¿A quién le habló Milei en cadena nacional?
La pregunta la hizo Jorge Rial, no yo. Y es mucho más certera que la indignación de Navarro o los suspiros progresistas frente a un cacerolazo. Porque lo que vimos esa noche no fue el Milei del grito histérico ni del pelo revuelto, sino un presidente peinado, sobrio, robótico, repitiendo la palabra fiscal más de treinta veces en diez minutos. Ese Milei no le hablaba a los propios —a su núcleo duro lo alimenta el exabrupto, no la sobriedad—. Entonces, ¿a quién?
A quién le habló Milei ayer? La pregunta la hizo Jorge Rial, no yo. Y es mucho más certera que la indignación de Navarro o los suspiros progresistas frente a un cacerolazo.
Tweet

Un lector de este blog, Franco, dejó un comentario que formula la cuestión con una claridad que vale la pena citar entera: “Estoy de acuerdo que banalizar el juicio político y la instalación mediática de ‘vacancias anticipadas’ son funcionales a una lógica antidemocrática (aun si se invocan en nombre de ‘los derechos’ o la ética). Si el progresismo juega a debilitar el principio de mandato popular, lo que hace al final es darle más razones a Milei y a su núcleo duro la posibilidad de victimizarse y contraatacar aún más fuerte (algo que le encanta a las ultraderechas).

Sin embargo creo que hay una pregunta que cabe hacerse: ¿cómo enfrentas políticamente a un adversario que de manera explícita desprecia las reglas tradicionales de juego? Desde los núcleos de derecha (el Gordo Dan, Agustín Laje, el mismo presidente, etc.) se la pasan repitiendo mantras como que no se odia lo suficiente a los periodistas, que hay que cerrar el Congreso cada vez que le votan algo en contra a Milei o que cada bala de goma a un zurdo es una bala bien puesta. De nuevo, coincido con el planteo de tu artículo, pero caemos directamente en la paradoja de la tolerancia, y ya sabemos cómo termina eso.”
Un lector de este blog, Franco, dejó un comentario que formula la cuestión con una claridad que vale la pena citar.
Tweet
Este comentario marca el punto de inflexión. Franco entiende que el progresismo, cuando banaliza mecanismos institucionales (juicio político, vacancia, cacerolazo), solo le entrega munición a Milei. Porque la ultraderecha vive de victimizarse: cuanto más lo atacan por las formas, más justificación encuentra para radicalizarse. Acá entra Navarro, ejemplo perfecto del progresismo parroquial. Su reacción a la cadena nacional fue la misma de siempre: “Milei mintió”. Como si Kicillof dijera la verdad. Como si Massa no hubiera hecho del doble discurso una profesión. Navarro no analiza: se ofende. Construyó su marca en ser el periodista indignado, el operador de pauta que confunde berrinche con ética. Ese quincho —el de Navarro, Pagni, Fantino, Rial en sus versiones más domésticas— funciona como sobremesa infinita donde la política se reduce a chismes: quién sube, quién baja, quién está acabado. Pero ese quincho no ve la escena mayor: el adversario no está jugando el mismo juego.
La reacción de Navarro a la cadena nacional fue la de siempre: “Milei mintió”. Como si Kicillof dijera la verdad. Como si Massa no hubiera hecho del doble discurso una profesión.
Tweet
El Milei de la cadena nacional no buscaba convencer: buscaba instalar un loop. Repetir “fiscal” hasta el hartazgo no es torpeza, es táctica. Es un mantra, un simulacro de orden técnico que produce una sensación de inevitabilidad. Ese recurso tiene un costado psicótico: parece la voz de alguien atrapado en una idea fija. Pero no se trata de psicosis clínica: es psicosis performativa. Como Trump, Milei juega a estar loco y cuerdo al mismo tiempo. Puede aparecer en Olivos, en la Casa Rosada o en Las Vegas sin que sepamos dónde está. Puede invocar a la familia mientras vive en el closet y se rodea de dobles de su hermana. Ese desdoblamiento no es un accidente: es un recurso político.
El verdadero campo de batalla: el tiempo
Franco lo intuyó con su referencia a la paradoja de la tolerancia: Milei desprecia las reglas. Pero no solo las reglas institucionales. También las temporales. La progresía vive en la ilusión de la política como línea recta: elecciones, mandatos, gobernadores que bajan pulgares. Milei opera en otro registro: un loop circular que fragmenta la memoria y bloquea el futuro. Ahí es donde Koselleck se vuelve útil. “Toda interpretación histórica requiere una teoría de la historia que sea posible”, escribió. La política argentina, sobre todo la porteña blanquita, siempre naturalizó el tiempo como dato neutro: progreso, modernidad, república. Milei hackea ese tiempo. Lo repite, lo fragmenta, lo desordena. Y en ese vacío instala su programa.
La progresía vive en la ilusión de la política como línea recta: elecciones, mandatos, gobernadores que bajan pulgares. Milei opera en otro registro: un loop circular.
Tweet

