicativo y voluntad colectiva.

La cámara en mano, el cuerpo en riesgo: El valor del testigo presencial

En contraposición al enfoque distante de la “arquitectura forense”, reivindicamos aquí el valor insustituible del periodista con la cámara en mano, cuerpo presente y nada que perder. Es decir, aquel reportero o reportera que se planta en el lugar de los hechos, expuesto a los mismos peligros que las víctimas que documenta, y cuyo testimonio vivo desafía activamente la censura. Esta figura encarna una tradición del periodismo realista y de inmersión que remonta a las primeras guerras fotografiadas o filmadas, y que hoy adquiere nuevos bríos en la era digital con reporteros locales y ciudadanos dispuestos a transmitir en vivo desde el corazón del infierno. La era del smartphone coloca a TicToc y a Instagram en un lugar muy diferente del lugar superficial en el que la academia y crecientemente, los gobiernos, lo han puesto. 

La era del smartphone coloca a TicToc y a Instagram en un lugar muy diferente del lugar superficial en el que la academia y crecientemente, los gobiernos, lo han puesto. El testigo y su coraje son el nuevo arma contra el autoritarismo global.

¿Por qué es tan subversiva la imagen de un periodista con cámara en mano y cuerpo expuesto? Porque resume en sí misma la garantía de autenticidad que los autoritarios quieren quebrar. La cámara puede ser vista como extensión del ojo público; cuando está allí presente en el momento preciso, se convierte en prueba indexical (directa) de la realidad. Y el cuerpo del periodista, su presencia física, agrega credibilidad humana y empatía: ese hombre o mujer nos sirve de puente emocional con lo que ocurre, es alguien que nos dice “yo estoy aquí, créanme, esto es real”. En un entorno saturado de información virtual, la encarnación del testigo es poderosa. Pensemos en cómo impactó al mundo el video de George Floyd siendo asesinado: no fue filmado por un periodista profesional, sino por una joven que decidió no apartar la cámara. Esa evidencia cruda desencadenó protestas masivas porque la gente vio con sus propios ojos la injusticia, a través de la mirada de una testigo que arriesgó todo por grabar. Lo mismo ocurre hoy con ICE en Los Angeles y otras ciudades norteamericanas. 

En un entorno saturado de información virtual, la encarnación del testigo es poderosa. Pensemos en cómo impactó al mundo el video de George Floyd siendo asesinado: no fue filmado por un periodista profesional, sino por una joven que decidió no apartar la cámara

En contextos bélicos o represivos, el periodista que “no tiene nada que perder” suele ser a menudo un local, alguien de la comunidad afectada. En Gaza, ante la prohibición israelí de entrada a prensa extranjera desde 2023 , fueron los periodistas palestinos –como al-Sharif, como sus compañeros fallecidos, como tantos otros que siguen allí– quienes tomaron sobre sí la responsabilidad histórica de documentar todo. Saben que sus posibilidades de supervivencia son escasas en una zona bombardeada sin respiro, saben que incluso pueden ser cazados a propósito, y aun así salen con la cámara al hombro cada día. Ese coraje tiene un efecto: por ejemplo, gracias a ellos el mundo vio las imágenes devastadoras de barrios enteros arrasados, de hospitales colapsados con heridos, de niños bajo los escombros. Cada uno de esos videos caseros transmitidos por Al Jazeera o en redes sociales es un golpe contra la narrativa oficial que pretendía mostrar ataques “quirúrgicos” o “humanitarios”. Al-Sharif dejó un mensaje post-humo….’para ser comunicado tras mi muerte’. Algo similar a la entrevista del Papa Francisco que solo podía publicarse tras su muerte. Nuevamente, la muerte como puente fundamental al activismo para que sea realmente político. 

Al-Sharif dejó un mensaje post-humo….’para ser comunicado tras mi muerte’. Algo similar a la entrevista del Papa Francisco que solo podía publicarse tras su muerte. Nuevamente, la muerte como puente fundamental al activismo para que sea realmente político. 

