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“Ingratitude, thou marble-hearted fiend, more hideous when thou show’st thee in a child than the sea-monster!” King Lear, Acto 1, Escena 4

La frase no la dijo un inversor extranjero, pero bien podría haberlo hecho. En realidad, es de Shakespeare y surge del soliloquio de un rey traicionado por sus hijas. Hoy, en la Argentina, el monstruo de la ingratitud no es una hija sino el Estado mismo, devenido criatura híbrida: por un lado, un gobierno que tuitea desde la cumbre del poder como si aún estuviera en campaña; por el otro, una oposición que ya ni siquiera pretende representar algo. Entre ambos, el ciudadano se mueve como Lear: despojado, confundido, narrado por otros.

Lali Espósito, Ricardo Darín, la Iglesia: todos convocados al ring simbólico porque, paradójicamente, el gobierno solo se siente interpelado cuando la crítica viene de donde más teme: la cultura popular

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Pero lo que está en juego no es solo la política sino “la escena de su representación”. Como anticipó Marshall McLuhan, el medio es el mensaje, y en la Argentina contemporánea el medio ya no es la política sino el espectáculo. La economía se narra con emojis, el ajuste se disfraza de humor, y la disputa política ya no ocurre entre partidos, sino entre celebridades. Lali Espósito, Ricardo Darín, la Iglesia: todos convocados al ring simbólico porque, paradójicamente, el gobierno solo se siente interpelado cuando la crítica viene de donde más teme: la cultura popular que no es, precisamente, la cultura.

Darín versus Toto: el precio simbólico de una empanada

El conflicto comenzó cuando el vocero presidencial, Manuel Adorni, y otros funcionarios del gobierno de Javier Milei atacaron públicamente a Ricardo Darín y Lali Espósito, acusándolos de formar parte de una “casta artística” que habría vivido del Estado. Las críticas surgieron después de que Darín expresara preocupación por el rumbo del país y de que Lali se posicionara en redes a favor de causas sociales.

El ministro Luis Caputo ironizó sobre una frase de Darín acerca del precio de las empanadas, acusándolo de exagerar. La respuesta fue percibida como una burla clasista, y muchos salieron a defender al actor. En horas, Darín pasó de emblema cinematográfico a amenaza política. ¿Pero quién es Darín, y qué representa?

El ministro Luis Caputo ironizó sobre una frase de Darín acerca del precio de las empanadas, acusándolo de exagerar. En horas, Darín pasó de emblema cinematográfico a amenaza política. ¿Pero quién es Darín, y qué representa?

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El actor mediocre como santo patrono del progresismo zombie

De acá surgen varios problemas. El primero es que el gobierno acaba de eliminar al peronismo del debate, si bien no de la negociación legislativa—algo que no está garantizado que continúe. En su lugar, se eleva casi a la categoría de figura divina a un actor famoso, sí, pero mediocre, y no tan globalmente conocido como se quiere hacer creer.

Recordemos que Darín viene flojo de papeles: fue acusado de maltrato por una colega en plena era Ni Una Menos, pero su “privilegio de intocabilidad” hizo que muchas sororas optaran por la lealtad de casta antes que la de género. Parte de su prestigio se debe a que logró hacer cine sin financiamiento directo del Estado durante la era Kirchner.

El gobierno acaba de eliminar al peronismo del debate, si bien no de la negociación legislativa—algo que no está garantizado que continúe. En su lugar, se eleva a figura divina a un actor mediocre. Su nuevo interlocutor.

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Pero el problema es más profundo. Darín fue pareja de Susana Giménez y estuvo involucrado en el escándalo del Mercedes Benz para discapacitados. Ese vínculo con la Susana proto-mileísta es crucial: Darín funciona como su reverso serio, moral, “progresista”. Tras la caída de Cecilia Roth, la élite palermitana de El Destape Web, el Conicet y los restos del progresismo blanco necesitan un nuevo Cid Campeador. Y, como Milei, eligen a Darín.

Tras la caída de Cecilia Roth, la élite palermitana de El Destape Web, el Conicet y los restos del progresismo blanco necesitan un nuevo Cid Campeador. Y, como Milei, eligen a Darín.

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Dos Argentinas: la histérica y la brutal

Mientras tanto, el aparato real del Estado funciona como siempre: provincias con clientelismo aceitado, gobernadores negociando con más pragmatismo que ideología, y una economía atrapada en su loop bimonetario.

Lo que tenemos es una doble Argentina: la “Argentina patafísica”, que gobierna desde las redes con cinismo y furia performativa; y la “Argentina estructural”, opaca, brutal y eficaz, que sigue administrando ruinas sin interrupción. La primera grita. La segunda cobra. Y en el medio, la ciudadanía es un cuerpo terminal, sin derechos, sin representación, sin deseo. Tal vez por eso, los argentinos se enamoran de los cadáveres. Mirtha hizo la pregunta a Darín. Una “periodista” de más de 100 años. 