De un lado, la progresía estetizante que confunde emoción con política: Ari Lijalad llorando frente al Garrahan, Navarro gritando indignado. Del otro, Milei con su psicosis impostada, su discurso circular, su duplicidad permanente. La política argentina está atrapada entre esas dos patologías. Y mientras el progresismo responde con afecto efímero, Milei avanza con un dispositivo que no busca convencer sino descolocar.
De un lado, la progresía estetizante confunde emoción con política: Ari Lijalad llorando frente al Garrahan. Del otro, Milei con su psicosis impostada, su duplicidad permanente.
Tweet
Hasta acá hablamos de las patologías locales. Pero el problema de Milei no se entiende solo en clave parroquial. Su figura encaja en un gran reseteo internacional que afecta a la economía, la demografía, la política y la gobernanza. Navarro se horrorizó en su programa cuando observó que las empresas argentinas y los bancos habían perdido casi la mitad de su valor en bolsa. Lo analizó como un atentado contra la soberanía nacional. Pero conviene recordar que la soberanía nacional es un invento de menos de tres siglos. Y tras medio siglo de globalización —un multiculturalismo celebrado tanto por derecha como por izquierda— esa etapa parece agotarse. La pregunta es si Milei no está justamente para pilotear esa transición: engañar a Eurnekian, sentarse con Musk, acercarse a quienes rodean a Trump en Silicon Valley, y garantizar que, pase lo que pase, Argentina quede como proveedor barato y sin impuestos de minerales raros. El parroquial dirá: “Milei no llega a las elecciones”. Pero ese argumento ya fue testeado. El verdadero golpe no vino de Spagnuolo, sino de la oposición real argentina: los servicios de inteligencia aliados con el capital nacional (Magnetto, Macri, Techint). Esa es la disputa interna. Y si Milei sobrevive a esa guerra, no es como presidente autónomo, sino como lo que nadie quiere nombrar en voz alta: un virrey.
La pregunta es si Milei no está justamente para pilotear esa transición: acercarse a quienes rodean a Trump en Silicon Valley, y garantizar que, pase lo que pase, Argentina quede como proveedor barato y sin impuestos de minerales raros.
Tweet