La presencia corporal del periodista también se convierte en mensaje. Cuando un reportero sigue informando cubierto de polvo o con chaleco antibalas en cámara, está diciendo implícitamente: “Ni las bombas me detendrán de contar esto”. Ese espíritu desafiante inspira a la audiencia a tomar posición. Un ejemplo reciente: durante la invasión rusa a Ucrania en 2022, varios corresponsales internacionales (como el español Manu Brabo, entre otros) transmitían desde trincheras o ciudades sitiadas. Su mera presencia allí desmontaba la propaganda rusa que intentaba minimizar la guerra. Del mismo modo, en las protestas de Black Lives Matter en EE.UU., periodistas independientes transmitiendo en vivo las represiones policiales pusieron en jaque la versión oficial que negaba excesos. Muchos de ellos sufrieron balas de goma o arrestos, pero su compromiso evidenció una verdad incómoda en directo. Además, el periodista sin nada que perder a menudo improvisa y sortea la censura con astucia. Si le quitan la señal satelital, grabará y luego subirá el material cuando pueda; si le destruyen la cámara, quizá haya guardado la tarjeta de memoria; si lo censuran en un medio, buscará otro o publicará en redes. Este tipo de reportero tiene la ventaja de la flexibilidad y la convicción personal, frente a los grandes medios que a veces se autoimponen límites por cálculo empresarial. En tiempos recientes hemos visto incluso cómo ciudadanos de a pie se convierten en reporteros ad hoc cuando la situación lo demanda: el ejemplo paradigmático son los sirios de Alepo y otras ciudades que, armados solo con sus teléfonos, documentaron bombardeos, ataques químicos y atrocidades, subiendo luego esos videos a YouTube donde periodistas en el exterior los verificaban. Sin esos valientes anónimos con “cámara en mano”, muchas masacres habrían quedado en la sombra total.

No idealizamos ingenuamente esta figura. Sabemos que la presencia humana también tiene sesgos y limitaciones: un periodista solo puede estar en un lugar a la vez, puede equivocarse o ser engañado, su relato está mediado por sus percepciones. Y sobre todo, su valentía puede pagarse con la vida, como lamentablemente ocurre a decenas cada año. Pero precisamente su fragilidad es parte de su fuerza moral. Cuando la audiencia percibe que un informador arriesga su vida o su libertad por contar la verdad, se genera una autoridad ética difícil de trivializar. Es por eso que los nuevos autoritarismos temen a estos individuos: son agentes del escándalo necesario. Obligan a mirar lo que el poder quiere ocultar. Debemos resaltar que el régimen actual de visibilidad global se ve desafiado por esta mezcla de tecnología accesible y coraje individual. Hoy una verdad filmada en un rincón del mundo puede propagarse globalmente en minutos si encuentra los cauces. Y aunque la propaganda intenta contraatacar, la imagen auténtica tiene una cualidad que la audiencia reconoce, un “aura de lo real” por así decirlo. Esto nos plantea preguntas: ¿cómo proteger a esos testigos? ¿Cómo amplificar sus voces sin exponerlos aún más? ¿Cómo integrar su narrativa con la verificación rigurosa para vencer la desinformación? 

No hay algoritmo que reemplace la intuición y credibilidad que transmite un ser humano que dice “lo vi con mis ojos”. En la disputa entre la verdad y la mentira, a veces un solo video honesto puede más que mil documentos fríos. Ese es el valor del periodismo encarnado: recupera la dimensión humana del realismo. Nos recuerda que la verdad no es solo un ejercicio intelectual, sino también un acto de testimonio y, en muchos casos, un acto de amor al prójimo –porque quien expone su vida así lo hace para salvar otras, para que el mundo reaccione y se detenga el abuso.

Los límites del realismo y del fotoperiodismo objetivo

Hasta aquí hemos defendido la importancia del realismo periodístico, pero sería ingenuo caer en una apología acrítica del objetivismo. Es necesario también reconocer los límites inherentes del realismo y del fotoperiodismo con pretensiones de verdad absoluta. De lo contrario, corremos el riesgo de proponer soluciones simplistas (p.ej., “con más cámaras la verdad triunfa”) sin considerar las complejidades epistémicas y éticas.