Dos Argentinas: la “Argentina patafísica”, que gobierna con cinismo y furia performativa; y la “Argentina estructural”, opaca, brutal y eficaz, que sigue administrando ruinas sin interrupción. La primera grita. La segunda cobra.

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La emasculación del sujeto argentino y la venganza del goce

En este contexto, la masculinidad argentina aparece como un campo de ruinas. Desde los cadetes fotografiados en orgías gays—nuestro Caso Profumo tropical—hasta los golpes militares, la Guerra de Malvinas, y la emergencia de un feminismo estatalizado, el varón criollo fue privado del Nombre del Padre, pero sigue exigido por los mandatos de la potencia.

El resultado no fue emancipación sino regresión: adolescentes hormonales listos para coger, pero paralizados por la culpa; adultos incapaces de articular deseo sin humillación ni autoridad sin parodia. Este hombre herido devuelve su desposesión en forma de agresión contra la mujer. Pero la mujer, lejos de estar empoderada, es reabsorbida por el Estado como víctima ejemplar o funcionaria dócil. El goce masculino se vuelve violento. El femenino, culpógeno. Y la escena política, una escenografía de síntomas sin interpretación.

Por eso los enemigos del oficialismo no son los gremios ni los intendentes: son las actrices, las cantantes, las mujeres públicas… y Darín, el ex de Susana, elegido como reemplazo simbólico del peronismo. Este “negativo feminizado” de Susana devuelve la imagen de un goce no regulado, que escapa del significante “víctima” y puede ser odiado, amado, deseado. Eso es intolerable.

Los enemigos del oficialismo no son los gremios ni los intendentes: son las actrices, las cantantes, las mujeres públicas… y Darín, como “negativo feminizado” de Susana Giménez.

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El síntoma y su castigo

El ataque a Darín, a Lali, a la Iglesia no es anecdótico. Es sintomático. En ausencia de ley simbólica, el Estado castiga el síntoma. La Argentina se convierte así en un gran espacio terapéutico compulsivo, donde la terapia ya ha fracasado: todos hablan, nadie escucha, y el malestar no se interpreta—se cancela, se memeifica o se persigue.

La Argentina se convierte así en un gran espacio terapéutico compulsivo, donde la terapia ya ha fracasado: todos hablan, nadie escucha, y el malestar no se interpreta—se cancela, se memeifica o se persigue.

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En ese marco, el blanqueo del narcodinero no es solo una herramienta financiera. La propuesta de otorgar ciudadanía a cambio de 500 mil dólares revela una pregunta más profunda: ¿qué es hoy ser ciudadano argentino? La respuesta es sombría: una metáfora de una masculinidad perdida, recuperada a golpes o por viveza criolla, como en las películas de Darín. Pero esta metáfora no navega: deriva. Como la política. Como la economía. Como el progresismo sin sujeto ni goce. Este gobierno ha decidido gobernar desde el resentimiento. Lo verdaderamente shockeante es que la oposición ya ni siquiera puede resentirse.

¿qué es hoy ser ciudadano argentino? La respuesta es sombría: una metáfora de una masculinidad perdida, recuperada a golpes o por viveza criolla, como en las películas de Darín.

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The Pataphysical Darinism: Lali, Milei and Darwinian Argentina

“Ingratitude, thou marble-hearted fiend, more hideous when thou show’st thee in a child than the sea-monster!”

— King Lear, Act 1, Scene 4

The phrase wasn’t uttered by a foreign investor, though it might as well have been. In fact, it’s from Shakespeare, from the soliloquy of a king betrayed by his daughters. Today, in Argentina, the monster of ingratitude is not a daughter but the State itself—now a hybrid creature: on one side, a government that tweets from the summit of power as if it were still campaigning; on the other, an opposition that no longer even pretends to represent anything. In between, the citizen moves like Lear: stripped bare, bewildered, narrated by others.

What’s at stake isn’t just politics—it’s the scene of its representation. As Marshall McLuhan foresaw, the medium is the message, and in contemporary Argentina, the medium is no longer politics but spectacle.

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But what’s at stake isn’t just politics—it’s the scene of its representation. As Marshall McLuhan foresaw, the medium is the message, and in contemporary Argentina, the medium is no longer politics but spectacle. The economy is narrated with emojis, austerity is disguised as comedy, and political dispute no longer takes place between parties but between celebrities. Lali Espósito, Ricardo Darín, the Catholic Church: all summoned to the symbolic ring because, paradoxically, the government only feels truly challenged when criticism comes from what it most fears—popular culture that isn’t Culture.

Darín vs Toto: The Symbolic Price of an Empanada

The conflict began when presidential spokesman Manuel Adorni and other members of Javier Milei’s administration publicly attacked Ricardo Darín and Lali Espósito, accusing them of belonging to an “artistic caste” that had lived off the State. The criticism followed Darín’s expression of concern about the country’s direction and Lali’s posts in support of social causes.