En este esquema, la figura clave no es Javier sino Karina. Esto no es novedad, obviamente. Lo diferente es el enfoque. Yo creo que Karina e sun dispositivo de sinceramiento. Nadie deja tantos dedos sin querer hacerlo. Cuando expuso los montos reales del financiamiento político —millones, no bolsos— no cometió un error: hizo un acto de sinceramiento. Mostró cómo se compra la política en Argentina y cómo se financia la compra de diputados y senadores. Esa brutalidad la volvió intocable. Porque reveló el secreto a voces de todos los gobiernos: la democracia como mercado de favores.
Yo creo que Karina e sun dispositivo de sinceramiento. Cuando expuso los montos reales del financiamiento político —millones, no bolsos— no cometió un error: hizo un acto de sinceramiento.
Tweet
El desfinanciación del cáncer como estrategia (comunicacional)
Aquí entra el costado tanatológico. El paralelismo con Trump es evidente: mientras en EE. UU. Trump avanza contra Medicaid para tratamientos de cáncer, Milei recorta el financiamiento del Garrahan. No son recortes presupuestarios: son mensajes. Mafiosos, sistémicos, globales. Lo que se instala es una necropolítica que va más allá de lo que describía Achille Mbembe en la academia. No es solo la administración de quién vive y quién muere. Es la captura del Estado para transformarlo en una máquina de matar sistémica. Una maquinaria que naturaliza la muerte de los vulnerables como efecto colateral de la economía. El recorte al Garrahan no busca equilibrar cuentas. Busca enviar un mensaje: estamos en la era necropolítica. Una era donde la elite global se permite anunciar, sin maquillaje, que la política ya no consiste en cuidar vidas sino en decidir qué vidas son descartables.
Abrir el Lente
Frente a esto, Navarro sigue contando caídas en la bolsa. Ari Lijalad sigue emocionándose frente a hospitales. Kicillof sigue creyendo que la gestión austera es suficiente. Ninguno logra ver que Milei no está mintiendo ni improvisando: está performando una estrategia global. Y ahí volvemos a la pregunta de Rial: ¿a quién le habló Milei? No a los propios, no a los caceroleros, no a los progresistas indignados. Le habló a quienes dirigen ese reset global. A quienes necesitan que Argentina baje el precio de sus empresas, destruya sus instituciones, degrade su soberanía, para luego vender todo por peanuts a fondos globales como BlackRock.
Y ahí volvemos a la pregunta de Rial: ¿a quién le habló Milei? No a los propios, no a los caceroleros, no a los progresistas indignados. Le habló a quienes dirigen ese reset global.
Tweet

Hasta acá vimos cómo Milei funciona en el tablero local y en el reseteo global. Falta una pieza: las sincronías imperiales. Porque lo que pasa en Argentina no es un accidente aislado, sino parte de un rediseño coordinado de las relaciones de poder a escala mundial. Mientras Milei habla de “equilibrios fiscales” en cadena nacional, Donald Trump se reúne con Vladimir Putin y redefine, de hecho, las fronteras del sistema de seguridad occidental. Rusia desafía el espacio aéreo europeo con vuelos militares y provoca a la OTAN, que se ve obligada a responder en un tablero que ya no controla con comodidad.
Mientras Milei habla de “equilibrios fiscales” en cadena nacional, Donald Trump se reúne con Vladimir Putin y redefine, de hecho, las fronteras del sistema de seguridad occidental
Tweet
Trump juega con esa tensión: amenaza con dejar de financiar la defensa europea, mientras sugiere que los países que no pagan lo suficiente “merecen” ser atacados. En esa lógica, Europa ya no es un aliado asegurado sino un socio que debe pagar su cuota. Y cada provocación rusa en el espacio aéreo se convierte en un test para una OTAN debilitada. La sincronía es evidente: mientras Trump socava la alianza atlántica, Milei debilita las instituciones argentinas. Ambos trabajan sobre el mismo principio: mostrar que las reglas que parecían estables ya no lo son.
Mientras Trump socava la alianza atlántica, Milei debilita las instituciones argentinas. Ambos trabajan sobre el mismo principio: mostrar que las reglas que parecían estables ya no lo son
Tweet

La Doctrina Monroe reloaded
Para entender a Trump conviene recordar la vieja Doctrina Monroe de 1823: “América para los americanos”. Traducido: ningún poder europeo debía intervenir en el continente americano, que quedaba bajo influencia exclusiva de Estados Unidos. Hoy Trump la reactualiza, pero en versión expansiva y grotesca: habla de recuperar el canal de Panamá, insinúa la anexión de Canadá, fantasea con invadir Venezuela y deja a Brasil en posición defensiva. No es pura retórica: es un aviso de que la región vuelve a ser tablero militar. En ese esquema, Argentina bajo Milei funciona como laboratorio: un país que entrega soberanía sin necesidad de invasión, que convierte a su presidente en virrey dócil de los intereses imperiales.
Argentina bajo Milei funciona como laboratorio: un país que entrega soberanía sin necesidad de invasión, que convierte a su presidente en virrey dócil de los intereses imperiales.
Tweet