En primer lugar, toda representación de la realidad implica selecciones y encuadres. El fotoperiodismo, por ejemplo, históricamente ha proclamado la máxima “la cámara nunca miente”. Sin embargo, como señala la fotógrafa Gabriela Rufener, “el fotoperiodista debería ser un mensajero objetivo… Debería. Pero desde el momento en que el fotógrafo está recortando la realidad, encuadrándola según su ojo… la objetividad es una utopía”. Cada fotografía conlleva decisiones: qué mostrar y qué dejar fuera, en qué momento disparar, desde qué ángulo. Ninguna imagen lo muestra todo. Incluso sin manipulación técnica alguna, hay interpretación en la captura. Y luego vienen las instancias de edición: los medios escogen qué fotos publicar, con qué pie de foto, en qué contexto. Allí también intervienen intereses: “los medios manipulan la información según quién pone el dinero, intereses de países o empresas, afinidad política, etc.”, continúa Rufener. Esto significa que el realismo periodístico no debe confundirse con un realismo ingenuo donde la verdad se refleja automáticamente como en un espejo. Siempre existe la posibilidad de sesgo, de ángulo muerto.

Postfotografía: Además, la fe excesiva en la imagen como prueba infalible ha sido erosionada por la era digital. Hoy es técnicamente posible crear imágenes falsas via AI muy verosímiles (deep fakes) o modificar fotografías sin dejar huellas visibles. Si bien el periodismo serio tiene métodos para verificar autenticidad, el mero hecho de que estas posibilidades existan siembra la duda generalizada. Los detractores de cualquier contenido incómodo pueden alegar “es un montaje” y mucha gente no sabrá qué creer. Hemos entrado en lo que algunos teóricos llaman la era de la “postfotografía”, donde la proliferación de imágenes y su maleabilidad digital hacen que su valor de verdad esté en constante entredicho. Esto plantea un límite práctico al poder del fotoperiodismo: una foto ya no es una garantía universal de convencimiento.

Saturación Visual: También está el problema de la saturación y banalización. Sontag y otros filósofos de la imagen advirtieron que la exposición repetida a fotografías de horror puede insensibilizar al público. Hoy vemos tragedias retransmitidas 24/7; el peligro es que las audiencias desarrollen cierto cinismo o apatía: “otra foto de niños muertos, qué mal, pero mañana lo olvido”. El realismo puede chocar con la psicología humana que tiende a bloquear el exceso de dolor. Esto no significa que no deban mostrarse esas realidades, sino que no basta con mostrarlas; hay que contextualizarlas y humanizarlas de formas que rompan la indiferencia.

Otro límite es la complejidad de la verdad. A veces la búsqueda obsesiva de “objetividad” puede llevar a equidistancias peligrosas o a simplificaciones. El fotoperiodismo y el periodismo en general deben lidiar con narrativas complejas, y el realismo no equivale a neutralidad. Por ejemplo, documentar un genocidio no requiere “mostrar el punto de vista del genocida” en aras de la objetividad; hacerlo podría caer en una falsa equivalencia moral. El periodismo de compromiso (como el de al-Sharif) toma partido por la verdad factual y las víctimas, y eso está bien. Pero entonces, ¿dónde quedan los límites entre periodismo y activismo? Esta es otra tensión: para resistir a la propaganda, muchos periodistas adoptan una postura militante por la verdad, lo cual es ético, pero sus adversarios utilizarán eso para tacharlos de “parciales” y justificar su propia propaganda. Así, la credibilidad puede verse erosionada en ciertos públicos.

En suma, reconocer los límites del realismo implica aceptar que no existe una representación perfecta de la realidad, que siempre habrá filtros humanos, técnicos y culturales. El fotoperiodismo con pretensión de verdad puede caer en trampas –desde la manipulación directa (fraudes fotográficos, escenificaciones, edición tendenciosa) hasta la interpretación sesgada por parte del público. Sin embargo, aceptar estos límites no nos debe hacer renunciar al ideal de buscar la verdad. Algo tan atacado durante el posmodernismo y ahora por el cinismo autoritario. A pesar de todo, debemos hacernos ciertas preguntas: ¿Cómo renovar el pacto de veracidad con las audiencias en esta época cínica? ¿Cómo educar en el consumo crítico de información sin fomentar relativismo absoluto? ¿Cómo proteger la integridad del proceso informativo, desde la captura hasta la difusión, para minimizar distorsiones? Y una muy importante: ¿Qué nuevo realismo necesitamos construir para que el periodismo siga siendo una forma de resistencia política eficaz?