Finance Minister Luis Caputo mocked a comment Darín had made about the price of empanadas, accusing him of exaggerating. The reply was widely perceived as classist mockery, and many rallied in defense of the actor. In just hours, Darín went from national cinema emblem to political threat. But who is Darín—and what does he represent?

The Argentine government has just eliminated Peronism from public debate—though not yet from legislative negotiation, a continuity that is not guaranteed. In its place, it elevates to near-divine status a famous actor—yes—but a mediocre one.

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The Mediocre Actor as Patron Saint of Zombie Progressivism

This raises several problems. The first is that the government has just eliminated Peronism from the public debate—though not yet from legislative negotiation, a continuity that is not guaranteed. In its place, it elevates to near-divine status a famous actor—yes—but a mediocre one, and not as globally renowned as many pretend.

Let’s not forget Darín’s recent shortcomings: he was accused of mistreatment by a colleague during the height of the Ni Una Menos movement, but his “privilege of untouchability” ensured that many self-declared sororas chose caste loyalty over gender solidarity. Part of his prestige derives from having made films without direct State funding during the Kirchner years.

But the problem runs deeper. Darín was Susana Giménez’s partner and was involved in the scandal of the disabled-access Mercedes-Benz. That link to the proto-Mileist Susana is crucial: Darín functions as her serious, moral, “progressive” reverse. After the fall of Cecilia Roth, the Palermo elite of El Destape Web, CONICET, and the remnants of white progressivism need a new Cid Campeador. And they choose Darín.

Two Argentinas: The Hysterical and the Brutal

Meanwhile, the real apparatus of the State continues as always: provinces steeped in clientelism, governors negotiating more pragmatically than ideologically, and an economy trapped in its bimonetary loop.

What we have is a double Argentina: the “Pataphysical Argentina,” which governs through networks with cynicism and performative rage; and the “Structural Argentina,” opaque, brutal, and efficient, which continues managing ruins without pause. The first screams. The second collects.

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What we have is a double Argentina: the “Pataphysical Argentina,” which governs through networks with cynicism and performative rage; and the “Structural Argentina,” opaque, brutal, and efficient, which continues managing ruins without pause. The first screams. The second collects. And in between, the citizenry is a terminal body—rightless, unrepresented, and desireless. Perhaps that’s why Argentines fall in love with corpses. Mirtha posed the question to Darín. A “journalist” over a hundred years old.

The Emasculation of the Argentine Subject and the Revenge of Jouissance

In this context, Argentine masculinity appears as a ruinous landscape. From cadets photographed in gay orgies—our tropical Profumo Affair—to military coups, the Falklands War, and the rise of a state-managed feminism, the criollo man has been stripped of the Name of the Father, yet remains bound by the mandates of potency.

Argentine masculinity appears as a ruinous landscape. From cadets photographed in gay orgies—our tropical Profumo Affair—to the Falklands War, and the rise of a state-managed feminism, the criollo man has been stripped of his potency.

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The result has not been emancipation but regression: hormonally charged teenagers ready to fuck, yet paralyzed by guilt; adults unable to articulate desire without humiliation or authority without parody. This wounded man returns his dispossession as aggression against women. But woman, far from being empowered, is reabsorbed by the State as either exemplary victim or docile functionary. Male jouissance becomes violent. Female jouissance, guilt-ridden. And the political stage becomes a choreography of symptoms with no interpretation.

But woman, far from being empowered, is reabsorbed by the State as either exemplary victim or docile functionary. Male jouissance becomes violent. Female jouissance, guilt-ridden. And the political stage becomes a choreography of symptoms with no interpretation.

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That’s why the government’s enemies aren’t the unions or the mayors—they’re actresses, singers, public women… and Darín, Susana’s ex, chosen as symbolic replacement for Peronism. This feminized “negative” of Susana returns the image of an unregulated jouissance—one that escapes the signifier “victim” and can be hated, loved, desired. That is what is intolerable.

The Symptom and Its Punishment

The attack on Darín, on Lali, on the Church is not anecdotal. It is symptomatic. In the absence of a symbolic law, the State punishes the symptom. Argentina thus becomes a compulsive therapeutic space where therapy has already failed: everyone speaks, no one listens, and malaise is no longer interpreted—it is cancelled, memeified, or persecuted.

Within that framework, the laundering of narco money is not just a financial tool. The proposal to grant citizenship in exchange for $500,000 reveals a deeper question: what does it mean today to be an Argentine citizen? The answer is bleak: a metaphor for a lost masculinity, recovered either through violence or viveza criolla—as in Darín’s films.

The proposal to grant citizenship in exchange for $500,000 reveals a deeper question: what does it mean today to be an Argentine citizen? The answer is bleak: a metaphor for a lost masculinity, recovered either through violence or scams.

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But this metaphor doesn’t sail—it drifts. Like politics. Like the economy. Like progressivism, devoid of subject or jouissance. This government has chosen to govern from resentment. The truly shocking thing is that the opposition is no longer even capable of resenting back.