Y si Milei pierde el control interno, ¿qué pasa? Ahí aparece el fantasma de un ICE local. ICE (Immigration and Customs Enforcement) es la agencia estadounidense encargada de ejecutar deportaciones, redadas y operativos de control migratorio. Se la conoce por su brutalidad: cárceles privadas, separación de familias, deportaciones masivas. La hipótesis es que, si Milei fracasa en disciplinar al país, podría desembarcar un “ICE argentino”, con apoyo logístico estadounidense e israelí. Un dispositivo de seguridad paralelo, con métodos de guerra interna, destinado a “acabar la joda” y garantizar el orden para la inversión extranjera. No sería un golpe clásico: sería una tercerización de la represión.
La hipótesis es que, si Milei fracasa en disciplinar al país, podría desembarcar un “ICE argentino”, con apoyo logístico estadounidense e israelí.
Tweet
BlackRock: el comprador final?
La pieza que cierra el tablero es financiera. La depreciación de las empresas argentinas y las dos recesiones en dos años no son errores de gestión: son parte de un programa de extranjerización planificada. Se baja deliberadamente el precio de los activos nacionales para luego venderlos a precio de ganga. ¿Quién compra? Fondos globales como BlackRock, el mayor gestor de activos del mundo, con más de 10 billones de dólares bajo administración. BlackRock invierte en todo: desde deuda soberana hasta empresas de energía, tecnología, infraestructura. Su estrategia es clara: adquirir barato, consolidar, influir en políticas públicas a través de su peso financiero. Si BlackRock entra a comprar por “peanuts” a la Argentina, no será un rescate, será una absorción. La soberanía se convertirá en línea contable de un portafolio global. Las coincidencias no son casuales: Trump elimina Medicaid para tratamientos de cáncer, Milei recorta el Garrahan. No son ajustes, son mensajes. Necropolítica en simultáneo, con distinta escala pero mismo guion: mostrar que el Estado ya no protege vidas, sino que las administra como descartables.
BlackRock invierte en todo y si entra a comprar por “peanuts” la Argentina, no será un rescate, será una absorción.
Tweet

Mientras Trump redefine alianzas militares y revive la Doctrina Monroe, Milei convierte a Argentina en laboratorio de extranjerización. Mientras Putin desafía a la OTAN en Europa, ICE se perfila como modelo de represión interna exportable. Y mientras BlackRock espera que caigan los precios, Karina Milei expone que la política argentina ya no es institucional: es contabilidad pura.
Y volvemos al inicio: ¿a quién le habló Milei en cadena nacional? A nadie en la Plaza, a nadie en el Congreso, a nadie en el quincho. Le habló a ese tablero global donde Trump, Putin, la OTAN, la Doctrina Monroe, ICE y BlackRock se cruzan. El progresismo argentino, atrapado en lágrimas y berrinches, no ve que Milei ya no juega en la cancha local. Su discurso circular, su psicosis impostada, su repetición maníaca son solo la interfaz visible de un programa que se decide en otra parte. Y en ese programa, Argentina no es un país: es un activo barato, un experimento necropolítico y, si hace falta, un territorio ICE.
El progresismo argentino, atrapado en lágrimas y berrinches, no ve que Milei ya no juega en la cancha local. Su discurso circular, su psicosis impostada, su repetición maníaca son solo la interfaz visible de un programa que se decide en otra parte
Tweet