Hacia un nuevo realismo como resistencia

Tras este recorrido agridulce –de mártires periodísticos, manipuladores de la verdad, iniciativas forenses insuficientes y testigos con IPhone–, surge la pregunta: ¿es posible reconstruir un nuevo realismo periodístico que funcione como resistencia política en el siglo XXI? Y si es así, ¿cómo sería, qué elementos debería contemplar?

Algunas pistas y líneas de acción/reflexión futuras se vislumbran:

  • Realismo colaborativo y distribuido: Frente a poderes centralizados, se puede oponer una red descentralizada de testigos. Es decir, combinar la potencia del periodismo ciudadano con la curaduría y verificación de periodistas profesionales. Un ejemplo exitoso es el colectivo Bellingcat, que realiza investigaciones open-source usando videos amateurs, imágenes satelitales, metadatos, etc., para probar crímenes (como la identificación de los perpetradores del derribo del vuelo MH17 en Ucrania). Este modelo aprovecha la multitud de cámaras en manos de ciudadanos anónimos y las cruza con análisis rigurosos. Un nuevo realismo podría implicar plataformas públicas donde cualquier persona pueda subir evidencias de abusos, y equipos periodísticos globales que las validen y difundan. Así, matar a un periodista no mataría la historia, porque muchos otros la sostendrían desde distintos lugares.

  • Blindaje de la infraestructura de verdad: Si los autoritarios atacan cámara, testigo y archivo, los defensores de la verdad deben fortalecerlos. Esto implica desde lo técnico (uso de tecnologías seguras de almacenamiento y transmisión, para que aunque destruyan la cámara, los datos ya estén en la nube; desarrollo de herramientas anti-deepfake para certificar la autenticidad de imágenes) hasta lo legal (impulsar convenciones internacionales de protección a periodistas, con sanciones reales a quien los ataque; reconocer los ataques a prensa como casus belli diplomático quizá). También es importante diversificar los medios de archivo: respaldar la información crucial en múltiples servidores alrededor del mundo (por ejemplo, iniciativas de archivo distribuido para evidencias de crímenes de guerra). Un “nuevo realismo” requerirá ser resistente, resiliente: que la verdad no dependa de un solo hilo fácil de cortar.

  • Ética y transparencia para ganar confianza: Dado que la credibilidad está en crisis, los periodistas realistas deben ser ejemplares en transparencia sobre sus métodos. Explicar al público cómo verifican una información, reconocer rápidamente errores para corregirlos, distanciarse de cualquier financiación opaca. Quizá los medios vocacionales deban autosustentarse con apoyo ciudadano para no depender de gobiernos ni corporaciones (modelos de membresías, cooperativas de periodismo, etc.). Un periodismo abiertamente subjetivo pero honesto sobre sus valores puede incluso conectar mejor con la gente que tiende a pensarse como falsamente neutral. Es decir, admitir: “Estamos del lado de los derechos humanos, de las víctimas, no somos neutrales ante la injusticia; pero no mentiremos ni ocultaremos datos”. Este tipo de realismo con postura puede ser una respuesta al cinismo: reivindicar que sí hay una verdad factual y unas causas justas, y que el periodismo está para iluminarlo.

  • Alianzas entre periodistas y movimientos sociales: La resistencia política real ocurre cuando la información veraz se traduce en acción colectiva. Por ello, el nuevo realismo debería estrechar lazos con activistas, ONGs, movimientos de base. No para volverse propaganda militante, sino para asegurarse de que las investigaciones y reportajes no mueran al publicarse, sino que alimenten campañas, debates parlamentarios, movilizaciones populares. Por ejemplo, los datos forenses de Weizman podrían ser usados por grupos de derechos humanos para presionar en tribunales y foros; los reportajes de periodistas locales podrían conectarse con redes internacionales de solidaridad que amplifiquen sus hallazgos. En esencia, reconstruir un realismo resistente implica reinserir el periodismo en la esfera pública como catalizador de cambio, no como ente aislado.

