El nuevo espacio virtual no es un “lugar”, es un régimen: convierte atención en poder y enojo en moneda. Allí los desacuerdos estéticos se vuelven conflictos morales y las obras quedan reducidas a gatillos de tráfico. El algoritmo recompensa la contundencia binaria, la humillación pública, la épica del “exponer”. Con esa arquitectura, la crítica pierde espesor y gana volumen; el feed dicta la forma de ver.
El nuevo espacio virtual no es un “lugar”, es un régimen: convierte atención en poder y enojo en moneda.
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En ese régimen operan dos modos de linchamiento que se retroalimentan. Por un lado, el linchamiento asambleario: núcleos politizados de activismo cultural que organizan denuncias colectivas en tiempo real. Su lógica es de asamblea permanente: hilo, manifiesto, drive compartido, firmas, boicot. Asumen que la justicia institucional no existe o llega tarde y que, por lo tanto, corresponde intervenir ya, con la herramienta disponible: la visibilidad. En ese gesto hay valentía y también un riesgo: sustituir debido proceso por juicio performativo, y crítica estética por criterios morales fluctuantes. Cuando todo es “caso” y todo caso exige sanción, la obra deja de ser un problema de forma y se convierte en expediente.
En el régimen cultural actual operan dos modos de linchamiento que se retroalimentan. Por un lado, el asambleario: núcleos politizados de activismo cultural visible. Por el otro, linchadores en X anónimos e invisibles.
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En espejo, el linchamiento anónimo: enjambres de tuiteros y streamers que operan desde la cultura fantasy/gamer, con Tolkien como gramática emocional. No discuten procedimientos artísticos: ejecutan raids. La vara es la del oficio entendido como proeza: si “no sabés dibujar” o “calcaste”, merecés escarnio. El anonimato y la lógica de tribu producen una hombría agraviada que encuentra alivio en la burla y la amenaza. Allí tampoco hay crítica, hay castigo; tampoco hay mundo, hay meme.
l anonimato y la lógica de tribu producen una hombría agraviada que encuentra alivio en la burla y la amenaza. Allí tampoco hay crítica, hay castigo; tampoco hay mundo, hay meme.
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Ambas tácticas comparten el combustible: la indignación como espectáculo. El asambleario desconfía de la “calidad artística” porque la sospecha de captura institucional lo precede; el anónimo desconfía de cualquier marco conceptual porque lo vive como jerga de una élite hostil. Unos reemplazan debido proceso por consenso moral instantáneo; otros reemplazan evaluación formal por escarnecimiento viral. Unos cancelan para corregir el mundo; otros acosan para restaurar un canon. En ambos casos, la obra desaparece.
Ambas tácticas comparten el combustible: la indignación como espectáculo
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El caso del dragón ordena esta dialéctica. Para la tribu gamer, la similitud es sacrilegio contra un canon de criatura, anatomía y lore; para la asamblea identitaria, la apropiación es método político y la denuncia masiva una defensa frente al hostigamiento. Lo que no se verifica en ninguno de los dos carriles es la pregunta mínima por la operación: ¿hubo transformación estructural o no? Sin esa verificación, la asamblea decide quién debe caer y el enjambre decide a quién hay que pegarle; el museo, mientras tanto, convierte el ruido en reputación.
Lo que no se verifica en ninguno de los dos carriles es la pregunta mínima por la operación: ¿hubo transformación estructural o no?
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La salida no es pedir “moderación” en abstracto, ni exigir “originalidad pura” como dogma. Es reinstalar un piso procedural que la virtualidad borró: protocolos de crédito y obra derivativa, criterios de transformación que puedan sostenerse en sala, dossiers de proceso cuando hay controversia, y una transparencia institucional que permita leer quién financia, quién decide y con qué intereses. Ese piso no desarma la política de la imagen ni devuelve la inocencia del canon; apenas impide que la crítica sea sustituida por linchamiento simétrico.
La salida no es pedir “moderación” en abstracto, ni exigir “originalidad pura” como dogma. Es reinstalar un piso procedural que la virtualidad borró: protocolos de crédito
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La metáfora es simple: si el arte promete “producir mundos”, las redes prometen “producir bandos”. Los bandos necesitan culpables; los mundos necesitan formas. Mientras el ecosistema privilegie bandos, habrá asambleas que sentencian sin obra y enjambres que golpean sin lectura. Cuando la discusión vuelva a la operación —deformar, desplazar, reescribir— y la institución rinda cuentas —crédito, proceso, financiamiento—, el espacio virtual dejará de ser patíbulo y podrá ser, otra vez, ‘ágora’.
Mientras el ecosistema cultural privilegie bandos, habrá asambleas que sentencian sin obra y enjambres que golpean sin lectura. Cuando la discusión vuelva a la operación y la institución rinda cuentas, el espacio virtual dejará de ser patíbulo.
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