Los progresistas en X —o Nancy Pazos gritando indignada en la tele— repiten que “así Milei no llega a las elecciones”. Pero, ¿qué significa “llegar” cuando Trump ya tomó el Capitolio y volvió al poder para liberar a los “héroes” que lo asaltaron? Lo que en 2021 parecía un acto circense, grotesco, casi patético, hoy se revela como algo mucho más serio: el reconocimiento fáctico de que la democracia liberal es una farsa, y que la población mundial ha sido estupidizada mediante narcisismo, tecnología y una educación superior desviada e inútil para ocultar lo único que la política nunca dejó de ser: el uso de la fuerza.
Si Trump y los poderes globales consideran a la Argentina un laboratorio, ¿alguien cree de verdad que le van a soltar la mano a Milei porque un pueblo de pelotudos cambió de opinión frente a un acto de corrupción? En Argentina, con tres balazos bien puestos, todos se quedan temblando en la casa. Es un país de cobardes. Y los pocos que tuvieron algo de huevos fueron tan estetizados, tan convertidos en mártires por el kirchnerismo, que su legado hoy se reduce a Ari Lijalad llorando frente a un hospital.
Ese es el punto: Argentina es un país donde dos sopapos bien puestos bastan para partirlo en cuatro. Con Neuquén, Mendoza, el Nordeste y la Patagonia negociando incentivos mejores que los actuales, el mapa se desarma solo. Esa mesa vacía de gobernadores, que los progresistas leen como desplante a Milei tras la elección de Kicillof, no es necesariamente señal de recambio presidencial. Puede ser algo mucho más grave: el inicio de una desintegración nacional. Y cada vez estoy más convencido de que ese es el verdadero mandato recibido. Milei, Karina o quien sea lo están cumpliendo, lamentablemente, a la perfección.
Eucharistic Milei and the Monroe Doctrine 2.0: Victorious in Defeat
Who was Milei speaking to in his national address?
The question was asked by Jorge Rial, not me. And it’s much sharper than Navarro’s indignation or the progressive sighs at a cacerolazo. Because what we saw that night wasn’t the Milei of hysterical shouting or dishevelled hair, but a well-groomed, sober, robotic president, repeating the word “prosecutor” more than thirty times in ten minutes. That Milei wasn’t speaking to his own — his hard core feeds on outbursts, not sobriety. So, who was he speaking to?

A reader of this blog, Franco, left a comment that frames the issue with a clarity worth quoting in full: “I agree that trivialising impeachment and the media installation of ‘anticipated vacancies’ is functional to an anti-democratic logic (even if invoked in the name of ‘rights’ or ethics). If the progressives play at weakening the principle of popular mandate, what they ultimately do is give Milei and his hard core more reasons to victimise themselves and counterattack more fiercely (something the far right loves).
However I think there is a question worth asking: how do you politically confront an opponent who explicitly despises the traditional rules of the game? From the right-wing cores (Gordo Dan, Agustín Laje, the president himself, etc.) they keep repeating mantras like that journalists aren’t hated enough, that Congress must be shut down every time something is voted against Milei, or that every rubber bullet aimed at a leftist is a well-placed shot. Again, I agree with your article’s premise, but we fall straight into the paradox of tolerance, and we already know how that ends.”
This comment marks an inflection point. Franco understands that progressivism, when it trivialises institutional mechanisms (impeachment, vacancy claims, cacerolazos), only hands ammunition to Milei. The far right lives off victimhood: the more they’re attacked for form, the more justification they find to radicalise. Here enters Navarro, a perfect example of parish-level progressivism. His reaction to the national address was the same as always: “Milei lied.” As if Kicillof were always truthful. As if Massa hadn’t made double-speak his profession. Navarro doesn’t analyse: he gets offended. He built his brand on being the outraged journalist, the agenda operator who confuses tantrum with ethics. That little social circle — Navarro, Pagni, Fantino, Rial in their most domestic versions — functions like an endless after-dinner chat where politics is reduced to gossip: who rises, who falls, who’s finished. But that circle doesn’t see the larger scene: the opponent is not playing the same game.