  • Formación de la audiencia: Cualquier estrategia fracasará si el público permanece pasivo o perdido en la desinformación. Es vital educar en alfabetización mediática, fomentar en las escuelas y comunidades la capacidad de discernir fuentes, verificar información básica, entender sesgos. Una ciudadanía informada es la mejor aliada del periodismo veraz. Imaginemos iniciativas populares de fact-checking comunitario, o foros locales donde periodistas expliquen su trabajo y escuchen a la gente. Acortar la distancia y la desconfianza entre prensa y sociedad es clave. Un nuevo realismo será verdaderamente compartido si logra que amplios sectores sociales lo sientan suyo, lo demanden y lo sostengan.

En última instancia, se trata de recuperar dos nociones:  la de “sentido común” y de ‘sociedad civil’ en su mejor expresión: una comprensión colectiva de la realidad basada en hechos verificables y en empatía humana. Resistencia política no es solo protestar; es también ponerse de acuerdo en qué está mal para poder cambiarlo. El periodismo realista del futuro debe ayudar a construir esos acuerdos sobre la realidad. Quizá no aspire a la objetividad absoluta, pero sí a la honestidad y la precisión. Debe abrazar la complejidad sin renunciar a la claridad moral cuando corresponde. Y sobre todo, debe ser valiente. Valiente como al-Sharif, cuya sangre lamentablemente riega ahora la tierra de Gaza, pero cuyo último mensaje clama: “No olviden. El silencio es complicidad”.

No podemos darnos el lujo del silencio. El nuevo realismo será ruidoso, incómodo para muchos, pero vital para rescatar la verdad común.

Conclusión: Reconstruir la verdad compartida

El asesinato de Anas al-Sharif a manos del ejército israelí nos ha hecho mirar de frente la brutal ofensiva contra el periodismo veraz y comprometido. Al-Sharif devino símbolo de un periodismo vocacional que, armado solo con una cámara y su conciencia, desafía la narrativa hegemónica y por ello es acallado con violencia. Al contrastarlo con figuras como Roberto Navarro, observamos las tensiones entre un periodismo idealista que se juega la vida y otro periodismo más acomodado y condicionado por intereses. Mientras los nuevos autoritarismos –en Medio Oriente, en Occidente, en todo el mundo– dinamitan la infraestructura del realismo mediante propaganda, lawfare y censura, quienes creemos en la función social del periodismo debemos replantear nuestras estrategias.

Hemos criticado la limitada efectividad de aproximaciones como la de Forensic Architecture: sus herramientas nos dan nuevos mapas de la verdad, pero no necesariamente nuevos resultados en la arena política. A la vez, hemos reivindicado la importancia insustituible del testigo presencial, del reportero que, con su mero estar-ahí, ya es un acto de resistencia. No obstante, también reconocimos que el realismo no es simple, que la objetividad completa es ilusoria y que incluso las imágenes pueden fallar en persuadir o ser manipuladas.

Entonces, ¿cómo avanzamos? La respuesta quizá no sea unívoca, pero este ensayo nos deja algunas líneas de acción y reflexión. Por un lado, fortalecer la alianza entre tecnología y humanidad en la búsqueda de la verdad: usar métodos forenses digitales, sí, pero sin olvidar la potencia de la narración humana; combinar muchas pequeñas verdades de testigos en una gran verdad colectiva difícil de refutar. Por otro lado, proteger y empoderar a los periodistas valientes: desde exigir marcos legales internacionales más fuertes, hasta apoyarlos económicamente de forma independiente (vía crowdfunding, por ejemplo), pasando por crear redes de apoyo y reubicación para aquellos bajo amenaza. Tal vez, parte del dinero para el research académico deba ir ahi, al menos, durante la próxima década. Asimismo, necesitamos reimaginar el pacto comunicativo con la sociedad: un nuevo realismo que no se presente con la arrogancia de “la prensa dice la verdad y el público debe creerla”, sino con humildad y transparencia, invitando al público a ser parte de la construcción de esa verdad (con sus videos, sus experiencias, sus preguntas). Solo así recuperaremos la confianza perdida.

