Este post se refiere a La Mala Educación de esta semana que podes ver aquí:
Un blog al que le tengo aprecio, Revista Panamá, publicó recientemente una crítica a la teología propuesta por Dante Gebel, firmada por Juan Cabandié. El texto se inscribe con claridad en una tradición progresista que reconoce en la teología de la prosperidad un dispositivo ideológico funcional al neoliberalismo y opone a ella la teología de la liberación como horizonte ético-político deseable. Es una posición coherente, históricamente situada y políticamente legible. Justamente por eso resulta productiva como punto de contraste.

Cuando Cabandié critica a Gebel, lo hace fundamentalmente en estos términos: señala que la teología de la prosperidad transforma el mensaje cristiano en una legitimación del éxito individual, que naturaliza la desigualdad y que vuelve sospechosa o culpable a la pobreza. En su lectura, el problema central es que el evangelio es despojado de su dimensión comunitaria y solidaria para ser puesto al servicio de una lógica de mercado. Frente a eso, Cabandié reivindica la teología de la liberación como una tradición que vuelve a poner a los pobres, al pueblo y a la justicia social en el centro del mensaje cristiano.
Hasta acá, estamos de acuerdo. El problema aparece en el marco mismo del planteo.

Porque cuando Cabandié formula la crítica en esos términos, el conflicto queda organizado como una oposición moral relativamente estable: buena teología versus mala teología, cristianismo emancipador versus cristianismo neoliberal. En ese esquema, Gebel aparece como una desviación, como alguien que traiciona el sentido profundo del cristianismo para adaptarlo al capitalismo contemporáneo. El evangelio, en particular el de Mateo, queda así protegido: el texto sería inocente; el problema residiría en su uso indebido.

En el video de esta semana de La Mala Educación, mi argumento va en otra dirección, más incómoda y menos tranquilizadora. No parto de la pregunta por la “buena” o “mala” teología, ni por la autenticidad de la fe de Gebel. Parto de una pregunta distinta: ¿qué hace el Evangelio de Mateo cuando se lo pone a funcionar como discurso público? ¿Qué tipo de orden produce? ¿Qué gramática moral activa?

Ahí aparece la divergencia de fondo. Cuando Cabandié denuncia que Gebel usa frases como “al que tiene se le dará” para justificar la desigualdad, mi punto no es decir simplemente que esa frase está “mal usada”. Mi punto es más inquietante: esa frase pertenece estructuralmente a Mateo, y Mateo es el evangelio donde la economía no es negada, sino teologizada. Deuda, mérito, rendimiento, castigo, improductividad: no son accidentes del texto, son su lenguaje central. Por eso Mateo es tan fácilmente reutilizable como discurso de orden, tanto por el neoliberalismo religioso como por formas disciplinarias del progresismo.
En el video lo digo con claridad: el problema no es que Gebel “neoliberalice” un texto originalmente puro, sino que Mateo ya ofrece una gramática compatible con la gestión moral de la desigualdad. La teología de la prosperidad no cae del cielo: explota una estructura preexistente. Eso es lo que la crítica progresista clásica suele evitar, porque obliga a tocar el texto bíblico mismo, no solo sus interpretaciones contemporáneas.
Cuando Cabandié propone volver a una teología centrada en los pobres, mi objeción no es política sino analítica. No alcanza con invertir los signos —ricos malos, pobres buenos— si se mantiene intacta la lógica del merecimiento, del sacrificio y de la legitimación moral. En La Mala Educación insisto en este punto: incluso los discursos de justicia social pueden volverse dispositivos disciplinarios si no revisan su matriz teológica. El sindicalismo “según San Mateo”, tal como lo planteo, no es una consigna irónica sino una advertencia: la moral del esfuerzo, del premio y del castigo puede reaparecer también en lenguajes emancipatorios.
Por eso mi posición no es anti-progresista, pero sí post-progresista. No se trata de elegir entre Gebel y la teología de la liberación, sino de entender cómo ambos operan dentro de un mismo campo simbólico que organiza cuerpos, valores y jerarquías. Cabandié sigue pensando el conflicto en términos de bandos ideológicos. Mi propuesta es desplazar la discusión hacia el nivel de los dispositivos: cómo un texto, una frase bíblica o una retórica religiosa gobiernan el presente, independientemente de las intenciones declaradas.

En ese marco, Caravaggio aparece apenas como una nota lateral —no como eje— para señalar algo puntual: que incluso dentro de la tradición cristiana hubo momentos en los que la elección, la gracia y el costo no estaban cerrados, no eran visibles ni administrables. Hoy, tanto en Gebel como en muchas lecturas progresistas, esa ambigüedad desaparece. Todo se vuelve transparente, evaluable, moralmente clasificable.
La crítica de Cabandié a Gebel es necesaria, pero no suficiente. Sirve para denunciar un uso ideológico del cristianismo, pero no para interrogar las condiciones que lo hacen posible. Mi trabajo en La Mala Educación apunta justamente a eso: no a defender una teología alternativa, sino a desarmar la maquinaria moral que permite que la religión —incluso cuando se dice justa— se convierta en tecnología de gobierno. Esa es la diferencia.
© Rodrigo Cañete, 2025. Publicado originalmente en La Mala Educación. Reproducción total o parcial solo con cita de autor.




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