The Milei of the national address wasn’t trying to persuade: he was trying to install a loop. Repeating “prosecutor” ad nauseam is not clumsiness; it’s tactic. It’s a mantra, a simulacrum of technical order that produces a feeling of inevitability. That device has a psychotic edge: it sounds like the voice of someone trapped in a fixed idea. But this is not clinical psychosis: it’s performative psychosis. Like Trump, Milei plays at being both mad and sane at once. He can appear in Olivos, in the Casa Rosada, or in Las Vegas and we don’t know where he stands. He can invoke family while living closeted and surrounding himself with doubles of his sister. That split is not an accident: it’s a political resource.
The real battlefield: time
Franco intuited this with his reference to the paradox of tolerance: Milei despises the rules. But not only institutional rules — temporal ones too. Progressivism lives under the illusion of politics as a straight line: elections, mandates, governors dropping the thumbs. Milei operates in another register: a circular loop that fragments memory and blocks the future. This is where Koselleck becomes useful. “Every historical interpretation requires a possible theory of history,” he wrote. Argentine politics, especially the little pale porteño strain, has always naturalised time as a neutral datum: progress, modernity, republic. Milei hacks that time. He repeats it, fragments it, disorders it. And in that void he installs his programme.
On one side, aestheticising progressivism that confuses emotion with politics: Ari Lijalad crying in front of the Garrahan, Navarro screaming in righteous indignation. On the other, Milei with his staged psychosis, his circular discourse, his permanent duplicity. Argentine politics is trapped between those two pathologies. And while progressivism responds with ephemeral affect, Milei advances with a device that doesn’t aim to convince but to displace.
So far we’ve discussed local pathologies. But Milei’s problem cannot be understood only at parish level. His figure fits within a broad international reset affecting the economy, demography, politics and governance. Navarro was horrified on his programme when he saw Argentine companies and banks had lost almost half their market value. He analysed it as an attack on national sovereignty. But it’s worth recalling that national sovereignty is a construct less than three centuries old. After half a century of globalisation —a multiculturalism celebrated by both right and left— that era seems exhausted. The question is whether Milei isn’t precisely here to pilot that transition: to deceive Eurnekian, sit with Musk, get close to those around Trump in Silicon Valley, and ensure that, whatever happens, Argentina remains a cheap, tax-free supplier of rare minerals. The parish pundit will say: “Milei won’t make it to the elections.” But that argument has already been tested. The real blow didn’t come from Spagnuolo, but from the real Argentine opposition: the intelligence services allied with national capital (Magnetto, Macri, Techint). That is the internal contest. And if Milei survives that war, it won’t be as an autonomous president, but as what no one wants to name aloud: a viceroy.

In this scheme, the key figure is not Javier but Karina. This is not new, of course. What’s different is the focus. I think Karina is a device of candour. When she exposed the real amounts of political funding —millions, not suitcases— she didn’t make a mistake: she performed an act of transparency. She showed how politics is bought in Argentina and how deputies and senators are purchased. That brutality made her untouchable. Because she revealed the open secret of all governments: democracy as a market of favours.
Defunding cancer as a (communications) strategy
Here the thanatological side comes in. The parallel with Trump is evident: while in the U.S. Trump moves against Medicaid for cancer treatments, Milei cuts funding to the Garrahan. These aren’t budget trims: they are messages. Mafioso, systemic, global messages. What’s being installed is a necropolitics that goes beyond Achille Mbembe’s academic description. It’s not only the administration of who lives and who dies. It’s the capture of the state to transform it into a machine for systemic killing. A machinery that naturalises the death of the vulnerable as a side-effect of the economy. The Garrahan cut doesn’t aim to balance the books. It aims to send a message: we are in the necropolitical era. An era where the global elite permit themselves to announce—without euphemism—that politics no longer consists in caring for lives but in deciding which lives are disposable.
Widen the lens
Faced with this, Navarro keeps talking about stock market collapses. Ari Lijalad keeps getting emotional in hospitals. Kicillof still believes austere management is enough. None of them can see that Milei isn’t lying or improvising: he is performing a global strategy. And here we return to Rial’s question: who was Milei speaking to? Not to his own, not to the caceroleros, not to the outraged progressives. He was speaking to those who run that global reset. To those who need Argentina to lower the price of its companies, destroy its institutions, degrade its sovereignty, and then sell everything for peanuts to global funds like BlackRock.