En términos políticos, hay que hacer de la defensa del periodismo una causa ciudadana transversal. Que la gente común entienda que cuando matan o callan a un periodista, les roban un poco de su propio derecho a saber. Convertir el enojo por la corrupción, la impunidad o la guerra en también enojo por quienes silencian esas denuncias. En definitiva, reconstruir un sentido común democrático donde el periodismo sea valorado y, por tanto, protegido por la sociedad misma. Las futuras reflexiones deben profundizar en cómo revertir la apatía informativa de muchos sectores, cómo combatir la desinformación sin caer en censura, cómo lidiar con el poder de las plataformas (Facebook, X, YouTube) que hoy mediatizan gran parte de la información y a veces priorizan contenido tóxico sobre el veraz. Son desafíos enormes, pero ignorarlos sería ceder la batalla.

Al-Sharif murió pidiendo que no olvidemos Gaza. Honrar su memoria implica no solo recordar lo que pasa en Gaza, sino también defender la posibilidad misma de recordarlo, de contarlo, de creer en lo que vemos. Cada periodista mártir nos plantea una responsabilidad a los demás: mantener viva la llama de la verdad que quisieron apagar. En un mundo plagado de mentiras convenientes, el realismo periodístico es revolucionario. Quizá deba reinventarse, sí, pero su esencia permanece: dar testimonio de la realidad para que la injusticia no pueda ocultarse impunemente. Reconstruir un nuevo realismo será un proceso colectivo de prueba y error. Pero vale la pena emprenderlo, porque de ello depende la salud de nuestras democracias y la dignidad de nuestras sociedades.

Como líneas futuras, propongo: impulsar leyes de protección de fotoperiodistas que caiga sobre los responsables políticos cuando ya no estén en el poder, crear redes de monitoreo de la veracidad del discurso público; revisar la formación del periodismo en temas de seguridad digital y de ética posobjetivista (para navegar este terreno ambiguo) y también en tácticas físicas de resistencia a la represion; y, por qué no, desarrollar una especie de “brigadas de la verdad” globales que, ante grandes acontecimientos, se movilicen (virtual o físicamente) para asegurar que la información fluya libremente. Hackeos de CCTVs, uso de cámaras ocultas que establezcan una pelea de dispositivos de visualización. 

Puede sonar utópico pero no lo es ya que hace falta pensar en grande. La alternativa es resignarnos a que cada al-Sharif caiga sin que nada cambie, a que el periodismo realista se extinga y la propaganda reine sobre las ruinas de los hechos. Ese futuro distópico aún se puede evitar si actuamos. La muerte de Anas al-Sharif duele y alarma, pero también nos inspira a reafirmar la misión periodística en su sentido más noble. Nos desafía a distinguir entre el periodismo como simple negocio o aparato de poder, y el periodismo como vocación de documentar la verdad para construir memoria y justicia. Nos obliga a enfrentar la crisis global del realismo periodístico con imaginación y coraje. Reconstruir un nuevo realismo no será fácil ni rápido. Pero recordar la imagen de al-Sharif –un hombre con una cámara, rodeado de destrucción, aferrado a la verdad hasta su último aliento– nos indica el camino: perseverar, innovar y nunca callar ante el silencio impuesto. Solo así, algún día, podremos decir que su sacrificio y el de tantos otros no fueron en vano, porque habremos recuperado para la humanidad algo esencial: la capacidad de compartir una realidad común y actuar unidos en consecuencia.

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3 respuestas a “Mártir del Realismo Periodístico: El asesinato de Anas al-Sharif de Al Jazeera y la crisis global de la verdad compartida. Notas para un contra-ataque.”

  1. Excelente Rodrigo. Te felicito. Saludos

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  2. Excellent 👏🏽👏🏽Lucia Radeljak

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