Este post se refiere a La Mala Educación de esta semana sobre Dante Gebel que podés ver y subscribirte aquí

El comentario de una lectora-espectadora merece ser tomado en serio. Recomienda ver ‘Apocalipsis en los trópicos’ y advierte sobre el uso político de una de las frases más duras del Evangelio de Mateo: “al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. No es una exageración ni una lectura malintencionada. Esa frase existe. Está en Mateo. Y efectivamente es peligrosa cuando pasa del terreno hermenéutico al gobierno de lo social.

El documental apunta en la dirección correcta al mostrar cómo ciertos sectores del evangelismo contemporáneo utilizan la Biblia —y en particular a Mateo— como un arma de disciplinamiento. No como una interrogación espiritual abierta, sino como un repertorio de máximas claras, aplicables, eficaces y organizadoras de la sociedad. Las escrituras son presentadas como instrucción cívica. La Biblia como manual de conducta social. En ese punto, la observación de la lectora es más que pertinente si el poder del evangelismo avanza en la Argentina post-neoliberal.

Sin embargo, el problema no es solo el uso político de Mateo. El problema es por qué Mateo se deja usar tan bien. Mateo no es un evangelio donde la economía sea un tema lateral. Es el evangelio donde la lógica económica se vuelve teología. Recordemos que Mateo antes de ser discípulo de Cristo, era recaudador de impuestos del emperador romano. No sorprende que cuando se vuelca a la escritura del evangelio conceptos como deuda, mérito, rendimiento, castigo, exclusión: todo aparece traducido al lenguaje de la salvación. Mateo no niega la contabilidad del mundo romano; la desplaza al Reino de los Cielos. Por eso es el evangelio más fácilmente capturable por discursos meritocráticos: la gracia como premio, el fracaso como culpa, la improductividad como condena.
Esa matriz fue entendida con una lucidez brutal por Caravaggio. En su Vocación de San Mateo, en San Luigi dei Francesi, Caravaggio hace algo decisivo: no sabemos con certeza quién es Mateo. Cristo señala a alguien, pero la identidad del elegido queda suspendida. ¿Es el hombre que cuenta las monedas? ¿El joven inclinado? ¿El que se señala a sí mismo con gesto incrédulo? La gracia no se presenta como evidencia, sino como duda.

La mano de Cristo replica la mano de Dios Padre en la Capilla Sixtina de Michelangelo, pero aquí no crea un cuerpo, el de Adán sino que lo desestabiliza. Y la luz, que parecería iluminar a Mateo, no confirma nada. Sugiere, introduce incertidumbre moral. Es la duda de Eva frente a la manzana: conciencia, cálculo, tentación, riesgo. La economía no desaparece; queda suspendida por un instante.

En la pintura del martirio, en cambio, la duda se paga. El cuerpo convertido cae. La gracia no cancela la deuda: la desplaza al cuerpo. Caravaggio todavía muestra lo que luego será borrado: que toda elección tiene costo, que no hay salvación sin resto, que la economía moral produce víctimas visibles. Ese resto es exactamente lo que desaparece en el uso contemporáneo de Mateo. Y ahí entra de lleno el discurso de Dante Gebel.

Gebel utiliza a Mateo como manual de gestión moral. No para abrir una pregunta espiritual, sino para cerrar una ecuación: el que prospera merece; el que cae falla; el que no rinde queda afuera. No traiciona el texto: lo activa en su versión más disciplinaria. Pero le quita lo que Caravaggio aún conservaba: el cuerpo, el costo, el martirio, la duda.
Por eso Mateo funciona tan bien como evangelio político. No anuncia el apocalipsis futuro como Juan. Organiza el presente. Permite jerarquizar seres humanos, legitimar desigualdades, administrar la exclusión sin violencia explícita. Caravaggio todavía mostraba el precio de eso. Sin embargo, el discurso contemporáneo ofrece el beneficio sin el costo.Y ahí está el verdadero apocalipsis: no el que vendrá, sino el que ya gobierna cada vez que una frase bíblica se convierte en doctrina de poder.




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