So far we’ve seen how Milei functions on the local board and within the global reset. One piece remains: imperial synchronies. What happens in Argentina isn’t an isolated accident, but part of a coordinated redesign of power relations worldwide. While Milei talks about “prosecutors” on national TV, Donald Trump meets with Vladimir Putin and, in practice, redefines the borders of the Western security system. Russia challenges European airspace with military flights and provokes NATO, which is forced to respond on a board it no longer comfortably controls.
Trump plays with that tension: he threatens to stop funding European defence while suggesting that countries that don’t pay enough “deserve” to be attacked. In that logic, Europe is no longer a guaranteed ally but a partner that must pay its dues. Each Russian provocation in the airspace becomes a test for a weakened NATO. The synchrony is obvious: while Trump undermines the Atlantic alliance, Milei weakens Argentine institutions. Both work on the same principle: showing that rules once deemed stable no longer are.
The Monroe Doctrine, reloaded
To understand Trump it helps to recall the old Monroe Doctrine of 1823: “America for the Americans.” Translated: no European power should intervene in the American continent, which would remain under U.S. influence. Today Trump reactivates it, but in an expansive, grotesque version: he speaks of recovering the Panama Canal, hints at annexing Canada, fantasises about invading Venezuela and leaves Brazil in a defensive posture. It’s not mere rhetoric: it’s a warning that the region is again a military board. In that scheme, Argentina under Milei functions as a laboratory: a country that hands over sovereignty without invasion, turning its president into a docile viceroy of imperial interests.
And if Milei loses internal control, what happens? Then the ghost of a local ICE appears. ICE (Immigration and Customs Enforcement) is the U.S. agency tasked with deportations, raids and immigration enforcement. It’s known for brutality: private detention centres, family separations, mass deportations. The hypothesis is that, if Milei fails to discipline the country, an “Argentine ICE” could land, with U.S. and Israeli logistical support. A parallel security device, with methods of internal warfare, intended to “end the party” and guarantee order for foreign investment. It wouldn’t be a classic coup: it would be the outsourcing of repression.
BlackRock: the final buyer?
The closing financial piece is clear. The depreciation of Argentine companies and two recessions in two years are not management errors: they are part of a planned foreignisation programme. Asset prices are deliberately driven down to be bought cheap. Who buys them? Global funds like BlackRock, the world’s largest asset manager, with over $10 trillion under management. BlackRock invests in everything: sovereign debt, energy companies, technology, infrastructure. Its strategy is clear: buy cheap, consolidate, influence public policy through financial weight. If BlackRock comes in to buy “peanuts” in Argentina, it won’t be a rescue, it will be absorption. Sovereignty becomes a line item in a global portfolio. The coincidences are not accidental: Trump strips Medicaid for cancer treatments; Milei cuts Garrahan. These are not adjustments; they are messages. Necropolitics in parallel, different scales but the same script: show that the state no longer protects lives but administers them as disposable.
While Trump redefines military alliances and revives the Monroe Doctrine, Milei turns Argentina into an experiment in foreign acquisition. While Putin challenges NATO in Europe, ICE stands out as an exportable model of internal repression. And while BlackRock waits for prices to fall, Karina Milei exposes that Argentine politics is no longer institutional: it is pure accounting.
And we return to the start: who was Milei speaking to in his national address? No one in the Plaza, no one in Congress, no one in the chatter circle. He spoke to that global board where Trump, Putin, NATO, the Monroe Doctrine, ICE and BlackRock intersect. Argentine progressivism, trapped in tears and tantrums, does not see that Milei no longer plays on the local pitch. His circular discourse, his staged psychosis, his manic repetition are only the visible interface of a programme decided elsewhere. And in that programme, Argentina is not a country: it is a cheap asset, a necropolitical experiment and, if necessary, ICE territory.
Progressives on X —or Nancy Pazos screaming indignant on TV— repeat that “this way Milei won’t make it to the elections.” But what does “making it” mean when Trump already took the Capitol and returned to power to free the “heroes” who stormed it? What in 2021 seemed a circus act, grotesque, almost pathetic, today reveals something much more serious: the factual recognition that liberal democracy is a sham, and that the world population has been stupefied through narcissism, technology and higher education diverted and useless to hide what politics always was: the use of force.
If Trump and global powers consider Argentina a laboratory, does anyone really think they will let go of Milei because a crowd of idiots changed their minds after an act of corruption? In Argentina, with three well-placed shots, everyone trembles at home. It’s a country of cowards. And those who had any guts were so aestheticised, so turned into martyrs by Kirchnerism, that their legacy now amounts to Ari Lijalad crying in front of a hospital.
That’s the point: Argentina is a country where two good slaps are enough to split it into four. With Neuquén, Mendoza, the Northeast and Patagonia negotiating better incentives than the current ones, the map disintegrates on its own. That empty table of governors, which progressives read as a snub to Milei after Kicillof’s election, is not necessarily a sign of presidential turnover. It could be something much worse: the start of national disintegration. And I’m increasingly convinced that this is the true mandate received. Milei, Karina or whoever is executing it, unfortunately, to perfection.




Deja una respuesta